En un momento en el que la atención está puesta en el Parlamento, donde el partido morado no ha logrado ninguna victoria relevante en solitario y donde apenas lideran titulares salvo por las críticas que reciben sus modos en sede parlamentaria, Podemos intenta remover la calle, una vez confirmada la desactivación prácticamente total de todos los grupos movilizados durante los primeros años de la mayoría absoluta del PP.
Desde hace un mes, Podemos ha intentado situar un nuevo leitmotiv en su acción política: Su discurso antiestablishment ahora maneja el término «trama» para referirse a la presunta red corrupta formada por políticos y empresarios que serían las que manejan los hilos en España. Una suerte de dirigentes políticos, del presente y del pasado, de presidente de la patronal de empresarios y José Luis Cebrián, una de las obsesiones más notables de los líderes de la formación morada.
Estamos ante la puesta en marcha de un marco que, en teoría, debería aglutinar toda su actuación, similar al de «remontada» o «desempate» que cristalizaron en las últimas campañas de las elecciones generales. En marzo, se presentó un vídeo para denunciar esta situación que enlaza con la serie de autores que han revisado la Transición política para señalar, precisamente, que muchas de las grandes fortunas actuales proceden de los años del pelotazo del franquismo y de los años posteriores:
Este lunes, la formación ha dado un paso más y ha desvelado la incógnita: Podemos ha decidido poner en circulación un autobús que circulará por toda España para informar e invitar a denunciar a los ciudadanos de las personas vinculadas con esa red mafiosa. El autobús, pintado de azul, lleva imágenes de los supuestos responsables de esa red: Los ex presidentes José María Aznar y Felipe González, Luis Bárcenas, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, Miguel Blesa (ex presidente de Bankia), Arturo Fernández y Díaz-Ferrán (en el cupo de la patronal) y el citado Cebrián. junto a Eduardo Inda, un habitual de las tertulias de La Sexta en donde coincidió en su momento con Pablo Iglesias (alimentando la popularidad de ambos).
Los pesos pesados del partido fueron los encargados de presentar la campaña a los medios, con una réplica del autobús en forma de recortable para que quien quiera lo pueda tener en su casa. Una manera de tomar la iniciativa en este arranque del curso político tras el parón de la Semana Santa, sobre todo si tenemos en cuenta que durante los próximas semanas se hablará mucho de Presupuestos Generales y de las primarias socialistas.
De ahí que destaque todavía más la mala elección de una idea que llega con apenas unas semanas de diferencia de la polémica del autobús fletado por la organización ultraconservadora Hazte Oír contra lo que consideran el lobby de homosexuales y transexuales. Asimismo, el «tramabús» recuerda mucho al autobús que puso en marcha el PSMpara dar a conocer el proyecto de Tomás Gómez en las elecciones de 2011 (con los resultados ya conocidos). Definitivamente, ya no queda huella del errejonismo en la cúpula de Podemos.
Un error en el fondo y en la forma
Las mentes pensantes de la campaña deberían haberse puesto en alerta al constatar que la forma en la que se pretende ejecutar en la campaña es la misma que la de un grupo ultraconservador. A pesar del descrédito que determinados políticos provocan en amplias capas de la sociedad, lo cierto es que muchos de los que figuran en el autobús fletado por Podemos ni siquiera han estado encausados en procesos de corrupción. De ahí que, desde este blog, nos resulte difícil pensar que la campaña concluirá cuando está previsto, el próximo mes de junio, sin que haya demandas por medio por la vinculación de dichas personalidades con prácticas mafiosas y/o delictivas, argumentos remarcados por Pablo Iglesias en las entrevistas que realizó ante los medios para dar a conocer la propuesta.
Esto en cuanto a la forma. Respecto al fondo, Podemos comete un error de diagnóstico muy importante: Tras su irrupción en la política española, con el éxito de marcos como el de la casta (entendible incluso por el público menos afín en aquel 2014) o la idea de los de abajo organizados para protegerse de los de arriba, engarzaba con la movilización del 15M y, sobre todo, con la registrada entre el verano de 2011 y el de 2013. El relato de «la casta», un término mucho más efectivo que el de trama y que se vinculaba a una manera de hacer las cosas en España, en los países de nuestro entorno y en las instituciones de la UE, se quemó muy pronto y, a estas alturas del ciclo político, es irrecuperable. Primero por el agotamiento de la idea y, sobre todo, por determinados comportamientos de algunos de los dirigentes de la formación morada que hacen pensar en que ellos son parte de esa casta que se venía denunciando.
Constituye un error de estrategia fundamental lanzar mensajes de esta magnitud cuando el terreno ya no está abonado para ser bien recibidos. Así, es posible que Podemos esté entrando en una fase que bien puede recordar a la que vivió IU tras los resultados históricos de Julio Anguita en las elecciones de 1996: Sus mensajes eran bien recibidos pero había mucha menos gente con voluntad de darles el voto por considerarlos demasiado alejados de la realidad. Esta tendencia, que se matiza en contextos de fuerte contestación social, que invitan a votar desde el enfado, suele ser generalizada en sistemas democráticos consolidados.
Y la realidad, guste más o menos, es que los datos de recuperación económica vienen acompañados de una creciente desmovilización política y social, con una vuelta a los problemas cotidianos de cada cual, a los desplazamientos en vacaciones o al fútbol como mecanismos para alejarse de un contexto en el que las clases medias y, sobre todo, trabajadoras han salido esquilmados de una crisis económica que no ha enseñado las lecciones adecuadas.
Campañas como el de la «tramabús», además de infantilizar los problemas hasta convertirlos en anécdotas de patio de colegio, no ayudan a reconectar con la política ni siquiera a los que podrían ver con buenos ojos el fondo que se pretende denunciar. Más bien sucede al contrario: Si Podemos no demuestra su utilidad en el Parlamento, más allá de comportamientos centrados en la denuncia y /o en el espectáculo, irá perdiendo el favor de un electorado que le puso ahí, precisamente, para que ayudara a resolver problemas.
Hace algunos años, a raíz de la efervescencia que se vivió durante el 15M y los meses posteriores, pusimos en la acento en la necesidad de que esos movimientos acertaran en la ejecución de la acción política para no generar frustraciones innecesarias. Con campañas como la del famoso autobús, Podemos no gana ni un voto y, al revés, puede haber perdido unos cientos. Igual es momento de que sus líderes dejen de comportarse como aficionados con escasa capacidad de jugar en la liga de los mayores. Sobre todo porque, con estos errores, el PP puede sentarse a fumar un puro colectivo desde La Moncloa.
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