El eslogan de campaña con el que Donald Trump ganó las elecciones presidenciales fue «Make America Great Again» («Haz de EEUU un gran país de nuevo»). Sus primeros pasos como presidente dan pistas de cómo será su Administración: Tendremos una potencia bastante menos desplegada al exterior que durante los dos mandatos de su precedesor en el cargo, Barak Obama, lo que supondrá un problema para la UE a corto y medio plazo; un presidente de EEUU dispuesto a jugar la batalla por la guerra cultural que puede dejar en pañales los intentos neocons de George W. Bush; y un país más proteccionista desde el punto de vista económico.
América primero
Trump prometió «traspasar el poder de Washington al pueblo«, la metáfora que define mejor que ninguna el leit motiv que explicará su Administración. Ésta fue la idea que defendió en el discurso que pronunció tras jurar el cargo, un mensaje muy simple en apariencia, directo a su base electoral y conectado con los discursos de campaña que le permitió ganar las elecciones presidenciales el pasado mes de noviembre: «Lo que realmente importa no es qué partido controla nuestro gobierno, lo que importa es si nuestro gobierno está controlado por la gente».
El presidente de EEUU manifestó su disposición a mantener su conexión con la calle y volvió a denunciar la desatención de las clases media durante años por las deslocalizaciones y la decisión del país de repartir prosperidad en el mundo (?). Con un tono populista, desde la exaltación nacional, arremetió contra los profesionales de la política, esa minoría que se ha aprovechado de las ventajas de gobernar para una minoría a costa de la mayoría («El 20 de enero de 2017 será recordado como el día en que el pueblo volvió a gobernar esta nación»). Abogó por el «destino glorioso» y se empeñó en poner a trabajar a los políticos: «No permitiremos que los políticos protesten y después no hagan nada para resolver los problemas».
En su discurso, Trump avanzó cuál será el papel de EEUU en el mundo, con menciones a las deslocalizaciones, a la «subvención de Ejércitos de otros países» o la defensa de otros países rehusando defender las fronteras propias. Tras su llegada a la Casa Blanca, se vislumbran cambios en el papel de EEUU en la comunidad internacional, con nuevos avisos sobre la pertenencia a la ONU (donde es Miembro Permanente del Consejo de Seguridad). Durante el fin de semana, se filtró que Trump podría cambiar al embajada de EEUU en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, un movimiento que certifica que los palestinos se pueden ir olvidando de una relación más cercana con EEUU en estos próximos cuatro años.
El lunes también se adelantaron modificaciones en el papel de EEUU respecto a la paz fría que mantiene Occidente respecto a Rusia. Trump anunció la posibilidad de que Washington se integre con Moscú en operaciones contra el Estado Islámico en Siria. Como escenario, las victorias internacionales que Rusia ha conseguido durante 2016 y que avanzan una mayor presencia en el Mediterráneo (tanto en Siria como en Libia, dos de los Estados reventados por el papel de la comunidad internacional, particularmente la UE y EEUU, en sus conflictos internos.
También se registran cambios en sus relaciones comerciales, con la firma de una orden presidencial que suspende el Acuerdo de Asociación Transpacífico (firmado por EEUU y 10 países más) y anuncia una fuerte reducción de las regulaciones y promover un comercio «justo» con los demás países. Trump confirmó que sus prioridades, en materia económica, pasan por reducir en un 75% la regulación para las empresas y bajar impuestos a la clase media.
La Casa Blanca entra en guerra con la prensa
La primera rueda de prensa de Trump como presidente electo, en la que tuvo que responder preguntas sobre cómo gestionará sus negocios y sobre posibles contactos con Rusia, confirmó la sospecha: La nueva política, con su acceso ilimitado a las redes sociales, ya no necesitan a los medios de comunicación como mediadores de su mensaje. La comparacencia de Trump, emitida por Facebook en directo, aglutinó a mucha más audiencia que cualquier medio de comunicación. Estamos pues ante una trampa en la que los medios han caído en aras de abaratar costes. En estos momentos, y salvo interés por parte del ciudadano, se puede acceder directamente a la fuente de información sin sesgos.
Esta tendencia explica, por sí solo, el desprecio que Trump mantiene con los medios de comunicación. Como ocurrió desde la celebración de las elecciones presidenciales y en la campaña de Trump, el nuevo presidente estadounidense mantiene una guerra sin cuartel con las empresas periodísticas, a las que acusa de formar parte del establishment y que explica una parte de su victoria frente a Hillay Clinton. El sábado tuvimos el primer síntoma de ese cambio en la relación de la Casa Blanca con la prensa, como si fuera un ajuste de cuentas ante la conspiración liberal:
La primera rueda de prensa del portavoz de la Casa Blanca, en la que no aceptó preguntas, sirvió para pulsar las relaciones entre medios de comunicación y el Poder Ejecutivo y las cosas no pudieron quedar más claras. Sean Spicer abroncó a la prensa por, según él, mentir en la cifra de asistentes a la toma de posesión de Trump como presidente de EEUU y defendió que la investidura de Trump había registrado «la mayor asistencia que jamás ha habido en una inauguración, y punto». Antes, medios como la CNN habían anunciado que no emitirían la rueda de prensa en directo mientras que otros medios relegaron esta información a un lugar muy secundario de sus informativos.
