Se cumple el guión. Este martes, el Rey no formuló al presidente del Congreso, Patxi López, ninguna propuesta de candidato a la Presidencia del Gobierno. Tras concluir la ronda de consultas con los portavoces parlamentarios, se confirmó el bloqueo político que, salvo sorpresa de última hora, conducirá la país a la repetición de las elecciones generales el próximo 26 de junio.
En sus respectivas comparacencias, los líderes de PP, PSOE, Podemos y C’s ya mostraron las líneas maestras de sus respectivas campañas electorales, que se afronta con llamamientos a la austeridad y a reducir el gasto en lo que sea posible. Una contradicción en sí misma si tenemos en cuenta que la fiesta ya ha comenzado y que, en las próximas semanas, volveremos a ver cómo funcionan las maquinarias de los partidos ante unas elecciones que ya se perciben como una segunda vuelta de las celebradas el pasado 20 de diciembre.
Han pasado cuatro meses desde que las urnas certificaron que España había pasado de un sistema de bipartidismo imperfecto a un Parlamento fragmentado que obligaba a negociar y a buscar acuerdos para la gobernabilidad del país. Por eso, y aunque se planteen las elecciones del 26J como una segunda vuelta en la que tienen la oportunidad de reconducir el enfado con el que los votantes se pronunciaron el 20D, afrontamos el proceso de forma diferente. Al menos esta vez queda meridianamente claro que el nuestro es un sistema parlamentario (no presidencialista) y que las mayorías parlamentarias determinan el futuro gobierno.
Las artes del parlamentarismo
El electorado ha podido ver, durante meses, cómo funciona el juego parlamentario y cómo, más allá de estrategias y golpes de efecto, finalmente no ha sido posible acordar institucionalmente lo que el electorado decidió en las urnas. Ese hastío, además, se complementa con una pérdida de la inocencia de casi todos los protagonistas, algo que puede terminar beneficiando a Mariano Rajoy.
El cabeza de lista del PP el 20D, y previsiblemente ante el 26J, es posiblemente el líder que menos pelos se ha dejado en la gatera durante estos meses. Desde que se abrieron las urnas el 20D, su propuesta fue la de un Gobierno de gran coalición o la de la repetición de las elecciones. El hecho repetir comicios llena de razones su estrategia, sobre todo si tenemos en cuenta que los sondeos sobre intención de voto apuntan a que el PP podría rozar el 30% de representación.
De acuerdo a su leyenda, Rajoy ha dejado hacer y, con ello, ha provocado que sus rivales se cuezan en su propia salsa. Así, se presentó a las elecciones siendo el candidato más veterano y, al margen de los problemas del PP con la corrupción, estos meses han sido un ejemplo de cómo sus rivales directos, a pesar de su juventud, han desplegado altas dosis de ambición a cualquier precio, algo que se puede achacar, sobre todo, a Pedro Sánchez, que ha terminado abrasado.
El secretario general del PSOE, que tuvo siempre muchas dificultades para ser percibido como líder solvente, afronta estas semanas con el peso de haber vinculado en exceso su futuro a C’s, el partido que tiene al líder mejor valorado aunque su partido se vincule al centro derecha, de acuerdo al último barómetro del CIS. Una buena parte del electorado compra, desde hace meses, la idea de que C’s es el partido del sentido común y que actúa con sentido de Estado. Ha sabido sacar rédito de sus más que modestos resultados en las urnas y, según los sondeos, es un partido que está claramente en ascenso.
El PSOE, en su laberinto
El martes, Mariano Rajoy transmitió al Rey que sólo tenía 123 diputados (122 si eliminamos a Gómez Bermúdez) para optar a la investidura mientras que Pedro Sánchez alegó que sólo disponía de 131 votos a favor, después de haber protagonizado el sainete del día: A primera hora de la mañana, Compromís hizo llegar a Ferraz el borrador de un acuerdo para desbloquear la situación, texto que los socialistas aceptaron casi en su totalidad (27 de sus 30 propuestas) y que volvió a transmitir la idea de que Pedro Sánchez estaba dispuesto a pactar con quien fuera para poder salvar la cabeza, algo de lo que son conscientes incluso sus compañeros de partido.
El PSOE tuvo un pésimo resultado el 20D, a pesar de la interpretación alucinada que hizo Ferrazla misma noche de autos. El partido no se percibe como un proyecto ilusionante y orgánicamente, está hecho trizas. La gestión de Sánchez ha agudizado los problemas que en su día ya se manifestaron bajo el mandato de Alfredo Pérez Rubalcaba, con un añadido: El equipo actual ha trabajado mucho el marketing y los golpes de efecto y muy poco la política, la ideología o, simplemente, el funcionamiento del partido como una maquinaria orgánica, que es lo que es (y que fue lo que finalmente le salvó de tener unos resultados peores el 20D).
Hoy, Sánchez sigue sumando problemas en su contra: un liderazgo muy débil que ha quedado desgastado tras la exhibición de que Sánchez quería gobernar casi a cualquier precio; contestación interna que, de nuevo, comienza a filtrarse a la prensa; nuevas informaciones que indican que Susana Díaz será el futuro del PSOE tras el 26J; y la sospecha de que Rivera le ha ganado por el centro y que Iglesias podría presionarle aun más por su izquierda.
Si tenemos en cuenta los últimos sondeos sobre intención de voto, los socialistas no mejorarían los resultados obtenidos el pasado 20D, lo que parece indicar, como hemos señalado en otros momentos, que el suelo y el techo electoral del PSOE están demasiado cerca. En las últimas elecciones nadie compró la euforia ante el «resultado histórico» que Sánchez y su equipo quisieron transmitir, por lo que si el 26J concluye con unos resultados parecidos, la puerta de salida estará bien marcada por dos razones: Por la incapacidad de proyectar liderazgo y proyecto de país tras haber liderado las conversaciones para la investidura; y por la incapacidad para atraer el voto desencantado que, de acuerdo a casi todos los sondeos sobre intención de voto, tiene Podemos.
Estamos a las puertas de volver a repetir unas elecciones generales que ya no se afrontan de la misma manera que el 20D. Ha quedado claro que la supervivencia política de Pedro Sánchez y de su equipo dependía de su capacidad para poder ser presidente del Gobierno o ser decisivo en la formación del Gobierno en el caso de haber dejado que el PP explorara esta posibilidad. Con unos resultados desastrosos, Sánchez tenía al PSOE en el centro de todos los caminos, una posición que conllevaba sus riesgos y que podía provocar la consecuencia que nadie deseaba: Que Podemos pudiera quedar como segunda fuerza parlamentaria, por delante del PSOE.
Hace unos días escribimos a propósito de la confluencia entre Podemos y Unidad Popular en una sola organización política en las próximas elecciones generales. Las declaraciones de Pedro Sánchez tras su conversación con el Rey confirmó que Ferraz ha entrado en modo pánico ante esta posibilidad, lo que explica el intento de situar a Podemos y al PP como una pinza que comparte intereses: Evitar el Gobierno del cambio en la persona de Sánchez.
Veremos si este argumentario triunfa en las próximas semanas entre un electorado que, además de hastiado con la escenografía a la que hemos asistido en estos meses, no presenta incentivos para engancharse a un proyecto ilusionante, lo encabece éste Mariano Rajoy o Pedro Sánchez (los dos partidos tradicionales). Y sólo cabe recordar que, a pesar de los problemas exhibidos durante estos meses por Podemos, a la formación morada se le dan bien las campañas electorales.