Lunes por la tarde. Tras el asesinato del embajador ruso en Turquía durante la presentación de una exposición en Ankara en directo por parte de un policía de 22 años, desde Berlín llegaron noticias de un incidente que recordaba mucho al atentado ocurrido en Niza el pasado verano: Un camión de gran tonelaje se habría precipitado contra la multitud que asistía a un mercado navideño en una de las arterias comerciales de la capital alemana. En el momento de elaboración de este post, se contaban 12 fallecidos y medio centenar de heridos de diversa consideración.
El modus operandi, tan similar al de Niza, supuso la atribución del suceso como un atentado terrorista de corte yihadista, a pesar de los intentos de la policía y los cargos políticos alemanes por demandar precaución y responsabilidad. Esta petición, junto a la de que no se difundieran vídeos del atropello masivo por respeto a las víctimas y sus familiares, fue manifiestamente ignorada por parte de medios de comunicación españoles y de buena parte de sus representantes políticos, que desde el comienzo se sumaron a la condena de lo que calificaron un «nuevo atentado terrorista».
Desde que se comenzaron a conocer detalles de lo ocurrido, se activó la idea de atentados cometidos por «lobos solitarios», retornados o infiltrados, que permanecerían como células durmientes sobre suelo europeo a la espera de la oportunidad de ocasionar el mayor daño posible. Las alertas sobre la posibilidad de que hubiera atentados en capitales europeas durante estas navidades se convertían en autoprofecías cumplidas, sobre todo por los reveses que el Estado Islámico está sufriendo, particularmente en Siria y en la ciudad iraquí de Mosul.
Este martes se confirmó la hipótesis de que estamos ante un nuevo atentado terrorista de corte yihadista en suelo europeo y que hay un detenido, un hombre de 23 años, probablemente pakistaní, que llegó a Alemania por la ruta de los Balcanes el pasado mes de febrero. La canciller alemana, Angela Merkel, se refirió a este detalle en su comparecencia: «Esto sería particularmente desagradable para las muchas personas que se dedican a ayudar a los refugiados y a las muchas personas que realmente necesitan nuestra protección». Poco después, distintos medios alemanes publicaron que la policía de Berlín cree que el detenido no es el responsable del ataque, por lo que el autor material podría seguir libre.
La intervención de Merkel, a favor de mantener la normalidad en la medida de lo posible para evitar que el terrorismo yihadista cumpla con su principal cometido (fracturar las sociedades abiertas e instalar la sospecha frente a quienes profesan una religión minoritaria), se contrapone con la reacción que han tenido buena parte de los líderes de las formaciones de ultraderecha europeas, una veda que ya abrió durante la madrugada el presidente electo de EEUU, Donald Trump: «El mundo civilizado tiene que cambiar de pensamiento»:
Trump dejaba deslizar abiertamente la tesis del «choque de civilizaciones» que dio tanta popularidad a Samuel Huntington, un marco teórico que echó por tierra Edward W. Said y que se puede comprobar viajando a países de mayoría musulmana. La tesis de Huntington, a propósito de una guerra latente entre bloques civilizatorios basados en la religión (cristianos por un lado y musulmanes por otro) fue esbozada a finales de los años 80 y forma parte incluso del discurso asumido (y difundido) por los líderes más jóvenes del PP en sus intervenciones públicas, como ocurrió el lunes por la noche con Andrea Levy en la Cadena SER. El equipo de redes del PP, por cierto, difundió un tuit con esta idea que fue inmediatamente borrado para, según la protagonista, no inducir a errores:
Durante horas, volvimos a comprobar cómo la islamofobia campó a sus anchas en las redes sociales, en las declaraciones de los responsables políticos y, por supuesto, en los medios de comunicación que compran y difunden determinados discursos sin enfatizar lo evidente: La abrumadora mayoría de víctimas del terrorismo yihadista son musulmanes que no comparten el proyecto de conformar un califato a sangre y fuego. Sin ir más lejos: Berlín ha sido el último capítulo de un fin de semana en el que se han contabilizado víctimas mortales por atentados terroristas en Jordania, Yemen, sin olvidar el asesinato del embajador ruso en suelo turco el día antes de una nueva reunión entre Irán, Rusia, Turquía y Siria para concretar nuevos detalles de la operación sobre Alepo.
A lo largo del día, se confirmó que ni Trump ni Levy son islas en las que fructifica el ideario derivado de la revisión de la obra de Huntington. Otros líderes se sumaron a la barbaridad, como el antiguo responsable del UKIP, Nigel Farage, que responsabilizó directamente a Angela Merkel por su política de refugiados: «Sucesos como este forman parte del legado de Merkel». Un discurso que compró también el holandés Geert Wilders, que lidera el partido preferido para ganar las elecciones generales previstas en la próxima primavera, que usó su perfil de Twitter para colgar esta imagen:
La presidenta del Frente Nacional, Marine Le Pen, instó a reaccionar con dureza: «Nuestros pensamientos están con el pueblo alemán y muchas víctimas de esta tragedia. Hay emociones, y hay una muy fuerte indignación. Exijo la inmediata restitución de nuestras fronteras y el cese de colocación de los inmigrantes en nuestras comunidades».
El próximo año habrá elecciones presidenciales en Francia y generales en Países Bajos y Alemania. Serán un buen termómetro para dilucidar el grado de penetración que las tesis ultraderechistas tienen en los respectivos electorados, sobre todo en lo relativo a las sociedades abiertas y multiétnicas, y también sobre la influencia que estas tesis podrían tener en el resto de competidores electorales. Tranquiliza, en gran medida, la reacción de Merkel, tan distinta de la del llamado a disputar con Le Pen la segunda vuelta de las presidenciales francesas.
CODA. El asesinato del embajador ruso en Turquía fue retransmitido en directo por las cámaras y fotógrafos presentes en el acto. Estamos ante un suceso extraño: El autor fue un policía de 22 años de una unidad antidisturbios que se encontraba fuera de servicio y que se infiltró en el equipo de seguridad que acompañaba al embajador.
Sus gritos, después de disparar al diplomático ruso, permitía vislumbrar cierta conexión con el yihadismo o, al menos, un alto malestar ante el papel de Rusia en Siria. Si atendemos al primer punto, sería muy curioso que alguien con esta profesión hubiera conseguido ocultar sus conexiones con el yihadismo; si atendemos a la segunda hipótesis, Ankara tendría que hacer frente a un problema enorme en un momento en el que las relaciones bilaterales de Turquía y Rusia avanzan, con coincidencia de objetivos incluida, como ha ocurrido en la guerra siria.
Las primeras valoraciones de Vladimir Putin y de Recep Tayyip Erdogan fueron en esta línea. El presidente turco lo tachó de «provocación» y confirmó que ambos países crearán una comisión conjunta de investigación para aclarar lo ocurrido. El presidente ruso prometió buscar a los culpables y confirmó: «los bandidos lo sentirán en sus propias carnes». En el momento de elaboración de este post, no quedaba claro lo que había pasado con el autor de la matanza.
Fotografía de @BurhanOzbilici