Este viernes se cierra el plazo para que los aspirantes a las primarias del PSOE para optar a la Secretaría General presenten los avales necesarios para entrrar oficialmente en la carrera que concluirá en el Congreso extraordinario del próximo mes de julio. Ya se da por hecho que Eduardo Madina y Pedro Sánchez han conseguido el objetivo (el primero habría recogido 15.000 avales y el segundo 21.000) y que José Antonio Fernández Tapias estaría cerca de lograr las 10.000 firmas. Antonio Sotillos avanzó que no ha podido reunir esos avales y arremetió por ello contra las dificultades de los militantes de base para optar a esos cargos sin el acuerdo del aparato del partido.
Es decir, toda la acción del relevo en el liderazgo del PSOE marcha según el guión esbozado después de la renuncia de Alfredo Pérez Rubalcaba tras el descalabro electoral, anuncio que pasó a un segundo plano con la abdicación del rey Juan Carlos en su hijo y que volvió este jueves a la agenda mediática tras un anuncio hecho al más puro estilo Rubalcaba: con el anuncio de su abandono de la política el próximo mes de septiembre.
El todavía secretario general del PSOE realizó por sorpresa unas declaraciones en el Congreso de los Diputados (y no en Ferraz) para confirmar su marcha de la política, tras 21 años consecutivos de vida parlamentaria, y su vuelta a la facultad de Químicas de la Universidad Complutense de Madrid. Su anuncio pilló por sorpresa a los suyos y a los diputados reunidos en el Congreso en sesión plenaria, que le rindieron un homenaje espontáneo:
Abandona la actividad pública alguien que tiene el cartel de «animal político» en todas sus vertientes, que se creyó que la política es una actividad pública y no una plataforma para conseguir beneficios particulares y una las personas más preparadas intelectualmente de las últimas legislaturas (doctor en Químicas, habla inglés y francés en un país en el que el manejo de idiomas extranjeros es un erial). En plena oleada de casos de corrupción política, su nombre jamás apareció vinculado a prácticas de ese tipo.
Militante del PSOE desde la Transición, su carrera ha estado directamente vinculada a la educación (fue secretario de Estado de Educación con Maravall y uno de los artífices de la LOGSE), área sobre la que ha vuelto siempre que ha tenido ocasión, ya fuera como portavoz del Gobierno o como líder del PSOE tras la marcha de Rodríguez Zapatero.
Sin embargo, para el gran público, Rubalcaba será recordado, bien como el exponente más oscuro del maquiavelismo, bien como un hombre con tanto sentido de Estado que, quizás, es lo que ha precipitado su marcha por la puerta de atrás ante la incapacidad de reflotar un partido que va de derrota electoral en derrota electoral traumática. Esa forma de entender la política comenzó a fraguarse en la última fase del Gobierno de Felipe González y después de 1996, cuando el PSOE perdió las elecciones en 1996 e inicio su carrera como muñidor de los acuerdos de Estado con el PP, particularmente tras la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la Secretaría General del PSOE en 2000.
A pesar de que Rubalcaba fue uno de los defensores de José Bono, Zapatero lo recuperó como engarce de la generación a la que los militantes había rechazado en el 35º Congreso y como uno de sus asesores y le encargó tareas como la redacción del Pacto antiterrorista o las relaciones con el PSC (relaciones que explican el éxito del PSOE en las citas electorales desde 2003 a 2008). Rubalcaba fue una de las caras visibles de los días posteriores a los atentados del 11 de marzo, algo que el PP no le perdonó tras confirmarse su derrota en las urnas en las generales como castigo a su gestión del mayor atentado sufrido por España.
Fue uno de los puntos de la diana sobre la que Génova y medios afines dispararon durante aquella infame legislatura, estrategia que se mantuvo luego, más localizada en Zapatero y Rubalcaba, por su papel tras el 11-M y durante la tregua de ETA y posterior proceso de abandono de las armas. Luego llegó la crisis económica y todo viró a ese tema, al mismo tiempo que Rubalcaba se convertía en el portavoz y vicepresidente del Gobierno de Zapatero, tras desplazar a María Teresa Fernández de la Vega.
