La cercanía de las elecciones generales ha sido la ocasión propicia para notar un cambio en la comunicación de los políticos españoles. El milagro se ha producido y ahora es fácil ver a nuestros representantes en actitudes que, hasta hace un año, eran casi impensables. Este martes, la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, la misma que durante la legislatura se parapetó en la mesa del Consejo de Ministros para evitar dar explicaciones de los temas incómodos para el Gobierno -y no digamos ya para el partido-, acudió al plató de El Hormiguero, en Antena 3, para protagonizar una entrevista informal.
Pedro Sánchez, que abrió la veda hace un año protagonizando una entrevista con A trancas y a Barrancas, Soraya Sáenz de Santamaría intentó dejar a un lado su papel de abogada del Estado y persona gris en un gobierno de tecnócratas. Así, en un tono informal, contó que le gusta cantar «Como una ola», de Rocío Jurado, en los karaokes, que al presidente del Gobierno le gusta bailar en los eventos personales a los que acude y que, en definitiva, los políticos son personas de carne y hueso.
Para concluir la entrevista, Santamaría participó en el reto con el que el programa despide a sus invitados. En esta ocasión, la vicepresidenta del Gobierno tenía que interiorizar una coreografía con el tema de inicio del programa, un baile que compartió con Pablo Motos y cuatro hombres más. Evidentemente, todo estaba preparado de antemano:
Este momento, retransmitido por la cuenta del Ministerio de Vicepresidencia de Twitter, logró su objetivo: 4.7 millones de espectadores siguieron los pasos de Santamaría, que ya ha anunciado su disposición a participar en el programa de Jesús Calleja, Planeta Calleja, algo que ya antes hicieron Pedro Sánchez y José Luis Rodríguez Zapatero. Acercamiento de los políticos en estado puro.
Hace apenas un mes vimos cómo Miquel Iceta, cabeza de lista del PSC a las elecciones autonómicas, arrancaba la campaña electoral en Cataluña bailando a ritmo de Queen, algo que repitió sucesivamente en programas de televisión y en los mítines en los que estuvo acompañado o no del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que también se sumó a estos bailes.
No sabremos qué peso jugó ese baile en el resultado que lograron los socialistas el pasado 27 de septiembre, pero sí sospechamos que frenó la caída que aventuraban las encuestas sobre intención de voto: En una campaña tan bipolarizada, con los número 1 tirándose los trastos con esencialismos, Iceta ofreció la imagen de un político normal, capaz de reírse de sí mismo a pesar de la trascendencia que los demás partidos querían introducir a la hora de acudir a las urnas. Su principal problema, tal y como hemos señalado, fue la incoherencia entre este despliegue de su campaña con el tono oficial de sus vídeos y mensajes orquestados desde el partido.
Cercanía, pero sólo en campaña
No es la primera vez que hablamos de los movimientos estratégicos de los partidos para sacar a sus líderes de los despachos y ofrecer una imagen cercana de los mismos. Hace un año, un desconocido Pedro Sánchez realizó un tour por diversos programas de entretenimiento con un objetivo: Darse a conocer e intentar acortar la distancia, en términos de liderazgo, con rivales como Mariano Rajoy o Pablo Iglesias. Sobra decir que Ferraz consiguió su objetivo y que Sánchez comenzó a ser reconocido, y valorado, gracias a exposiciones televisivas dirigidas precisamente a un electorado que no sigue la actualidad político o que la sigue de forma muy parcial.
Ésta es la filosofía que está detrás de las exposiciones que, por obra y gracia del batacazo de las elecciones locales y autonómicas, comenzó a realizar el presidente del Gobierno: Imágenes en un entorno privado, difusión de imágenes de la cúpula del PP en la boda gay de Javier Maroto (pese a que el partido recurrió ante el TC la ley aprobada por el primer Ejecutivo de Zapatero) y mucha presencia en bares, una de las señas de identidad del equipo de comunicación que sustituyó a Carlos Floriano y María Dolores de Cospedal. Así, ha sido habitual ver fotografías de Rajoy tomando cañas o comiendo de menú en restaurantes. Por si acaso, y para que no se pierda el ritmo, el PP de Madrid ya ha anunciado que trasladará parte de la campaña a los bares de la ciudad para convencer a los jóvenes.
