EEUU vuelve a proyectarse como un país fragmentado por el rechazo de un sector muy amplio de ciudadanos al nuevo presidente electo, quien ha confirmado, durante estos días, que ya no está en campaña. Su primer discurso como ganador de las elecciones no tuvo nada que ver con los que ha pronunciado durante estos meses y, tras su primera visita a la Casa Blanca, donde estuvo reunido con Obama a solas durante 90 minutos, definió al ex presidente como un hombre bueno (a pesar de haberle usado como objetivo de buena parte de sus dardos dialécticos) y aseguró que le pedirá consejo (aunque a continuación anunció que derogará su reforma sanitaria en los 100 primeros días de gobierno). Las imágenes del encuentro difundidas por la prensa parecen indicar que la transición de una Administración a otra no será fácil incluso con un Trump que comienza a retirar sus promesas más polémicas:
Esta nueva imagen del Trump presidente contrasta con los análisis que se siguen realizando desde la prensa, que parece no haber aprendido la lección. Se insiste en exagerar su perfil (ya de por sí histriónico), se le descalifica acusándole de populista (a lo que el propio Trump ayuda contactando de forma preferente con Marine Le Pen y Nigel Farage) y comienza a ser habitual que la palabra fascismo acompañe todos los retratos que de él se están realizando.
Estamos, de nuevo, ante el mismo error de diagnóstico que nos ha traído hasta aquí y que profundiza el problema: Banaliza primero el propio concepto de fascismo, de tal manera que con él pretendemos abarcar realidades que, simplemente, no nos gustan; e impide analizar de fondo qué ha ocurrido en un país para que en apenas ocho años se haya pasado de la euforia que desató Barak Obama a hacer presidente a un hombre que bien podría ser su antítesis.
Viñeta de Chappatte
Una semana después del shock, no tan inesperado para el equipo de campaña de Clinton, el resultado de las elecciones presidenciales no dejan lugar a la duda: El candidato republicano sacó casi 80 electores más gracias a su victoria en los estados clave (Florida y el Rust Belt) y a que aguantó en los estados tradicionalmente republicanos. Entre las razones, la habilidad de Trump para proyectarse como el cambio y aglutinar cuatro herencias ideológicas que se han sucedido en el GOP en los últimos 40 años a pesar de liderar (es un decir) un partido fragmentado y, en muchas ocasiones, en su contra: George Wallace (ex gobernador de Alabama, contrario a las políticas de segregación racial, que en 1968 se presentó a las presidenciales de EEUU con el Partido Americano Independiente); Ronald Reagan; Pat Buchanan (especialmente su vena populista); y el Tea Party que quedó prácticamente desactivado a partir de 2008.
A pesar de que Trump ganó claramente en número de electores, no ocurrió así en voto popular: Clinton se hizo con 60.966.953 votos (el 47.8%), casi 640.000 más que el candidato republicano. Si observamos sólo este dato, podemos constatar que estamos ante un país dividido en casi dos mitades que ha lanzado un mensaje muy claro tanto a sus políticos como al resto del mundo: Ante la falta de alternativas, están dispuestos a manifestar su enfado en las urnas votando por un perfil de candidato outsider como Trump, que ha protagonizado una campaña atípica. Ha sido exagerado, no ha virado al centro y ha insultado a todos los que criticaron el algún momento, anteponiendo claramente un nosotros contra ellos en el que han caído casi todos los críticos, que tuvieron muy fácil cebarse con el personaje ignorando el trasfondo de su propia existencia en estos momentos.
En esta ocasión, el apoyo del mundo del espectáculo y del deporte a la candidata demócrata fue en su contra, al igual que su experiencia (que se ha visto como un intento de perpetuarse entre una suerte de casta de privilegiados). Las elecciones se han visto como una forma de ajustar cuentas por parte de sectores amplios de la sociedad que consideran que ocho años de mandato de un presidente afroamericano merecían un giro hacia posturas radicalmente opuestas.
