Un grupo de 200 personas, muchas de ellas encapuchadas, impidieron este miércoles que se celebrara en la Universidad Autónoma de Madrid que el expresidente del Gobierno, Felipe González, y el presidente del Grupo Prisa, Juan Luis Cebrián, un foro sobre sociedad civil y el cambio global.
A su llegada a la Facultad de Derecho, González y Cebrián fueron recibidos al grito de «fascistas» y «asesinos» (por su implicación en los GAL) y la pancarta «No sois bienvenidos», en el aula magna de la facultad donde estaba previsto que dieran su conferencia.
El acto, tras el boicot de la Federación Estudiantil Libertaria (FEL), fue suspendido finalmente. Un hecho de especial gravedad si se tiene en cuenta el ámbito en el que ha ocurrido y, sobre todo, las implicaciones respecto al ejercicio de la libertad de expresión.
Toda protesta es legítima y, en su condición de expresidente del Gobierno, va en el cargo escuchar a las voces discordantes, especialmente si tenemos en cuenta que nos referimos a personas que no acostumbran a pisar calle. Sin embargo, la legitimidad de la protesta acaba cuando el acto, en este caso, la conferencia, debe ser suspendida por motivos de seguridad, algo que hay que relacionar necesariamente con la agresividad y la tendencia al acoso en las plataformas que deberían servir para el diálogo: Redes sociales y foros de medios de comunicación.
Aunque los organizadores celebren la suspensión, el hecho en sí resulta contraproducente incluso en térmnos publicitarios. Se ha contribuido a victimizar aun más a González y se evita que se le pueda sacar un titular como el que hace unas semanas dio en la Cadena SER respecto a lo que el PSOE había hecho en Euskadi durante los años 80 (en lo que se entendió como una referencia a los GAL).
Como estudiante de la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense de Madrid en un periodo en el que se organizaban protestas similares contra personas vinculadas a los Gobiernos del PP, vi cómo Josep Piqué perdió los papeles y dio titulares ante la pregunta de una estudiantes a propósito del papel de España respecto a los vuelos ilegales de la CIA en dirección a Guantánamo. En cambio, el ex ministro de Asuntos Exteriores de Aznar mantuvo la compostura cuando fue recibido con gritos y pancartas a la entrada de la facultad, actuaciones a las que responsables políticos de primera línea están más que acostumbrados.
González, persona non grata para los estudiantes de la UAM
Hace 23 años, en marzo de 1993, el ex presidente del Gobierno socialista vivió una situación parecida en el mismo sitio. Entonces, los casos de corrupción en la última etapa del felipismo se convirtió en el principal argumento de la protesta, que concluyó con los estudiantes trasladando preguntas al entonces presidente del Gobierno, que se comprometió a dimitir si se confirmaban las informaciones. Ya sabemos lo que ocurrió: en junio de ese año, el PSOE volvió a ganar las elecciones generales y González fue presidente del Gobierno hasta 1996.
Ha pasado el tiempo y los protagonistas del acto de boicot viven en una situación de descrédito permanente por sus actuaciones, muy alejadas de las tesis oficiales que se defienden a diario en las redes sociales, convertidas en plataformas que deciden qué es noticia y los insultos más apropiados contra quienes no militan con la versión oficial. Como llamar fascista a Felipe González, banalizando de paso el propio concepto de fascismo.
Es evidente que González se ha ganado a pulso la crítica generalizada. Basta preguntar en la calle por él y las opiniones de los que fueron incluso sus votantes son contundentes: apenas queda recuerdo ya de su trabajo para la modernización y la equiparación de España al resto de economías de nuestro entorno, con la puesta en marcha del Estado de bienestar más o menos precario que disfrutamos.
Su propuesta de que el PSOE aceptara un gobierno de coalición a la alemana o su papel en la caída de Pedro Sánchez no ha hecho más que evidenciar su distancia respecto a una ciudadanía que le perdió el respeto hace muchos años, aunque quizás por los motivos equivocados: González fue el primer mandatario socialdemócrata en llevar a la práctica la tercera vía, con las consecuencias en términos de desindustrialización que sufrimos hasta la actualidad. Ahí está su papel respecto al acercamiento de España a EEUU y al bloque atlántico, así como el alejamiento político de América Latina tras nuestra entrada en la CEE. Y respecto al tema estrella que propició la protesta, los GAL, conviene tener en cuenta que aunque hoy el terrorismo de Estado sirva de arma arrojadiza, en su momento muchos en privado defendían esos métodos contra el terrorismo de ETA y su entorno.
En el caso de Juan Luis Cebrián, su descrédito ha salpicado directamente a El País, el medio que sirvió de herramienta de identificación para buena parte de la ciudadanía desde la Transición y que recoge, en los últimos años, el resultado de un trabajo que dejó de ser contar historias para influir movido por objetivos empresariales y, en los últimos años, por pura rentabilidad.
Este miércoles, tras el acto de boicot registrado, El País dio un paso más al vincular la actuación con la estrategia de Podemos contra Felipe González y Cebrián, una acusación vertida sin pruebas y que, pocas horas después, se matizó en la web: Se quería resaltar que los estudiantes que protestaron lo hicieron con argumentos defendidos por Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados, cuando le escupió a Pedro Sánchez que el PSOE estuvo detrás de los GAL en pleno debate de investidura.
El argumento de El País, por cierto, fue comprado por el portavoz de la gestora del PSOE, Mario Jiménez, que responsabilizó a Pablo Iglesias de lo ocurrido al señalar a Felipe González como el responsable de la ‘cal viva’ en el Congreso: «En la historia hemos visto muchas veces que un político irresponsable señala a alguien, hace acusaciones y una serie de violentos reproducen esas acusaciones de manera violenta».
Tanto C’s como el PP mostraron su rechazo a lo ocurrido en la Autónoma de Madrid mientras que Carolina Bescansa tachó de lamentable lo ocurrido. En el momento de elaboración de este post, Iglesias defendía el derecho de todo el mundo a ser escuchado.