Sánchez pierde su segunda votación y entra en la Historia

Pedro Sánchez, que trató de hacer Historia al postularse como candidato a presidente del Goiberno a pesar de que su partido no ganó las elecciones generales, se ha convertido en el primer candidato a la presidencia que pierde la segunda votación en el Congreso de los Diputados.

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Este viernes, se confirmó la noticia: a pesar de los llamamientos a la responsabililidad y a descabalgar a Mariano Rajoy del cargo de presidente en funciones, sólo votaron a favor de la candidatura de Sánchez los 90 diputados de su partido, los 40 de Ciudadanos y la diputada de CC (que se abstuvo en la primera votación). Así, el secretario general obtuvo 131 votos a favor y 219 en contra del Pleno del Congreso.

Desde hace años venimos hablando de la crisis de representación política y de una brecha de la sociedad con los partidos tradicionales. Esta doble crisis conllevó un cuestionamiento del régimen que nació de la Constitución de 1978, la aparición de nuevos partidos y la transformación de programas políticos que tratan de ofrecer alternativas distintas a las que hemos conocido desde la restauración democrática en los años 70.

Desde 2011, vemos una transformación política de alcance, con la desaparición de actores que garantizaron, durante años, el statu quo (el caso más llamativo, el de CiU). Merece la pena reseñar la posición de los nacionalismos periféricos, independentistas o no, que por primera vez han preferido no servir de muleta al candidato de turno de PP y PSOE en el Congreso de los Diputados.

Por otra parte, hemos asistido a la propia cristalización de Podemos o la emergencia, en apenas dos años, del fenómeno C’s en clave nacional, dos partidos que han disputado la hegemonía a PP y PSOE. Su fuerte descrédito entre el electorado se ha visto acompañado por una renovación de elites de facto, ya veremos si con vocación de permanencia o no.

PNV, ERC y DiL optan por el no a Sánchez

Los socialistas fijaron como líneas rojas una hipotética negociación con los independentistas catalanes, que tienen como eje central de su programa cambiar el estatus político de Cataluña. Sí se abrieron negociaciones con el PNV, con el mismo resultado alcanzado con ERC y DiL: Los diputados del PNV no sólo no se abstuvieron en segunda votación (una teoría que circulaba desde hace algunos meses, al calor de una hipotética buena relación entre Sánchez e Iñigo Urkullu), sino que votaron en contra en la segunda votación.

En el caso catalán, el conflicto abierto desde, al menos, 2012, ha descendido decibelios en los últimos meses, aunque en la Cámara Baja se siguen escuchando los argumentos habituales en torno a la necesidad de una Cataluña independiente.

Si miramos a Euskadi, tendremos que contar con dos realidades: 1) la cercanía de las elecciones autonómicas en las que la competición queda centrada en tres fuerzas políticas: PNV, Podemos y EH-Bildu. Y 2) la puesta en libertad de Arnaldo Otegi, hace unos días, un activo que podría ser más importante de lo esperado en la larga precampaña electoral que se avecina, tal y como hace pensar la sobreexposición mediática del líder de la izquierda abetzale desde su salida de prisión.

Los mensajes dirigidos a Podemos parecen indicar que Bildu ya tiene claro cuál es su adversario político y, quizás, trata de recuperar el lugar perdido desde 2014 con un discurso que incida en el eje nacional. Más en la línea de lo que se ha hecho en Cataluña y menos en la posición del partido durante el Gobierno Urkullu.

Podemos y la batalla por la izquierda

Tras la firma del acuerdo entre PSOE y C’s, la atención se puso, sobre todo, en la estrategia que adoptaría Podemos, a quien se pretendió situar como el extremo opuesto al PP y como parte del problema de que Mariano Rajoy siga como presidente en funciones. Días después de la firma, con las discrepancias en relación al contenido que hemos visto y tras la intervención de Pablo Iglesias, quedó claro que Podemos no tiene ningún interés, a día de hoy, de participar en ningún simulacro de apoyo al PSOE, por mucho que Ferraz ofreciera acuerdos dirigidos a Podemos y a sus confluencias a última hora.