Es posible que Clinton pensara en los fallos de su campaña durante la intervención en la que admitió la derrota, muchas horas después de confirmarse el desastre. Hasta este momento, la posición demócrata había corrido a cargo del jefe de campaña de Clinton, que fue el que dio la cara para reconocer la derrota. No obstante, la espera mereció la pena. Su discurso fue impecable y pudo leerse en dos sentidos: Como una puerta abierta ante la posiblidad de optar de nuevo a la carrera presidencial; o como la confirmación de que se echa a un lado con el objetivo de que otra mujer de postule para las elecciones de 2020. Evidentemente, los ojos de dirigen hacia Michelle Obama:
Tras conocerse los resultados, y a pesar del discurso moderado con el que Trump se felicitó de su victoria, se registraron en todo el país concentraciones de protesta por el hecho de Trump vaya a jurar su cargo como presidente de EEUU el próximo mes de año, comenzando por Nueva York. En California, por otra parte, se ha vuelto a activar el movimiento a favor de la independencia respecto a EEUU, una suerte de Califrexit que, en su momento defendió el propio Trump bajo la premisa de que «la autodeterminación es el derecho sagrado de todas a las personas libres».
Un país dividido en dos
No aportamos información novedosa si afirmamos que EEUU vive una fractura social evidente que no ha cristalizado en esta campaña en exclusiva. Tras el primer mandato de George W. Bush, George Lakoff ya hablaba en Puntos de reflexión de un país fragmentado desde el punto de vista ideológico pero también sociológico entre progresistas y conservadores. Lakoff se refería a una división que afectaba a la manera de entender al individuo, la sociedad y, por supuesto, el país ideal. Las últimas elecciones presidenciales han evidenciado las brechas habituales, a las que se ha sumado una suerte de cleveage de clase o, si queremos verlo de otra manera, de expectativas frustradas.
Recurrimos al análisis realizado por el diario The New York Times a partir de las encuestas realizadas el día de los comicios desde tres grandes áreas: Perspectiva demográfica y de renta; práctica religiosa y modo de vida; e ideología y posición política.
Desde el punto de vista demográfico, Hillary Clinton recibió mayoritariamente el voto de las mujeres (53%), un apoyo menor del esperado dadas las polémicas sexistas protagonizadas por Trump. Como se esperaba, la candidata demócrata obtuvo el apoyo de los afroamericanos (88%, -5 puntos en comparación con los resultados de Barak Obama en 2012), latinos (65%, -6 puntos respecto al apoyo recibido por Obama hace cuatro años) y asiáticos (65%). También fue la más votada entre los menores de 45 años (el 55% de los menores de 30 votaron por ella, al igual que el 50% de los votantes de entre 30-44 años). Por nivel educativo, la candidata demócrata recibió el apoyo de los votantes con educación universitaria (49%) y, sobre todo, de los que tienen un postgrado universitario (58%).
Por su parte, Trump obtuvo el respaldo de los hombre (54%), de los electores blancos (58%) y de los mayores de 45 años (53%). Por nivel educativo, fue más votado por los que apenan tienen estudios (51%) y los que no llegaron a la universidad (52%). Si se cruzan estas dos variables, raza y nivel educativo, se cumplen los pronósitocs: Trump recibió el apoyo de los votantes blancos sin estudios (67%) y los que acabaron el instituto (49%) mientras que los no blancos en estas categorías apoyaron a Clinton en porcentajes superiores al 70%.
En cuanto al lugar de residencia, también se cumple lo esperado: Trump arrasa en las pequeñas ciudades y núcleos rurales (62%) mientras que Clinton lo hizo en ciudades de más de 50.000 habitantes (59%). En los suburbios, el apoyo a Trump es ligeramente superior al de Clinton (50%). Si nos fijamos en el nivel de renta, Clinton recibió más votos de los que cobran menos de 30.000 dólares al año (53%) y de los que se situaron en la franja de los 30.000-49.999 dólares (51%). Por encima de esas cifras, Trump recibe más apoyo aunque ambos están separados por apenas un punto porcentual.
