Uno de los problemas que afronta la UE, desde su origen, fue la escasa implicación de una ciudadanía de un proyecto político que, por el pasado de sus socios, se vio necesitado a fijarlo sólo en la espera económica. Este pecado de origen es el que ha palpitado en la propia evolución de la CEE, como evidencia que tuviéramos que esperar a 1979, 22 años después de la firma del Tratado de Roma, para que los miembros del Parlamento Europeo fueran elegidos por sufragio universal, directo y secreto cada cinco años.
Desde entonces, esta institución, que es la que mejor y más directamente representa la soberanía popular, ha ganado poder, si bien aun no se puede comparar al que acumulan la CE (entendido como el poder ejecutivo de la UE) o el Consejo Europeo, la institución en la que están representados todos los jefes de Gobierno de Los 28 y que, tradicionalmente, ha sido el lugar donde se han tomado las decisiones importantes atendiendo a criterios cada vez más intergubernamentales.
Maastricht vino a suplir, en parte, esa carencia, que se plasma en la escasa empatía democrática entre la ciudadanía y el proyecto político de la UE, una tendencia que voló por los aires con la aprobación de los tratados sucesivos (especialmente Niza y Lisboa), que se camufló en parte con la adopción de la moneda única (a pesar de la devaluación interna en buena parte de los Estados que forman la Eurozona) y que ha terminado de cristalizar con la implosión de la crisis financiera en Europa.
Es sintomático que el presidente de la CE, Jean Claude Juncker, asegurara estos días que la UE no iba a hacer campaña por el no en el referéndum convocado en Grecia por el Gobierno que preside Alexis Tsipras para no incentivar el «voto patriótico» de los griegos. Sin saberlo, Juncker se abrazó a una de las rémoras que presenta el proyecto europeo y es la distancia entre la ciudadanía ante unas instituciones que siente muy lejanas y en cuya elección ni siquiera ha participado, instituciones que han tenido como único mantra la austeridad y el control del déficit cero, sin tener en cuenta el ciclo restrictivo de la economía (que explica, por ejemplo, por qué las recetas el Consenso de Washington no han funcionado para Grecia):
Es un escándalo que habrá que analizar en el futuro la manera en la que la Troika (formada por la CE, el FMI y el BCE) han gestionado la crisis financiera y la situación de los países rescatados. Recordemos que, de esas instituciones, sólo la CE tiene un cierto halo de representatividad del electorado (ya que sus miembros salen de los resultados de las elecciones al PE y deben ser ratificados por el Eurogrupo), un esbozo que se pierde en cuanto se repasa la lista de comisarios europeos (a la sazón, nuestros ministros).
Ya no estamos sólo ante los problemas de un proyecto europeo, el de la unión monetaria, que se comenzó por arriba, dando por supuesto que la existencia de una moneda común blindaría a todos los socios de los problemas que estamos viendo desde 2007. Directamente, asumimos que la unión política es sólo una quimera y que, en realidad, estamos compuestos por Estados nacionales, con intereses patrióticos, difícilmente contrapuestos a la frialdad de las cuentas que los tecnócratas europeos han exhibido con cada vez más alegría, como pueden contar los griegos o nosotros mismos.
Desde esta perspectiva, Juncker asumió un problema mucho más importante, sobre todo si Europa quiere algún día competir como bloque con EEUU o China: el sentimiento de pertenencia a un proyecto político (y económico, social y cultural) que merezca ser defendido en sentido patriótico. Ante este supuesto, Juncker tenía toda la razón: es imposible contraponer el llamado de Tsipras a defender la dignidad del pueblo griego frente a un proyecto que, en estos momentos, sólo exporta la frialdad de las cifras macroeconómicas, completamente al margen de cualquier conexión o empatía con las sociedades que pretenden regir.
CODA. Public Issue publicó este lunes los detalles demográficos de los resultados del referéndum de este domingo. Así, se confirma cómo las generaciones más jóvenes son las que mayor desafección muestran ante el proyecto europeo (85% a favor del no entre los menores de 25 años y por encima de la media entre los menores de 55 años. A partir de esa edad, el apoyo al no baja considerablemente, hasta el 44.9% de los meyores de 65 años):
Por ocupación, estudiantes (85,2%), parados (72.9%) y empleados del sector público (71.3%)son los que mayoritariamente votaron a favor del no.
Este apoyo al referéndum griego y la marcha de Antonis Samarás (ND) y Yanis Varoufakis (ministro de Finanzas) de la primera línea probablemetne explique el apoyo que todos los partidos griegos, excepto el KKE y Amanecer Dorado, han dado a Tsipras para que acuda este martes a Bruselas a negociar un acuerdo que ya huele a tercer rescate. Por el momento, el FMI ya ha mostrado disposición a «ayudar a Grecia» a pesar de que hace apenas una semana dio a entender que Atenas pasaba a ser un problema exclusivamente europeo.