En la práctica, no fue así, pero los movimientos desde la noche electoral insisten en una única idea: Los socialistas pasan por ser la formación que mayor coste electoral recibe del 20D por no haber conseguido, por un lado, ganar al PP tras una legislatura basada en recortes del Estado de bienestar y en la corrupción en el epicentro de la sede de Génova 13 y, por otro, ante la evidencia de que Podemos le pisa los talones como el principal partido de la izquierda española.
Esta percepción se ha confirmado por el foco que los socialistas han decidido poner en los asuntos del partido. Dos semanas después de las elecciones, toda la atención mediática sigue puesta en el PSOE y en los movimientos internos que apuntan a una fractura entre la Ejecutiva de Pedro Sánchez y el resto del partido, una realidad que no puede tapar ni siquiera la sospechosa campaña a favor del secretario general en Twitter durante las dos fechas clave en el culebrón socialista.
Reuniones con los líderes territoriales
El domingo, Sánchez se reunió con los barones del partido en un encuentro privado que se celebró en Ferraz. Encuentro privado convenientemente filtrado a la prensa, que hizo guardia a las puertas de la sede del partido durante toda la tarde del domingo. Finalmente, se contó que se había pactado una tregua para no romper el partido: Se gana tiempo en torno a la idea de celebrar el congreso del partido cuando toca (en febrero) y a cambio el Comité Federal aprobaría la política del partido en torno a los futuros pactos con otras fuerzas políticas. Así, Pedro Sánchez sólo podrá sentarse a hablar con Podemos o con cualquier otro partido después de que renuncien a su exigencia de que el PSOE acepte la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña.
De acuerdo con el diario El País, los barones siguen presionando en torno a la idea de celebrar el congreso del partido este mes de febrero y no en primavera, como desea la dirección del partido. Según un líder autonómico preguntado por el periódico, la tesis que defienden Susana Díaz, Javier Fernández, Emiliano García-Page, Guillermo Fernández-Vara y Javier Lambán se sintetiza en esta idea: «Si hay elecciones, lo lógico es que se vuelva a hablar de candidatos electorales y eso tiene que producirse en un congreso del partido». Y eso es, precisamente, lo que la Ejecutiva de Sánchez quiere evitar a toda costa ante la evidencia del ajuste de cuentas que parecen haber emprendido las federaciones.
El lunes, el Comité Federal del partido las líneas generales de la resolución pactada por los barones territoriales en relación a los pactos: «La autodeterminación, el separatismo y las consultas que buscan el enfrentamiento sólo traerán mayor fractura a una sociedad ya de por sí divida. Son innegociables para el Partido Socialista y la renuncia a esos planteamientos es una condición indispensable para que el PSOE inicie un diálogo con el resto de formaciones políticas».
Sánchez obtiene una tregua
La resolución del Comité Federal permitió que Ferraz pudiera vender el cierre de la crisis abierta tras las elecciones generales, algo que merece muchos matices. Desde el lunes, se habla de la derrota de Susana Díaz, que lideraría el movimiento interno que apunta a celebrar el congreso del partido cuando toca. También se han sucedido filtraciones sobre la intervención de Eduardo Madina ante los suyos y se habla de un nuevo acuerdo entre los barones territoriales que mejor parados salieron de la cita en las urnas: Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía. El PSOE como partido del sur, tal y como publicaba hace ya algunos meses Enric Juliana en el diario La Vanguardia.
Tras unos resultados malos pero mejor de lo esperados en las últimas semanas de campaña, esta semana ha puesto en evidencia la debilidad del PSOE desde el plano orgánico, es decir, aquel que le ha permitido aguantar como segunda fuerza a pesar del avance de Podemos.
Hace unos días, incluso Patxi López admitió el «espectáculo lamentable» que se estaba dando como partido: «No es lo mismo hacer un Congreso si gobierna el PP, el PSOE o si hay unas nuevas elecciones. Por eso debiéramos hacerlo con estas incógnitas despejadas y con ciertas certezas porque un congreso también es un periodo de cierta reflexión. Retrasar dos meses un congreso no significa una hecatombe. Ésa es la discusión que tendremos que abrir en un próximo Comité General porque todo este especie de espectáculo que estamos dando públicamente me parece lamentable en términos del partido socialista». Sea como fuere, esta forma de proceder podría tener más consecuencias de lo que parece hoy.