Es de sobra conocida la importancia que se da a la religión en EEUU. De ahí que sean significativos los datos que se refieren a este hecho. Así, el 58% de los votantes protestantes o cristianos (entre ellos los evangélicos) apoyaron a Trump frente al 39% que lo hizo por Clinton; estos datos se corrigen algo entre los católicos (52% para Trump y 45% para Clinton). En el resto de confesiones religiosas, el apoyo a Clinton fue mayoritario: logró el apoyo del 71% de los judíos (frente al 24% que votó por Trump) y el 62% de otras confesiones (29% para Trump). Entre los ateos, el 68% se inclinó por dar su confianza a la candidata demócrata (26% a Trump).
En cuanto a la práctica religiosa, el 56% de los respublicamos señala que al menos una vez a la semana acude a servicios religiosos (40% entre los votantes demócratas); el 49% de los votantes de Trump asegura que acude al menos una vez al mes (46% de los demócratas) y el 47% lo hace una vez al año, con 48% entre los votantes de Clinton, que vuelve a ser la favorita clara entre los no practicantes (62% frente al 31% de los votantes del GOP).
El 78% de votantes gay se postula como votante demócrata, mientras que el 61% de los militares asegura votar por el GOP.
Si nos fijamos en los datos sobre ideología, también tenemos dos grupos claros: El 81% de los votantes republicanos se define como conservador; si se pregunta por los liberales, el 84% de votantes demócratas se siente cómodo con esa definición. El 52% de votantes demócratas asegura ser moderado frente al 41% de los republicanos.
Respecto al futuro del país, el 90% de los demócratas considera que va en la buena dirección (el 69% de los votantes del GOP se posicionaba de manera contraria). En cuanto a la situación económica, se lanzan diferentes adjetivos y se pide a los ciudadanos que se posicione en cada punto. Cuando se habla de un estado económico excelente, el 83% de los democrátas está de acuerdo (frente al 16% de los republicanos). Si se opta por el calificativo de bueno, el porcentaje de demócratas que coincide con este punto es del 76% (19% de republicanos). El orden de invierte cuando se define la situación como mala (55% de republicanos) o peor (79%).
También se pregunta por la influencia del libre comercio en relación a la creación de empleos en el país. Así, cuando se pregunta si la apertura comercial al exterior favorece una mejor situación, el 59% de los demócratas está de acuerdo (frente al 38% de republicanos); entre los partidarios del no, el 63% de republicanos cree que empeora la situación del país (31% de demócratas piensa igual). Entre los que dicen que no influye, encontramos un 54% de demócratas y un 39% de republicanos.
Se aportan una serie de temas y se pide a la ciudadanía que se posicione en relación a la importancia que le da a cada asunto. Cuando se menciona la política exterior, el 60% de demócratas lo ve como importante frente al 34% de votantes del GOP, lo que explicaría, por sí solo, por el apoyo a un candidato con un sesgo aislacionista más acusado que sus antecesores. Si nos referimos a la inmigración, se invierten los datos: el 64% de votantes del GOP lo ve importante frente al 32% de los demócratas. Si se cita la economía, los demócratas superan en 10 puntos a los republicanos. Por último, el terrorismo es una preocupación bastante mayor para los electores republicanos (57%) que para los demócratas (39%).
El sondeo se interesa sobre la posición ante la inmigración ilegal. Cuando se habla de hacer legal a lo s ilegales, volvemos a ver una fractura clara: el 60% de demócratas está de acuerdo frente al 34% de republicanos. Si se pregunta por la deportación de los inmigrantes en situación ilegal, el 84% de votantes del GOP estaría de acuerdo. Lo mismo ocurre con la construcción del muro con México: el 86% de los votantes republicanos estaría a favor (el 76% de los demócratas, en contra).