Todo forma parte da una misma estrategia: Acercar a los dirigentes del PP a una calle más proclive a recibir con los brazos abiertos a Pablo Iglesias, Albert Rivera e incluso Pedro Sánchez. Génova busca así romper con uno de los problemas más graves que ha tenido el PP en esta legislatura: La ausencia de una poltica de comunicación mínimamente orquestada y la falta de empatía hacia la mayoría de los que han sufrido y sufren las consecuencias de la crisis. Es decir, una falta de relato que hicieran llevaderas las políticas de ajuste y de recorte del gasto social que hemos sufrido desde el primer Consejo de Ministros presidido por Rajoy, un problema que se agudizó cuando comenzaron a estallar los casos de corrupción que afectaron a su cúpula y barones territoriales.
No es la primera vez que se intenta algo parecido. Durante estos años, hemos visto la aparición de Miguel Arias Cañete o de Esperanza Aguirre en El Hormiguero con motivo de sus respectivas citas electorales. El problema, en ambos casos, era de base: Tanto Cañete como Aguirre eran candidatos suficientemente conocidos por el electorado, muy acostumbrado a los gestos campechaños de la lidereresa de Madrid o a las salidas de tono del ex ministro de Agricultura con motivo de la crisis de las vacas locas o la caducidad de los productos perecederos. De ahí el escaso rédito objetivo que se obtuvo de sus apariciones en estos programas y que revierte en las dificultades del PP en mantener una relación mínimanente empática con la ciudadanía.
No es casualidad que el Gobierno haya elegido a Santamaría como una de las artífices de esta nueva manera de comunicar cercanía: Controla una cartera de la que dependen casi todas, ha presidido los comités de crisis que han aparecido durante la legislatura y ha sido una de las caras menos expuestas a los medios de comunicación a pesar de que los grandes grupos le deben su supervivencia financiera. Pura materia gris en un gabinete que no ha brillado precisamente por su impulso político, lo que hace pensar en las opciones de que Santamaría sea el recambio si, cosa improbable, Mariano Rajoy decide no presentarse a las elecciones generales.
La exhibición de Santamaría representa el más grave de los problemas que afrontan los políticos españoles en general y del PP en particular para hacer creíble esta humanidad impostada: Llegan a ella por motivos como la necesidad de ser conocidos entre un electorado al que se pedirá el voto o por necesidad imperiosa de evitar un descalabro aún mayor en las urnas.
Sin embargo, la aparición televisiva de la vicepresidenta del Gobierno ha sido uno de los temas más comentados durante la semana en informativos, tertulias teóricamente políticas y programa de entretenimiento, por lo que, en la práctica, el Ejecutivo ha controlado la agenda en una semana muy complicada en uno de sus flancos más débiles: la corrupción. Esta semana se han sabido nuevos detalles que salpican a Rodrigo Rato, que ha visto cómo su testaferro ha ingresado en prisión.
A pesar de las informaciones sobre el hombre poderoso de los Gobiernos de Aznar, vendido como el hombre del milagro español, el país ha hablado de Santamaría y de sus bailes, un hecho que los periodistas menos hooligans han recibido como un aviso de que, seguramente, las encuestas que maneja Génova son aún peores de lo que aventuran los sondeos publicados y por eso necesitan acercarse un target electoral que les da la espalda: El electorado más joven, que es el que ve este tipo de programas.
CODA. Durante estos días, se ha comparado la estrategia de Génova y Moncloa para humanizar a sus políticos con lo que se hace en EEUU. En general, se obvia una razón de peso que propicia que lo que se hace en España roce el ridículo frente a la naturalidad con la que los políticos estadounidenses lidian con los medios de comunicación: En EEUU, este tipo de actitudes son algo habitual y, lo que es más importante, se ejecutan sin necesidad de que el país esté a las puertas de unas elecciones cruciales.
El intento de humanizar a los políticos y de mostrar cómo éstos se parecen al ciudadano medio es continuo, y eso explica por qué todos intentan acudir a los late nights a mostrar sus artes bailando, cantando o imitando a otros personajes. Sirva como ejemplo de lo que señalamos la intervención de Michelle Obama con Jimmy Fallon, en febrero de 2013 [las presidenciales habían sido en noviembre de 2012]:
Planteamos un ejercicio: Sustituyamos a Santamaría por Albert Rivera, el político español que, seguramente, mejor maneje sus apariciones en los medios de comunicación, sobre todo en televisión. Este baile, protagonizado por el líder de C’s, quedaría más natural y menos forzado que en la persona de Soraya Sáenz de Santamaría precisamente porque, atendiendo a su evolución, no chocaría este guiño gracioso al electorado.
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