Se anunciaban sorpresas en los resultados de las elecciones generales de Países Bajos y las hubo: Los partidos que habían formado el Gobierno de coalición resultante de las elecciones de 2012, el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD) y el Partido del Trabajo (PVdA) se dejaron casi 25 puntos en representación que se tradujo en una pérdida de 41 diputados, casi todos por parte de los socialdemócratas. Los dos partidos, junto a la Democracia Cristiana (CDA), que han sido los puntales de la política holandesa durante décadas aglutinaron el 39.3% de la representación. Por su parte, el Partido de la Libertad (PVV), liderado por el ultraderechista Geert Wilders, a pesar de monopolizar la campaña, no logró mejorar los resultados obtenidos por su partido en las elecciones de 2010 (cuando consiguió 24 diputados) y quedó lejos del objetivo de convertirse en primera fuerza parlamentaria.
Durante semanas, distintos sondeos recogieron la posibilidad de que Países Bajos se sumaría a la ola de nuevo populismo de derechas que atraviesa el corazón de la UE por diferentes motivos, un hecho a destacar si se tiene en cuenta que los países con mayor proyección son precisamente los miembros fundadores de la CEE. Finalmente las estimaciones se fueron moderando según se acercaron las elecciones generales y, al final, se proyectó a una horquilla de entre el 16-20% de intención de voto, a la espera de un giro en los últimos días de campaña.
El potencial regalo llegó el pasado fin de semana, cuando el primer ministro, Mark Rutte, del VVD, junto a su socio de Gobierno, los socialdemócratas de PVdA, decidieron prohibir la celebración de un mitin del ministro turco de AAEE a favor del referéndum que se vota en el país el próximo mes de mayo. Es posible que la actuación, que supuso la expulsión del país de la ministra de Familia y que ha derivado en declaraciones cruzadas y la ruptura de relaciones entre Ankara y Amsterdam, podría haber beneficiado a Wilders, una circunstancia que ponemos en duda: Este gesto de firmeza del Gobierno, en la línea del giro a la derecha de Rutte que ha protagonizado durante la campaña, finalmente podría haber proyectado una imagen de fuerza frente al rival turco y haber convencido a los indecisos de última hora que simpatizan con el discurso antiIslam de Wilders. El dato de participación final así lo parece indicar.
Sea como fuere, el PVV no logró su resultado en una derrota evidente incluso en los actos de celebración de los resultados por parte de Wilders, que tuvo a bien recordar a Rutte que no se irá y que su partido político será un referente (y amenaza) de cara al futuro, con o sin cordón sanitario del resto de formaciones para no contar con ellos para la formación del próximo Gobierno.
Su derrota no es anecdótica: El PVV, fundado en el año 2006 para aprovechar la ola del aesinato de Pim Fortuyn como líder, se quedó con el 13% de los votos y 20 escaños, lejos de los 33 que consiguió la formación más votada, el Partido Popular de la Libertad y la Democracia del primer ministro, Mark Rutte, que obtuvo el 21.2% de los votos y 33 diputados, ocho menos de los conseguidos en 2012. Un mal resultado objetivo pero magnífico si se tiene en cuenta el resultado de su socio de coalición, el Partido del Trabajo (PVdA), que pasó del 24.8% de los votos y 38 escaños a una representación del 5.7% y 9 diputados. Una reflexión que el presidente del Eurogrupo, al que en España conocemos muy bien por su papel durante los rescates de los PIIGS, prometió abrir una reflexión.
El Parlamento que sale de los comicios tiene una característica principal: Una enorme fragmentación que obligará a Rutte a plantear un trabajo de encaje de bolillos histórico para alcanzar obtener los 76 diputados que garantizaría la mayoría absoluta. No lo tendrá sencillo con una cámara compuesta por hasta 13 formaciones con representación parlamentaria, aunque se especula con que se trabaja en un acuerdo entre VVD, el CDA, el D66 y el PvdA. Sin embargo, esta posibilidad no esconde el origen que explica esta situación y que no es otra que la debacle de la socialdemocracia holandesa.