En cuanto a la opinión sobre el funcionamiento del Gobierno federal, volvemos a ver datos curiosos: Si se pregunta entre los enfadados, el 77% son republicanos y el 18% demócratas; ambos votantes presentan datos parecidos entre los insatisfechos (45% frente al 49% de los demócratas) y vuelven a separarse entre los satisfechos (75% entre los demócratas y 20% entre los republicanos). Entre los que están encantados, el 78% son demócratas y el 20% republicanos. Así, no sorprende que entre los demócratas Barak Obama reciba un apoyo del 84% (y el 90% del descontento de los votantes republicanos).
Por último, y en relación a la elección de los candidatos de las elecciones presidenciales, vemos datos curiosos: Entre los que se mostraban a favor de sus respectivos líderes encontramos al 53% de los demócratas y al 42% de republicanos. Entre los que manifestaban reservas respecto a estas elecciones, encontras datos casi idénticos (48% entre demócratas y 49% entre republicanos). Si se pregunta directamente a los que manifestaban descontento respecto a Clinton y Trump, hallamos un 39% de demócratas pero un 51% de republicanos. Y a pesar de estos datos, Trump es hoy el presidente electo de EEUU.
Análisis de los resultados sin apasionamiento
Existen dos formas de analizar el resultado de las elecciones de EEUU y la victoria de Donald Trump frente a Hillary Clinton: Por un lado, la propia dinámica del sistema político estadounidense, como si fuera un ente autónomo de los procesos que vive el país, como si todo se concentrara en elección de estos dos candidatos por parte de los partidos políticos. Según esta visión, Clinton se ha confirmado como una malísima candidata por su pasado político y Trump ha sabido ganarse el corazón (y el voto) de sectores amplios de votantes irresponsables resentidos que no son conscientes de las consecuencias para el propio futuro del país.
Viñeta de Gallego & Rey en El Mundo
Hay otra manera de analizar lo ocurrido desde los cambios que está experimentando el país y que a menudo son ignorados por los representantes políticos (y los medios de comunicación) hasta que no salta una chispa que lo incendia todo. Por poner algunos ejemplos, ahí tenemos el caso de la bancarrota de ciudades (el paradigmático, Detroit, capital de Michigan que por primera vez desde los años ’80 ha votado por el GOP), explosiones raciales periódicas o huelgas de los trabajadores peor pagados. Esos procesos hablan de malestar ante el funcionamiento del sistema en su conjunto y de una contestación antisistema que va más allá de los parámetros de la política tradicional estadounidense. Como hemos visto en Europa, no estamos ante un caso aislado.
Es posible que lo que ocurrió este 8 de noviembre en EEUU sea una confluencia de muchos factores que tienen que ver con las propias dinámicas internas de los partidos políticos y sus liderazgos pero, sobre todo, con un caldo de cultivo que se lleva años minimizando cuando no ignorando. Hasta hace relativamente poco tiempo, se partía del supuesto de que la ciudadanía era conservadora respecto a los cambios, lo que explica por que el sistema representativo, como tal, se ha mantenido de forma estable en su esencia desde el siglo XVIII a pesar de los signos de malestar ante el funcionamiento de las instituciones y del propio sistema que se viene registrando desde hace décadas.
La Europa del Este, España (con matices), Grecia, Reino Unido hace unos meses, EEUU ahora y, seguramente, Francia la próxima primavera están confirmando que hay una parte de la ciudadanía que ha perdido el miedo a probar alternativas políticas muy distintas a las que formaron (y forman) el núcleo del sistema aunque eso implique adentrarse por terrenos desconocidos y, a priori, peligrosos desde el recuerdo de la Europa de Entreguerras. El reto es hacer del cambio algo positivo y no el caldo de cultivo de otra pesadilla distópica.
CODA 1. Todos los datos del sondeo del diario The New York Times y alguno más:
CODA 2. Una de las consecuencias directas del resultado de las elecciones ha sido la autocrítica que muchos medios de comunicación han realizado de sí mismos en relación a cómo han cubierto las respectivas campañas (ya en las primarias del GOP) pero también sobre el alejamiento de una masa de votantes a la que, simplemente, no se conoce. Suena a tópico, pero EEUU no es lo que se proyecta desde Nueva York o Los Angeles, aunque nos empeñemos en negarlo: