Trump y el éxito del discurso antiestablishment

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Hace apenas una semana se aclararon las primarias a la nominación de cara a las elecciones presidenciales en el Partido Republicano. Tras las primarias de Indiana, Ted Cruz anunció su retirada de la carrera presidencial y un día después John Kasich siguió su camino. A pesar de las maniobras del Grand Old Party (GOP) en las últimas semanas, con un nada despreciable apoyo al senador por Texas y esperanza blanca del Tea Party, Donald Trump será el hombre que en noviembre se mida a Hillary Clinton, la gran favorita del partido demócrata a pesar de los (inesperados) éxitos de Bernie Sanders.

La victoria de Trump, que sigue siendo un quebradero de cabeza para el GOP, se entiende como el éxito de un candidato ajeno al aparato del partido en la actualidad (salvo en su posición de donante habitual). Si lo relacionamos, además, con las dificultades que Hillary Clinton está teniendo para conseguir la retirada de Sanders, queda claro que las elecciones del próximo mes de noviembre puede ser las más extrañas de las que hemos vivido en EEUU en las últimas décadas, con intentos de la candidata demócrata por atraerse  a los republicanos moderados (y veremos quizás a Trump tratando de seducir al votante demócrata más contestatario).

Si descontamos el tono faltón y los argumentos de brocha gorda defendidos por Trump durante las primarias republicanas, es indudable que el magnate ha sabido conectar con una parte muy importante de la militancia del GOP, muy crítica con el modelo de país que dejará Barak Obama. Como apuntábamos hace unos días en relación al avance de la ultraderecha en buena parte de los países europeos, desde hace años existen señales que indican que amplias capas de población (y de votantes) no se siente representada por las opciones defendidas por los partidos tradicionales del sistema político y que comienzan a acercarse a posiciones que sobresalen de las líneas de lo políticamente correcto.

Durante estos meses, hemos visto en las presidenciales de EEUU cómo Sanders se ha definido como socialista y cómo ha contrapuesto el discurso del pueblo con el del establishment (que estaría más cerca de Clinton). También Trump decidió acomodar sus mensajes a un target muy particular: El de los trabajadores blancos, incómodos con la proyección de minorías étnicas y que comparten (cuando no defienden) ideas como la famosa construcción del muro que separe EEUU de México o hacer que el país vuelva a ser una potencia industrial. Es decir, ha enganchado con el discurso que el estadounidense de la llamada América profunda estaba deseando escuchar en boca de un líder político, aunque eso no le garantice llegar a la Casa Blanca.

La victoria de Trump en las primarias republicanas presenta otra arista importante: el papel jugado por los grandes medios de comunicación, que pasaron de minusvalorar la campaña del multimillonario a ridiculizarla para ahora sorprenderse de su éxito. La consecuencia, como se vio la semana pasada, fue un respaldo todavía más importante entre las bases republicanas, lo que ha servido para hablar directamente de un divorcio entre el ciudadano medio y los medios (percibidos como parte del engranaje del establishment).

Este domingo, La Vanguardia publicó una pieza interesantísima sobre el debate abierto en los medios de comunicación sobre la posibilidad de que casi nadie viera venir el síntoma Trump. Destacamos esta reflexión de Glenn Greenwald y Zaid Jilani: «Los periodistas influyentes llevan una vida muy distinta de la masa de votantes en cuyo nombre se creen que pueden hablar. También suelen tener intereses diferentes, incluyendo una inclinación a preferir la preservación del statu quo (y para ver el statu quo de manera más favorable ) que los que se han visto menos recompensados por el statu quo».

Estamos, pues, ante el mismo debate que escuchamos hace unas semanas en Podemos o el que plantea Owen Jones en su libro The Establishment. La casta al desnudo (Seix Barral, 2015). Jones, una de las voces más críticas del Reino Unido contra el funcionamiento del sistema democrático y político, realiza un repaso por las formas en las que la elite británica emplea todos los resortes del poder para mantener su posición.

En el apartado referido a los medios de comunicación, plantea la existencia de una prensa libre de la intervención directa del Gobierno pero no prensa libre y lo justifica así: «La mayoría de los grandesmedios de comunicación los controla un número muy reducido de propietarios movidos por intereses políticos, cuyo control de los medios es una de las formas más devastadoramente eficaces de poder e influencia políticos de la Gran Bretaña».

En el caso de las primarias republicanas, el periodismo ha visto cómo su poder de influencia sigue mermando en gran medida por la apertura de otros cauces de acceso a la información (aunque ésa sea sesgada y/o de mala calidad). Trump ha orquestado su campaña precisamente en plataformas ajenas a los medios, con especial relevancia de Twitter, partiendo de un supuesto: Sus mensajes incendiarios (también contra los medios) serían recogidos por los programas de televisión que, en EEUU, como en España, sigue siendo el medio con el que los ciudadanos acceden a la información política.

Acerca de llegalaultima

Politóloga y periodista en transición
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