El PVdA perdió 19 puntos en una fuga de votos: Pasó del 35.8% al 8.3% en Amsterdam; del 29.2% al 6.4% en La Haya o del 32% al 6.3% en Rotterdam, ciudad que monopolizó el problema con Turquía durante los últimos días de campaña. El desplome explica buena parte de los incrementos en otras formaciones políticas. Éste puede ser el caso de Demócratas 66 (socioliberales), que ganó 4.2 puntos y pasó de 12 a 19 diputados; de los Verdes de izquierdas (GL), que ganó 10 diputados al pasar de un 2.3% de la representación a un 9.1% y que goza de proyección de futuro; del Denk, un partido de diputados de origen turco, que entra en el Parlamento con el 2% de los votos y dos escaños; o el éxito de los animalistas (PVdD), que pasó del 1.9% de la representación a un 3.2% (y de 2 a 5 escaños).
En el espectro de la derecha también se registraron cambios interesantes: Además del incremento del PVV, el FVD, de corte nacionalista, entró en el Parlamento con el 1.8% de los votos y 2 escaños; el CDA (Llamada Demócrata Cristiana) quedó como tercera fuerza con el 12.4% de los votos (de 13 a 19 escaños) y la Unión Cristiana (CU) mantuvo su resultado respecto a 2012. En otro orden, también cabe destacar el incremento del partido de los pensionistas y jubilados (50+), que duplicó su representación; y la estabilidad del Partido Reformado Político (SGP), que mantuvo sus 3 escaños, así como el Partido Socialista, de corte maoísta, que perdió medio punto de representación y uno de los 15 diputados que consiguió en 2012. Pese al desplome de la socialdemocracia, el SP no se benefició de esta situación, lo que debiera hacer reflexionar de cara al futuro.
La traslación de los resultados al mapa del país respecto a 2012 ya indica la dimensión del cambio político registrado en los Países Bajos este miércoles, un cambio que la UE y buena parte de los países europeos tradicionales se han limitado a destacar en un sentido: Wilders, que había amenazado con sacar al país de la UE, no consiguió su objetivo y ese freno puede tener consecuencias en la próxima bola de partido que se celebra en las presidenciales francesas.
Estamos pues ante una lectura que pasa por encima las evidencias: Los actores de la política tradicional en Holanda (pero también en otros países) están perdiendo la confianza de un electorado que parece dispuesto a explorar otras alternativas políticas, aunque éstas se basen en discursos xenófobos y/o en poner reescribir buena parte del sustrato ideológico y de valores que ha regido en Europa desde 1945.
Así se entiende mejor por qué desde distintos foros se han celebrado los resultados del partido de Mark Rutte, obviando el tono de la campaña adoptado para frenar a Wilders, o el hecho de que muchos votantes de centroizquierda están defendiendo a quien lideró propuestas de recortes del gasto social en su país o medidas de castigo respecto a países de la Eurozona como Grecia, España, Portugal o Irlanda por sus problemas financieros.
Unos resultados que confirman el malestar ciudadano con el sistema
Con un 82% de participación (+7.4 puntos respecto a las elecciones generales de 2012), los ciudadanos confirmaron el malestar con el sistema y el statu quo que ya hemos visto en otros procesos electorales y la apuesta por explorar otras opciones alternativas a la política
tradicional. Una apuesta que, como bien apuntaba @Cierzo_bardener en un análisis fundamental, tiene más que ver con entender las urnas como un mecanismo para depositar «un voto a joder».
El propio autor refería algunos de los procesos en los que hemos visto esa manera de hacer entender el malestar ciudadano: El Brexit, la victoria de Donald Trump en EEUU, las elecciones de Austria, los resultados de los comicios en España en 2015 y 2016 y lo que llevan apuntando los sondeos respecto a las presidenciales francesas desde hace meses.
La socialdemocracia europea es la principal damnificada de esta ola, como así se confirma en Grecia (con el PASOK como pionero de este castigo en las elecciones de mayo y las de junio de 2012); en Austria (no pasó a la segunda ronda de las presidenciales que estuvo a punto de ganar un candidato de la ultraderecha); en Reino Unido (incluso con el barniz al laborismo que le ha dado Corbyn); y España, donde el PSOE se encuentra en el 20% de intención de voto.