Dos semanas después del batacazo recibido por el PP, hoy apenas nadie se acuerda de que la lista que encabezó Mariano Rajoy perdió 3.6 millones de votos y 63 diputados; tampoco que uno de sus diputados, Pedro Gómez de la Serna, recogió el acta de diputado por Segovia mientras se multiplican las informaciones sobre el cobro de comisiones a empresas españolas por sus contratos en el extranjero; y mucho menos de la dificultad del PP para volver a formar gobierno, algo que sólo ocurrirá en el caso de que pacte una gran coalición con el PSOE o que logre que los socialistas se abstengan en la sesión de investidura de Mariano Rajoy. Un acuerdo a la alemana, con C’s, es la opción que ha defendido en público el presidente del Gobierno en funciones tras las primeras reuniones con los líderes de las tres fuerzas más votadas en las generales.
Dos semanas después de las elecciones, hoy casi nadie habla del fracaso de C’s, que afrontaba los comicios con dos ideas: Obtener un buen resultado, por delante de Podemos; y ser clave en la constitución del futuro Gobierno. Los 40 diputados que logró en las urnas le permite tomar la iniciativa pero, en ningún caso, ser clave en la formación del Gobierno como ocurrió tras las elecciones autonómicas en Murcia, La Rioja o Madrid.
Quince días después de las elecciones, queda confirmado que el epicentro que decidirá si en mayo volvemos a tener elecciones generales o no pasa por el PSOE en un momento en el que las costuras del partido han saltado por los aires y exhibe la mayor debilidad desde la restauración democrática. Ni siquiera en los tiempos de Joaquín Almunia en 2000 o ante la marcha de José Luis Rodríguez Zapatero en 2011 el partido había mostrado este nivel de autodestrucción, aderezado con un retroceso de sus expectativas electorales.
A estas alturas, resulta evidente que Podemos le ha ganado la partida en al menos tres sentidos: En fijar una línea roja que le permite ganar tanto si el PSOE acepta su propuesta sobre Cataluña como si no; en aparecer como el partido que puede vertebrar España desde la periferia (y ahí están sus resultados en Euskadi, Galicia, Cataluña o Comunidad Valenciana); y ante la posibilidad de una nueva cita electoral en la que pudiera sumar los votos que el pasado 20 de diciembre obtuvo IU y los de los electores desencantados con el enésimo traspié del PSOE, que no aprende el coste político que en España tiene la división interna de los partidos.
Es decir, Podemos ha tomado la delantera al PSOE, que debería estar jugando este papel haciendo valer los 90 diputados que obtuvo en las elecciones generales. Ferraz debería ser quien, en su primera valoración de los resultados, fijara sus líneas rojas para obligar al PP a traspasarlas o a asumir la responsabilidad de una falta de acuerdo que garantizara la gobernabilidad. Sobre todo ante la situación de bloqueo que llega desde Cataluña, donde el PSC podría ser uno de los partidos que se beneficien de un eventual adelanto electoral si la CUP veta la investidura de Artur Mas como presidente de la Generalitat.
Sin embargo, para eso habría que realizar un análisis a medio plazo por parte de unos líderes que, a día de hoy, parecen sólo pendientes de mantener su cuota de poder y en dirimir cuentas del pasado.
CODA. Hace una semana, Enric Juliana publicó en La Vanguardia El PSOE ante su abismo, un texto que Ferraz y sus federaciones deberían leer con atención. Extraemos dos párrafos:
Las otras piezas le miran con asombro. El Partido Popular, en riesgo, en peligro, a un paso del jaque, después de un retroceso vertiginoso – 2,5 millones de votos y 63 diputados desaparecidos–, observa la escena con extraña tranquilidad mineral y una ligera sonrisa entre las barbas del presidente del Gobierno en funciones. Ciudadanos, que esperaba más, mucho más, ha logrado que no le cuelguen la etiqueta de la promesa decepcionante. Podemos, que aún tiene mucho que aprender después de su gran resultado, está demostrando una mayor capacidad de iniciativa, elevando el precio de su muy hipotético apoyo a una investidura socialista.
Los dirigentes de Podemos sueñan con el Pasok (el viejo partido socialista griego desbordado por Syriza). Y algunos cuadros socialistas de la España periférica, también. La competición entre un PSOE analógico, atrincherado en el Sur y fortificado en las ciudades pequeñas y los pueblos, y un Podemos digital que ha superado a su veterano competidor en la gran mayoría de los municipios de más de 100.000 habitantes, bien conectado con los jóvenes, y con una inteligente estrategia pronacionalidades (artículo 2 de la Constitución), que coge con el pie cambiado a los socialistas catalanes, vascos y gallegos, se está convirtiendo en una de las piedras angulares de la política española.
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