Con el fracaso de Sánchez de este viernes, queda claro que la formación morada ha visto abierta una brecha de oportunidad (como la que en enero de 2014 le hizo constituirse como partido para concurrir a las elecciones al PE) y que la jugada le puede terminar saliendo bien si Iglesias modera el contenido de algunos de los mensajes que pronunció la pasada semana.

Por primera vez desde la Transición política, hay un partido que puede disputarle al PSOE su lugar como partido hegemónico del centroizquierda y en ese camino es muy fácil que se encuentre con Unidad Popular y su millón de votos. Si, además, en los dos meses que faltan para agotar el plazo que obligaría a volver a convocar elecciones, el PSOE consigue el apoyo del PP, activo o pasivo, Sánchez puede convertirse en presidente del Gobierno pero su partido puede quedar achicharrado tras confirmar muchas de las acusaciones vertidas en los últimos años: Su eterno giro a la derecha y la preferencia por cambios que no alteren lo substancial.

El peligro de unas nuevas elecciones…

Los sondeos sobre intención de voto señalan que si se convocaran elecciones el próximo 26 de junio veríamos que no habría grandes movimientos electorales. Es probable que aumentara la abstención pero, en las grandes tendencias, los principales partidos políticos se moverían en los umbrales cosechados el pasado 20 de diciembre.

Hay alguna excepción a tener en cuenta, como el aumento de escaños si Podemos y Unidad Popular decidieran concurrir juntos, o C’s, que podría ganar más votos gracias a la posición exhibida durante el proceso de negociación y a la situación política que vive el PP por la corrupción y por haber cedido la iniciativa al PSOE.

La sospecha de que no habría grandes modificaciones y de que casi todos podrían salir mal parados en el caso de repetirse los comicios, hace pensar en un acuerdo de última hora. No en vano, tanto socialistas como C’s anunciaron este sábado que comenzarían a reunirse conjuntamente con el resto de formaciones políticas con representación parlamentaria con el fin de llegar a un acuerdo que finalmente dé la investidura a Sánchez.

Este supuesto no resulta tan descabellado como hacen pensar las intervenciones de los últimos días. A pesar de la histeria mediática y de las apelaciones históricas, queda claro que existe una escenificación de la diferencia que, en la práctica, no ha sido así durante los últimos 40 años, como evidencian las firmas de los grandes acuerdos de Estado.

Los principales actores políticos fueron capaces de acordar un texto constitucional en 1978 que fue sacralizado en los años posteriores. Junto con los agentes sociales, firmaron los Pactos de Toledo y la entrada de España en la CEE y en la OTAN sin apenas desgarro. La tercera vía abierta por Felipe González en los años 80 se implantó sin traumas (a pesar de la contestación social) y la victoria electoral del PP se asumió con tranquilidad (igual que su acuerdo con los nacionalistas periféricos). Se aprobó la Ley de partidos, el pacto antiterrorista y, últimamente, la reforma del art. 135 de la CE y el pacto antiyihadista, y todo ello ha sucedido con más o menos contestación social, pero no suficiente para hacer modificar la postura inicial. El 15M y la aparición de Podemos certifican esa impresión.

Tras lo ocurrido el viernes en el Congreso, hemos visto cómo hay cierta pugna entre los que abogan por que siga todo ese engranaje institucional (y ahí destacan los llamamientos a la responsabilidad y a los acuerdos de Estado) y los que parecen dispuestos a cuestionar toda una cultura política heredada de nuestro proceso de Transición. De ahí que, en el momento de elaboración de este post, resulte creíble pensar en un acuerdo ala catalana para lograr la abstención del PP, partido que, desde hace semanas, debe estar purgando la decisión de Rajoy de no intentar su investidura cediendo todo el protagonismo a Pedro Sánchez.

Acerca de llegalaultima

Politóloga y periodista en transición
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