Hace unas semanas avanzamos la posibilidad de que la elección de Martin Schulz como candidato del SPD para ocupar la cancillería alemana a partir del próximo mes de septiembre podría dar un vuelco a la campaña. Hoy lo certificamos: El SPD está en condiciones de disputarle a la CDU de Angela Merkel convertirse en el partido más votado en las elecciones legislativas del próximo otoño, una posibilidad que, simplemente, no existía desde la última victoria electoral de Gerhard Schröder contra todo pronóstico.
Las encuestas publicadas a lo largo del mes de febrero han confirmado, poco a poco, el ascenso del SPD en intención de voto, un escenario con un damnificado claro: AfD, que se mantiene como la tercera opción entre los electores alemanes pero con un porcentaje de voto signficativamente menor al que registraba en los sondeos publicados en enero y con anterioridad. Una tendencia que va en aumento si se tiene en cuenta los resultados de los sondeos más recientes (que son los que nosotros recogemos en la siguiente tabla).
AfD obtendría el 10.3% de los votos de media, un éxito en términos comparativos respecto a su resultado en 2012, pero con matices: Hemos constatado, durante el registro de los datos demoscópicos, cómo las empresas que publicaron sus datos a comienzos de mes mantienen un mejor resultado para la ultraderecha alemana, algo que se va corrigiendo entre las empresas que han ido publicando sondeos a lo largo del mes: Civery otorgaba a comienzos de mes una intención de voto a AfD del 12%, al igual que INSA o Infratest. Forsa o Emnid le atribuían un 11% de intención de voto. Como media, los sondeos le otorgan un 10.4% en este punto de la precampaña frente al 13.21% de hace un mes o el 13.3% del pasado mes de noviembre.
Sin embargo, AfD no es el único partido damnificado por el efecto Schulz: Tanto la Izquierda como los Verdes pierden apoyo no tanto respecto a sus últimos resultados en las urnas sino en comparación con la expectativa de voto de hace un solo mes. El SPD roza el 30% de intención de voto de media (30.3%), +4.2 puntos respecto a 2013, con sondeos que le atribuyen un 32% de los apoyos, en una suerte de empate técnico con la CDU. Sea como fuere, constituiría su mejor resultado desde las elecciones de 2005, en las que obtuvo el 34.2% de los votos que se convirtió en un 23% en las de 2009, inaugurando el porcentaje por el que el SPD lleva reptando desde entonces. Recordemos que los datos de enero le situaban en eotnro al 20.8%, por lo que, en este contexto, resulta más sencillo entender el éxito de la campaña de los socialistas.
La CDU sería la fuerza más votada con una media del 32.7%, -8.8 puntos de intención de voto respecto a las elecciones de 2013, aunque pierde casi 3 puntos respecto a los datos de hace un mes. La mala noticia para los intereses de Angela Merkel es que la tendencia apunta a una bajada progresiva de apoyo, sobre todo si el SPD acierta con el tono y, sobre todo, el fondo de la campaña. Así, el partido de centroderecha alemán obtendría el porcentaje de voto más bajo en 70 años, en niveles parecidos a los que obtuvo Angela Merkel en las dos primeras citas electorales que ganó como líder de la CDU [Gráfico cortesía de @_ignaciomolina]:
Si se mantiene la tendencia, Schulz podría convertirse en el próximo canciller con el apoyo de fuerzas minoritarias. Die Linke se mueve en torno al 8% de los votos (medio punto menos que hace cuatro años pero -1.6 respecto a la expectativa de voto del mes de enero), al igual que los Verdes (8% de media, -1.8 puntos respecto al mes anterior). El FDF, socio de la CDU de Merkel en la anterior legislatura, volvería al Bundestag con el 6% de intención de voto, mejorando en 0.25 puntos los resultados de los sondeos del mes de enero.
Razones para la subida del SPD
La subida del SPD en intención de voto, en apenas mes y medio, se explica en buena medida por la potencia del candidato Schulz que ha servido para destacar dinámicas ya existentes entre el electorado alemán. Estamos, sobre todo, ante un líder con suficientes trazas en su biografía personal para convertirse en alguien atractivo para el alemán medio, quizás un tanto hastiado del perfil tecnócrata de Angela Merkel y de la ejecución de sus políticas, especialmente en material social y laboral.
Schulz fue librero, alcohólico y estuvo en el paro, y ha tenido como gran acierto pedir perdón por los errores cometidos por el SPD desde la asunción de su programa Agenda 2010 por parte del ex canciller Gerhard Schröder: «Hemos cometido errores. No hay nada malo en intentar corregirlos», señaló. Y, de paso, ha esbozado propuestas dirigidas a proteger a los más débiles desde el punto de vista laboral, uno de los puntales de la reforma del Estado de bienestar asumida por el SPD de Schröder y ejecutada por la CDU cuando llegó al poder en 2005.
Schulz se ha convertido en el candidato del SPD inmediatamente después de abandonar su puesto como presidente del Parlamento Europeo, lo que apuntala la idea de que se trata de un hombre del sistema (y, por lo tanto, no peligroso), uno de los suyos, un reformista en un contexto en el que las propias capas populares se plantean la conveniencia de recuperar los valores socialdemócratas tras la hegemonía neoliberal y, sobre todo, ante la falta de perpectiva de los proyectos alternativos, como las terceras vías o la nueva política aparecida a la extrema derecha e izquierda del establishment. En su despedida como presidente del PE, Schulz clamó contra la austeridad, lo que ya permite trazar pistas sobre el planteamiento del programa electoral con el que pretende recuperar el favor del electorado alemán. Y por ahora está funcionando.
Sin embargo, es posible que nada de esto funcionara si no se registrara un evidente cansancio ante el cuarto mandato de Merkel al frente de la Cancillería en un contexto de fuerte contestación ante el proyecto europeo y también frente al papel que Alemania ha jugado durante los últimos años en Europa. A pesar del rearme nacional que ha supuesto esta década para los miembros más fuertes de la UE, se ha registrado una disociación entre la mano dura ante los países que no cumplían las directrices de la Troika en economía y el intento de germanizar Europa desde el punto de vista político, con escasa vocación de liderar un bloque.
Las consecuencias de esta dejación de funciones, sobre todo por parte de los países que han sido locomotoras del proyecto europeo, las estamos viendo en Francia (con la incuestionable presencia de Marine Le Pen en la segunda ronda de las presidenciales de mayo) pero también en el auge de formaciones que plantean la salida de sus respectivos países de la UE o una lectura sui generis de lo que implica pertenecer a Los 28 (léase Hungría o Polonia).
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