En estos momentos, no tenemos datos que confirmen que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y su partido, el AKP, estén detrás del intento de golpe de Estado del viernes pasado. De lo que no hay duda es de que esa intentona golpista está siendo aprovechada para purgar las instituciones a todos los niveles, un movimiento que avanzó el propio presidente cuando, en su primera declaración pública tras la intentona golpista, señaló que había sido «un regalo de Alá».
En el momento de elaboración de este post, al menos 50.000 personas habían sido removidas de sus cargos en el Ejército, la policía, la judicatura y la educación por su presunta vinculación con el golpe de Estado. Ésta es la lista hasta el miércoles [cortesía de @ashishjena94], a la que había que sumar el cierre de medios digitales, el bloqueo del acceso a Wikileaks y la sospecha de que circulan listas de periodistas que podrían ser detenidos en los próximos días.
Apenas unas horas después de confirmarse que el golpe de Estado había fracasado, comenzaron a circular informaciones que apuntaban a que tanto el presidente como el Gobierno habrían tenido informaciones de lo que se preparaba. Citando a Daniel Iriarte, es posible que el Gobierno «tuviese información de que se estaba fraguando un cuartelazo,pero no supiese exactamente para cuándo, y, consciente de la dificultad de que éste triunfase y contando con la lealtad garantizada de un sector del ejército, permitió que ocurriera, para justificar la posterior caza de brujas a la que estamos asistiendo».
Eso explicaría por qué, en su primera comparecencia pública, Erdogan, cuya figura sale todavía más reforzada, había hablado de una serie de explosiones en el lugar donde, en teoría, se encontraba de vacaciones. Como apuntaba Edward Luttwark hace unos días en La Vanguardia, la intentona golpista falló desde el primer momento: «La regla número dos a la hora de planificar un golpe militar es que todas las fuerzas móviles que no participen en la intentona –y ello incluye, por supuesto, los escuadrones de cazas– deben ser inmovilizadas o encontrarse en zonas demasiados remotas para que puedan intervenir».
Tras el desconcierto inicial, la maquinaria represiva se puso en funcionamiento de forma casi inmediata con la destitución de casi 3000 jueces y 6.000 militares, incluidos altos cargos del Ejército. Frente a ellos, el AKP habría estado durante años fortaleciendo a la policía y los servicios secretos, dos sectores que el viernes se significaron públicamente para frenar la intentona golpista. Como explica John R. Schindler en una magnífica pieza publicada en el Observer, el golpe fallido ha dado luz verde para que el AKP inicie una purga profunda de sus enemigos, reales e imaginarios: Sectores laicos, terroristas, gulenistas y, en general, una amplia gama de oponentes políticos contrarios a la reislamización que simboliza Erdogan.
Gráfico elaborado por El País
Turquía refuerza su autoritarismo
Lo que vimos apenas unas horas después de fracasar el golpe fue el primer paso para limpiar las instituciones con tal eficiencia y escaso respeto a la presunción de inocencia que la UE alertó de que las listas de personal prescindible estarían preparadas antes del golpe. Unas declaraciones llenas de cinismo si tenemos en cuenta que las purgas, en aras del dominio electoral y político del AKP en todo el país, llevan años en marcha, con varios hitos:
- La limpieza de las Fuerzas Armadas entre 2008 y 2013 a raíz de los casos Ergenekon y Sledgehammer (redes que habrían promovido un intento de golpe de Estado contra Erdogan desde 2003)
- El despido de decenas de profesores universitarios el pasado mes de enero que explica, junto a la inseguridad, por qué el Congreso mundial de Ciencia Política, que estaba previsto que se celebrara estos días en Estambul, cambió su sede a Polonia.
Los días posteriores a la asonada militar han arrojado dos conclusiones. Por un lado, la velocidad con la que se ha señalado al autor intelectual del golpe de Estado, Fethullah Gulen, para el que Ankara ha vuelto a pedir la extradición a EEUU. Es posible que buena parte de la limpieza que se ha hecho en las instituciones tengan que ver, formalmente, con la vinculación de funcionarios públicos con el movimiento gulenista, una suerte de Opus Dei islámico. El líder de la Alianza por los valores compartidos insistió en que el golpe pudo ser orquestado y simulado por el propio Erdogan.
Por otra parte, el AKP y, sobre todo, Erdogan se han convertido en las fuerzas simbólicas de la Turquía actual. Tal y como solicitó el presidente turco en su primera comparecencia en los medios, a diario miles de turcos salen a la calle en las principales ciudades tras su jornada laboral para condenar públicamente el golpe de Estado. En esas concentraciones se exhibe las banderas turca y del AKP y, según los corresponsales internacionales, no se lanzan gritos sobre la preeminencia de la República sino «Alá es grande». Tras estas concentraciones, se han documentado agresiones de simpatizantes del AKP a sectores laicos y de otras confesiones religiosas.
Queda claro, por lo tanto, que la princial consecuencia del golpe será un reforzamiento del modelo de República islámica autoritaria que promueve Erdogan y su partido en la calle frente al autoritarismo militar fracasado la noche del 15 de julio y, sobre todo, frente a la sociedad laica. Lo escribía Ilger Toygür en El País: Ha sido un año muy intenso para Turquía y el país se ha vuelto menos libre, menos tolerante con las diferencias y más imperialista. Si el conflicto kurdo y los ataques terroristas del Estado Islámico ya asustaban a la ciudadanía, la noche del 15 de julio supone un paso más hacia un clima político de miedo.
Los movimientos que se han sucedido en apenas cinco días han llevado a que la UE y EEUU, que durante la madrugada del sábado respaldaron el sistema democrático establecido en Turquía, durante estos días se desgañitan en exigir el respeto al Estado de derecho. Más si se tiene en cuenta cómo Erdogan ha coqueteado con la posibilidad de reinstaurar la pena de muerte en el país por «aclamación popular», una decisión que suspendería del todo las negociaciones para la hipotética entrada de Turquía en la UE.
Por cierto, llama la atención que, hasta el momento, ninguna institución haya mencionado ni siquiera de pasada la situación de los refugiados procedentes de Oriente Medio en Turquía, considerado por Los 28 como un «país seguro«. Quizás sería el momento de reconsiderar dicha denominación, sobre todo si la UE sigue considerando el régimen de Ankara como el policía encargado de controlar nuestra frontera sureste, con una situación geoestratégica que explica cómo desde la comunidad internacional se está valorando lo que está pasando en Turquía.