Por tercera vez en año y medio, Francia se convirtió este jueves por la noche en el epicentro de la atención informativa y sentimental de Occidente. En plena fiesta nacional, con las calles llenas de ciudadanos, un hombre empotró un camión de grandes dimensiones contra la multitud que esperaba el inicio de los fuegos artificiales que conmemoran la toma la Bastilla en 1789 en la ciudad de Niza, en plena costa Azul. En el momento de elaboración de este post, la cifra oficial hablaba de 84 fallecidos y 50 personas en estado crítico, por lo que es muy probable que la cifra de víctimas suba en los próximos días.
El atentado tuvo lugar en una fecha señalada, con buena parte del país disfrutando de un largo puente. De ahí que Niza estuviera abarrotada de turistas, franceses e internacionales, y que pronto trascendiera la noticia que apuntaba, en un primer término, a un accidente. Esta versión fue inmediatamente sustituida por la habitual en pleno contexto de psicosis occidental hacia el terrorismo yihadista: Todo apuntaba a que la acción había sido intencionada y que el camión se había echado encima de la multitud con la intención de causar el mayor daño posible.
Ésta fue la tesis a la que pronto se abonaron los principales medios de comunicación españoles, que señalaron directamente incluso la autoría de la acción: el Estado islámico. La organización, en un contexto de rivalidad total con Al Qaeda y otros grupos minoritarios, se ha convertido en el hombre del saco por la efectividad con la que estarían consiguiendo actuar tanto en Francia como en Bélgica. Todo ello con el consiguiente foco en el seguimiento de los retornados (combatientes nacionales que se han formado en la guerra de Siria e Irak y que vuelven a sus países de origen para iniciar un periodo de letargo hasta recibir órdenes) y, sobre todo, en sus servicios de inteligencia (y la descoordinación europea de facto).
Desde Francia, primero, y la mayoría de países, se puso el acento en que todo apuntaba a que podría tratarse de una nueva acción terrorista de corte yihadista, la tercera que ocurre en suelo francés en año y medio tras los atentados de París, el pasado mes de noviembre, y contra la revista Charlie Hebdo, pero sin confirmar. Ésta fue la primera valoración que realizó el presidente de EEUU, Barak Obama, que se sumó a la condena de lo que parecía un atentado yihadista, una tesis que una buena parte de periodistas españoles ni siquiera contemplaron.
Ésta fue la interpretación que se dio en los especiales informativos que interrumpieron la programación habitual de casi todas las cadenas y, especialmente, el enfoque del especial informativo que hizo Al Rojo Vivo, en La Sexta, con atribución del atentado por parte de Antonio García Ferreras a DAESH, con recado incluido al trabajo de los «servicios secretos belgas, que dejan mucho que desear».
De madrugada, el presidente francés, François Hollande, se dirigió a la nación para señalar que «no se puede negar el carácter terrorista» de lo ocurrido en Niza y para apuntar que «toda Francia está bajo la amenaza del terrorismo islamista». No en vano, el atentado llegó horas después de que el propio Hollande señalara que el próximo día 24 de julio se levantaría la situación de emergencia en la que vive el país desde el pasado mes de noviembre. Tras lo ocurrido en Niza, se prevé que la semana próxima se apruebe un decreto que prolonga el estado de emergencia en el país tres meses más. Horas después, el primer ministro, Manuel Valls, siguió con esta idea y instó a los ciudadanos a aprender a vivir con el terrorismo.
Este viernes, tras las reacciones oficiales de Francia, con promesa de colaborar aún más en la operación militar que hay en marcha en Irak y, sobre todo, en Siria, la situación podría haber dado un vuelco de importancia vital con la identificación del autor de la matanza, cuyas huellas se encontraron por el camión después de ser abatido por la polícia: Se trata de un hombre francés, de origen tunecino, de 31 años, padre de tres hijos y en pleno proceso de divorcio de su mujer. Estaba fichado por delitos comunes y de violencia de género, pero no había datos que lo relacionaran con redes terroristas. Su entorno, además, señaló que él no era especialmente religioso y que podría estar atravesando por una depresión.
Estos rasgos hacen que la acción se parezca más a la que protagonizó accidente provocado por el suicidio del copiloto de Germanwings Andreas Lubitz que por un atentado de corte yihadista como los que hemos visto en los últimos meses. Sin embargo, en medios españoles se ha venido insistiendo en la tesis que un delincuente común captado por las redes del IS con la intención de convertirle en un «lobo solitario» que pusiera en marcha las recomendaciones que Al Qaeda habría realizado a sus militantes en el año 2010: Usar vehículos pesados contra multitudes compuestas por infieles con la idea de sembrar el máximo terror posible.