Sea como fuere, la investidura de Trump no fue tan multitudinaria en la calle como la de Barak Obama en enero de 2009, una comparación evidente si se observan imágenes aéreas del Mall de Washington. El equipo de Trump se había preparado para 800.000 asistentes, un millón menos del que acudió a la capital para presenciar la llegada del primer presidente afroamericano. Las imágenes indican que ni siquiera se llegó a esa cifra dada la cantidad de asientos vacíos que había en todas partes.
Imágenes de Reuters
La imagen tiene explicación: El 90% del voto en Washington es demócrata y buena parte del votante medio de Trump ni está movilizado ni siente un interés especial en participar de estos actos que, sobre todo, te significan y construyen identidad. Así, lo razonable sería compararlo con las cifras de asistentes de la investidura de George W. Bush en enero de 2001, una toma de posesión que llegó tras la polémica por el recuento del voto en Florida. Entonces, se habla de 300.000 asistentes en Washington, cifras que estarían mucho más próximas a las de Trump que las que registró Barak Obama hace ocho años. No hay otra explicación posible respecto a las audiencias televisivas: según la empresa de medición Nielsen, 37.5 millones de personas siguieron la jura de cargo de Obama frente a los 20.5 millones que siguió la de Trump.
Durante estos primeros días de presidencia, Trump ha firmado la paz con los servicios secretos de EEUU y ha señalado que la Casa Blanca hablará de «hechos alternativos», un eufemismo que esconde que contará y defenderá la versión que más le interese en cada momento, aunque esa versión no coincida con la realidad. Sobre la mención a Spicer, la consejera del presidente Kellyanne Conway señaló: «Los periodistas dicen que son falsedades, pero nuestro secretario de prensa da hechos alternativos».
Guerra cultural sin cuartel
Lo hemos señalado en numerosas ocasiones. Desde los años ’60, EEUU vive una fractura social que se evidencia, por ejemplo, en el comportamiento electoral de los estados. En general, las dos costas suelen votar por los demócratas frente al centro, donde el voto conservador lleva incrustado décadas (con las sorpresas de los mandatos de Obama y del voto de estados con fuerte crisis industrial, que esta vez se decantó por Trump).
El comportamiento electoral es uno de los síntomas de esa fractura, que tiene que ver con debates morales (derecho a decidir de las mujeres), religiosos, el papel que EEUU debe jugar en el mundo (más autárquico o más intervencionista), la gestión de los flujos migratorios y las minorías e incluso la manera en la que se disfruta del ocio.
Por este motivo, no fue sorprendente que la primera gran manifestación contra Trump se celebrara un día después de su investidura en Washington y que esa manifestación fuera masiva. Bajo el nombre Marcha de las mujeres, medio millón de personas demostraron en Washington la buena salud de los movimientos cívicos feministas, volvió a poner de manifiesto la fuerte movilización del mundo de la cultura y del espectáculo estadounidense contra Trump.
El presidente de EEUU volvió a usar su cuenta de Twitter como candidato para arremeter contra los convocantes, mientras se preguntaba por qué no habían acudido a las urnas en noviembre para evitar su victoria. Poco después mostró su respeto ante las opiniones diferentes, quizás consciente de que ya es presidente de todos, no sólo de los que lo votaron.
Sea como fuere, en su gabinete no hay ni una sola mujer. Un síntoma más que explica, por ejemplo, sus porcentajes de aprobación: Durante las primeras semanas de enero, ese dato se movió en torno al 40-45%, muy por detrás del porcentaje con el que Barak Obama abandonó la Casa Blanca (entre un 55-60% de aprobación).
CODA. Trump ha inaugurado su Administración con una actividad frenética. Si el primer día se centró en anunciar medidas sobre comercio internacional y planes impositivos, el martes tocó el turno a la industria el automóvil, reunión que sirvió para firmar la pipa de la paz y para que el sector alabara las políticas anunciadas por el presidente («Estamos muy animados por el presidente y las políticas que está adelantando», señaló Mark Fields, presidente de Ford). También se anunció que se retoma la construcción de los oleoductos Keystone XL y Dakota Access, obras que paralizó Barak Obama, al tiempo que se constató la eliminación del castellano de la web oficial de la Casa Blanca (veremos si estamos ante una iniciativa puntual o no).
Este miércoles fue el turno de pedir una investigación sobre el fraude electoral en el voto popular que Trump viene denunciando sin pruebas desde su victoria. Y la firma del decreto sobre la construcción del muro que separará EEUU de México, una obra que ya existe de forma incipiente pero que el presidente estadounidense quiere impulsar desde su Administración. Con avisos a lo que calificó de «ciudades santuarios», es decir, la capitales de los Estados cuya economía se sustenta, en buena parte, en la mano de obra de procedencia inmigrante. El aviso avanza un choque de legitimidades próximo entre la prerrogativa federal y las competencias de los estados.