Este miércoles el PVdA holandés, que en el año 1982 tenía el 30.40% del electorado y que cae con creces respecto a su mínimo histórico (15.11%, logrado en las elecciones de 2002), se sumó a la tendencia a la que también se unirá, previsiblemente, a finales de abril el PS francés, cuyo candidato a las presidenciales es la cuarta opción en todos los sondeo sobre intención de voto desde hace meses. Hasta el momento, sólo el Partido Socialista portugués y el Partido Democrático italiano (con matices) se salvan de esta tendencia, a la que se podría sumar en septiembre el SPD (en torno al 30% de intención de voto en estos momentos).
A la caída en la expectativa de voto de la socialdemocracia (que sigue presente en distintos Gobiernos de la Eurozona) se suma una crisis más moderada que sufre el centroderecha liberal europeo. Ambos procesos confluyen en un efecto directo en la dispersión del voto hacia altersistémicas o simplemente antisistemas en la izquierda y a la derecha. Ha ocurrido en varios países de la Europa occidental (la oriental siguen otros procesos, no equiparables a los que nos referimos esta vez):
- Alemania, con el auge de Die Linke, por un lado, y con la expectativa de AfD de convertirse en tercera fuerza parlamentari
- Italia, con el M5S de Beppe Grillo, que vuelve a aparecer como primera fuerza según los sondeos sobre estimación de voto
- El Reino Unido, con la presencia del UKIP y el hundimiento del laborismo, en un contexto de dudas ante la ejecución del Brexit.
- En Francia, con una subida del Frente Nacional que bebe de esas dos crisis junto a una remodelación del discurso ultraderechista para no sonar tan agresivo o desgradable como el que hace unos años defendía el padre de la actual presidenta del FN.
- En España, con la cristalización de una opción como Podemos, bastante más moderada ahora que en sus inicios.
- En Grecia, con la victoria de Syriza en 2015 y la presencia de Amanecer Dorado como tercera opción en el Parlamento heleno.
La tendencia también se profundizó en lugares como Austria, con la pujanza del FPÖ tras constarse la ausencia de los socialdemócratas del SPÖ y del ÖVP en la segunda vuelta de las presidenciales, o en Países Bajos, donde el PVV se recupera tras la caída de apoyo registrada en 2012 (15 diputados de los 24 que logró en 2010, el año en el que tocó techo tras su fundación en el año 2006, en los comicios en los que logró 9 diputados) y con un partido liberal que ha comprado una parte del discurso de la ultraderecha.
Así, tal y como escribimos en 2012, estamos ante el diagnóstico que Pippa Norris avanzó en su obra, Derecha radical. Votantes y partidos políticos en el mercado electoral [Akal, 2009]: el efecto contagio de determinados discursos ante un aumento de las expectativas electorales de estas organizaciones:
«La importancia potencial de estos partidos se relaciona directamente con el lugar que ocupan las principales formaciones que compiten en el espectro electoral: allí donde los partidos de izquierda y derecha convergen en el centro moderado, ese agujero negro en el que no se abordan cuestiones raciales, políticas de inmigración o alternativas a la economía de libre mercado, existen más opciones de que aparezca una formación de derecha radical que intente rellenar el espacio que el partido de centro-derecha ha abandonado por interés electoral»
En todos estos países, se ha producido un cuestionamiento más o menos profundo del sistema político surgido tras la Segunda Guerra Mundial, con el fin de las dictaduras, en el caso de Grecia y España, o tras una crisis política profunda, como en Italia. Y ese cuestionamiento, que hace unos años se traducía en un aumento de la abstención y el alejamiento de la política tradicional y/o institucional, tal y como recoge Peter Mair en su libro Gobernando el vacío [Alianza Editorial, 2015], en estos momentos apunta a la intención de responder jodiendo al sistema y a sus actores principales a la menor oportunidad de ser convocados en las urnas. Próxima oportunidad, Francia.
CODA. El resultado del Brexit, el no al plan de paz en Colombia o la victoria de Donald Trump sirvieron para poner en entredicho el trabajo de las empresas demoscópicas. De ahí que sea de justicia resaltar su trabajo cuando aciertan. Así ha ocurrido, en líneas generales, con los sondeos sobre intención de voto en Países Bajos (se pueden consultar todos en la web de Electograph). Sobre todo, hay que destacar los resultados a pie de urna que proporcionó Ipsos: Clavó prácticamente los resultados de los principales partidos.
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