El sábado, el Estado Islámico reivindicó la autoría de la matanza. La explicación de cómo un hombre, con su perfil, podría finalmente haber acabado como activo del IS la aportó el titular de Interior galo que señaló que Mohamed Lahouaiej Bouhlel se había radicalizado rápidamente. Lo que añade aún más dificultades a la lucha antiterrorista en el caso del yihadismo radical y amplifica la sensación de inseguridad.
El terrorismo en tiempos de psicosis
Queda claro que lo ocurrido en Niza casa con la segunda acepción del Diccionario de la RAE: «Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror». Si tenemos en cuenta el caldo de cultivo en el que estamos inmersos en Europa desde los atentados del 11 de marzo en Madrid y, particularmente, desde los atentados de París de enero de 2015, queda poco margen para la duda: Cualquier acción que huela a terrorismo que esté protagonizado por musulmanes será considerado como un atentado yihadista desde el comienzo.
En este sentido, y si tenemos en cuenta cómo Al Qaeda y el IS han empleado las técnicas de comunicación y propaganda para ganar simpatizantes o militantes, basta con esperar a ver la repercusión de la acción para que el atentado sea reivindicado como parte de la estrategia del terrorismo de corte yihadista. Desde este punto de vista, el trabajo de los llamados «lobos solitarios» comienza a ser sumamente rentable, sobre todo si asumimos que hay una delgada línea entre la acción de alguien que está enfadado con el mundo y de un terrorista.
El escenario de psicosis queda amplificado por el papel de las redes sociales y la actitud de los medios de comunicación, absolutamente obsesionados por la audiencia y por el afán de recrearse en tragedias como la que pudimos seguir en directo el jueves por la noche. Es tal la desmesura y los enfoques de trazo grueso, que incluso las autoridades galas lanzaron mensajes para solicitar que no se difundieran las imágenes de las víctimas del atropello grabada por ciudadanos anónimos. Es decir, en una situación de caos como la que se vivió en Niza, gente corriente optó por no prestar auxilio y ponerse a grabar a las víctimas para difundir esos vídeos por Internet. Vídeos que, por cierto, muchos medios en teoría serios difundieron (incluso con trucos de edición como pixelar los rostros), sobre todo en un primer momento.
En el plano político, Niza ha provocado reacciones que deberían parecernos cada vez más habituales:
- La ultraderecha ha intentado capitalizar lo ocurrido hablando directamente de plantear una guerra contra el fundamentalismo islamista, como hizo este viernes Marine Le Pen. Recordemos que el Frente Nacional sigue en las encuestas como la principal opción para pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que se celebrarán el próximo año (y también como favorito para las legislativas que tendrán lugar en el mes de junio de 2017).
- Varios países de la UE decidieron instaurar controles en sus fronteras con Francia. Fue el caso de Alemania, Italia y España. En la práctica, supone suspender de facto el Tratado de Schengen en relación a la libre circulación de personas, acuerdo que lleva en el punto de mira de Los 28 desde hace meses y que cada vez que ocurre un atentado se pone más en cuestión.
- Consideraciones en torno a la casualidad de que estén siendo Francia y Bélgica, sobre todo, los principales países afectados por la actuación de grupos radicales relacionados con el yihadismo. Se habla de los retornados pero también de años de dejadez en relación al seguimiento de radicales por sus respectivos servicios de inteligencia. Si ampliamos el foco, también se han escuchado críticas hacia la descoordinación de las agencias de inteligencia de los Estados miembros de la UE, un trabajo complicado por las dificultades para infiltrarse en grupos que se perciben como guetos.
- Críticas, aunque veladas, a los procesos de integración de ciudadanos musulmanes, tanto los nacionales como los que, como el autor de la matanza de Niza, nació en otro país. Un hecho que tiene más incidencia en países con una trayectoria larga en gestión de flujos migratorios, como ocurre con Francia desde la década de 1950 o Bélgica por su consideración de capital de Europa. Recomendamos la lectura del artículo publicado por The New Yorker sobre la existencia de muchos países dentro de lo que entemdemos como Francia.
Asistimos, sobre todo, a la aceptación cada vez más extendida de que el debate que enfrentaba seguridad y libertad ya no es tal. Cada vez que hay un atentado de este tipo, ya sea protagonizado por comandos yihadistas u hombres solitarios como el de Orlando (50 asesinados en un club gay), hay mayor exigencia de la población civil hacia sus Gobiernos para que el Estado haga todo lo que sea necesario para evitar que se repitan situaciones de este tipo.
Las lecturas relativas a que estos actos suponen ataques a los cimientos de la civilización occidental consiguen dos objetivos: Que la ciudadanía esté cada vez más dispuesta a renunciar a derechos en aras de un blindaje total (imposible, por otra parte); y que, a pesar de la espectacularidad de las imágenes, volvamos a minimizar que la mayoría de las víctimas del terrorismo yihadista se dan en países musulmanes [datos relativos a los años 2013 y 2014).
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