Ya conocemos la historia: El PSOE se achicharró con el giro económico que asumió en mayo de 2010, sin apenas contestación en el partido ni en el grupo parlamentario, tal vez asumiendo que Zapatero sería el gran inmolado por la causa. No fue así. Rubalcaba fue elegido por el Comité Federal como el cabeza de lista socialista a las elecciones generales de 2011, lo que ayudó a extender que tenía alergia a las bases del partido. Protagonizó una campaña muy floja, que algunos atribuyeron a sus problemas de salud, y con la losa de la reforma del art. 135 de la CE pactada con el PP. A pesar de perder cinco millones de votos, decidió liderar el partido en la travesía del desierto que comenzó la noche del 20 de noviembre de 2011.
Dos meses después, ganó a Carme Chacón en el congreso del partido en Sevilla por 22 votos, logrados esa misma noche gracias a la actuación de algunos históricos del partido, y prometió liderar un nuevo proyecto desde la socialdemocracia una vez asumidos los errores de la última etapa del Ejecutivo de Zapatero. El partido se enfrentaba a una crisis de credibilidad que no ha hecho sino bajar enteros en un contexto de crisis económica y social, que tornó en un cuestionamiento total del sistema que salió de la Transición y de sus protagonistas.
A nivel interno, el PSOE salió de Sevilla dividido, tal vez no tanto en relación con el proyecto sino en cómo preparar a la organización para el nuevo tiempo. Esta fragmentación se ha ido plasmando en los relevos de las ejecutivas autonómicas, cada vez más lejos de Ferraz, como se demostró en el apoyo de los ‘barones’ a Susana Díaz para que diera el paso para liderar el partido. Hay quien sugiere que su mano está detrás de la candidatura de Eduardo Madina y su propuesta de «un militante, un voto», el último intento de ajustar cuentas con los líderes regionales socialistas.
En estos dos años, Chacón dejó de ser un problema pero, a cambio, Rubalcaba decidió situar al PSOE como un partido de Estado, lo que significó un intento de dignificar la política y la función de la representación. En la práctica, se plasmó en un tono didáctico, de recuperación de los principios socialistas con vocación europeísta, y con críticas al Gobierno matizadas por los acuerdos alcanzados por el bien de España y por cuestionamientos someros al cambio de régimen social por obra y gracia de las medidas aprobadas por el Ejecutivo ‘popular’. Los más significativos, los que han tenido que ver con la consulta soberanista (a pesar de que la postura del PSOE en absoluto muestra la cerrazón ante lo que ocurre en Cataluña que manifiesta el PP) y la negativa a cuestionar el modelo de Estado con la abdicación del rey, quién sabe si la última puntilla que le falbaba al PSOE.
El 26 de mayo anunció que se iba y su anuncio fue el inicio de la carrera por el liderazgo en un partido que intenta, en los últimos tiempos, rebajar el tono de los aparatos para intentar que prime la opinión de las bases. Lo que viene en adelante no es sencillo: La derrota aplastante en las europeas ha minado la confianza en las posibilidades de reconexión con la sociedad, lo que hace pensar que el PSOE no sólo no ha salido de la travesía en el desierto en la que lleva desde mayo de 2011, sino que afronta una situación aún más preocupante.
La organización, a nivel interno, proyecta escaso pulso capaz de reconstruir sus señas de identidad. Además, su análisis sobre la irrupción de Podemos como actor político en un contexto de fragmentación del voto en los caladeros tradicionales del voto socialista no hace sino confirmar que el partido está descolocado y que comete fallos incluso en su acercamiento a la realidad. Sospechamos que muchos miran aterrorizados a Grecia y a lo que le ha ocurrido al PASOK desde la renuncia de Papandreu en 2011.