Este lunes se cumplen seis años de la cristalización de lo que vino a denominarse Movimiento 15M, la primera llamada de atención seria de que el régimen nacido en la Transición era una especie de zombi que había desconectado con amplias capas de la población, con perfiles muy claros: Menores de 30 años, estudiantes y/o profesionales precarios, residentes en grandes ciudades y que abarcaban ideológicamente un espectro situado en el centro y la extrema izquierda. Un cajón de sastre que explica qué ocurrió desde entonces.
El 15 de mayo de 2011, una manifestación de Juventud Sin Futuro, derivó en la primera acampada en la Puerta del Sol y sirvió de chispa para una contestación generalizada hacia los partidos políticos y su manera de entender las instituciones y la propia política. Un sondeo de Metroscopia realizado durante aquellos días recogía que el 90% de los ciudadanos estaba de acuerdo con las críticas al sistema y a la deriva de la política hacia una suerte de grupos de interés que gobernaban de acuerdo a sus intereses y en contra de los intereses de la mayoría. Un año después, este apoyo todavía era del 68%.
Recordemos. En 2011, España vivía su tercer año de crisis económica, con el abandono del PSOE de todas las promesas que le hicieron ganar las elecciones de 2008. En aquel momento, los recortes sociales (menores en comparación con lo que vendría después) compartía espacio con la corrupción y una falta de perspectivas laborales y de vida para lo que se denominó «la generación más preparada de nuestra historia». Faltaba nombrar lo que pasaba y se hizo: Estábamos inmersos en la necrosis de un sistema político y de partidos provocada por un modus operandi de los partidos tradicionales, un proceso que habían derivado en falta de renovación de las élites políticas, empresariales y sociales y de anquilosamiento del sistema en un contexto de crisis al proyecto europeo.
Imagen de Antonio López publicado en La huella digital
España adoptó, de facto, el «que se vayan todos» argentino y todos esos procesos sirvieron de catalizadores para poner de acuerdo a una ciudadanía diversa: Jóvenes cuya primera experiencia política fue la ocupación pacífica de las plazas, votantes de mediana edad que habían acudido a las urnas más de una vez con la nariz tapada, profesionales a los que la crisis les había pasado por encima expulsándoles del sistema de trabajo, profesionales parados o con expectativas laborales precarias, activistas y mucho crítico situado en la órbita de IU o UPyD.
La cristalización del movimiento se produjo en la última semana de campaña de las elecciones locales y autonómicas y fueron en principio del fin para el PSOE, que entendió perfectamente en aquel momento que su marca política había quedado achicharrada por el giro en la política económica liderado por José Luis Rodríguez Zapatero (y seguido por el resto del partido sin apenas debate interno) y por su propia desconexión con la sociedad.
Se entendió que el PSOE era parte del problema, como ocurrió con casi todos los partidos tradicionales (mención expresa a CiU), y el movimiento 15M sirvió de columna de la contestación social de las mareas, de los barrios y de todo aquel que no se sintiera conectado al establishment. Desde el primer momento se declararon políticos pero apartidistas, y eso ayuda a entender por qué ni IU ni UPyD pudieron engarzar con las reivindicaciones.
El gran problema se planteó ya en las propias plazas, en aquellos meses de mayo y junio: Era fácil aprovechar un estado social ante la evidencia de unos poderes que habían vulnerado al pacto social pero era mucho más difícil articular la respuesta de forma eficaz y con voluntad de cambio. Durante aquellas semanas entraron en contradicción los postulados de colectivos anarquistas o de los que demandaron un cambio más real del sistema, cercano a la democracia radical o deliberativa, que llevaba aparejado una transformación económica que pasaba por repensar nuestro papel en la UE que representaba Angela Merkel y la Troika.
Esa visión, que poco a poco se fue haciendo cada vez más minoritaria, compartía espacio con opciones más posibilistas, defendidas, sobre todo, por jóvenes de 25-35 años, que basaban su crítica en lo que el sistema había hecho con ellos: Hijos de clases medias (también de clases trabajadoras con aspiraciones a clases medias) que habían confiado en que estudiar y formarse les aseguraría un futuro profesional acorde a sus aspiraciones y se sentían engañados con desempleo juvenil o precariedad creciente.
Ni entonces ni después hubo más mención a trabajadores manuales o no cualificados, salvo por el protagonismo que adoptó la Plataforma de Afectados de la Hipoteca en su combate contra los desahucios. Y eso a pesar de que la devaluación salarial ha impactado directamente en esas masas de trabajadores.
Desactivación de la calle y creación de Podemos
Seis años después, apenas quedan flecos de lo que se planteó en las plazas y se demandó en las calles en dos años de movilización social y política que ayudó a establecer comparaciones con lo que ocurrió en España tras la muerte de Francisco Franco. Seis años después, se ha reconfigurado el sistema político, con la presencia de dos formaciones como Podemos y Ciudadanos, llamados a ocupar el espacio que habían dejado PSOE y PP como piezas centrales del régimen.
El balance de este periodo explica por qué en su momento decidimos abrir este blog para registrar los cambios que se sucedían: La abdicación de Juan Carlos I, con contestación de su legado; la condena de su yerno por el caso Noos, que evidenció unas prácticas en la Casa Real inaceptables; la dimisión de un presidente del CGPJ por corrupción; la caída de las cúpulas del PP en Madrid y la Comunidad Valenciana (con efectos controlados, hasta el momento, en Mariano Rajoy); la sucesión de dos secretarios geranales y una gestora en el PSOE, con unas primarias que podrían marcar los próximos años; el proceso independentista catalán, que ha afectado directamente al PSC y que ha derivado en la desaparición de CiU, golpeada directamente por los casos de corrupción.
Durante estos años, quedan pocas dudas de que las grandes empresas han pagado mordidas a partidos concretos para que sus Administraciones adjudicaran obra pública, mientras se ha hablado de las puertas giratorias (que pueden influir o no en beneficiar a las grandes empresas con el objetivo de conseguir un puesto bien pagado en el futuro), del enchufismo como nuevo ascensor social. Complétese el cuadro con la propia evolución de la UE, tanto en términos comunitarios como en relación a los procesos que están viviendo países clave como Reino Unido, Francia, o la fortaleza de formaciones de ultraderecha, y del terrorismo islamista en suelo europeo como el nuevo hombre del saco que justifica la adopción ordinaria de medidas que inicialmente fueron excepcionales.
Nada ha sido gratis. Igual que ocurrió con la victoria del PSOE en 1982, muchos entendieron que la movilización en sí llevaría a la ciudadanía a hartarse ante la frustación del cambio, por lo que se planteó desactivar la calle con un objetivo: Institucionalizar la protesta con el único mecanismo político efectivo en una democracia parlamentaria de corte liberal (sí, a pesar de todo), como la nuestra. Podemos fue el instrumento elegido para llevar a las instituciones el malestar de miles de ciudadanos, que no se sentían representados por la política, sobre todo en un momento de crisis política sistémica que fue consecuencia de la crisis política.
Ya conocemos su intrahistoria: Presentación de la formación como un movimiento político en las elecciones europeas, deriva hacia la construcción de un partido clásico mientras los sondeos sobre intención de voto recogían aumentos en intención de voto increíbles en unos pocos meses. Al mismo tiempo que el pánico sacudía Ferraz, desde Cataluña se produjo el salto de Ciudadanos como el «Podemos de derechas», es decir, la alternativa en el centroderecha a esa crítica generalizada y las elecciones autonómicas y locales de 2015, en las que quedó claro que para cambiar las cosas Podemos, IU y PSOE tendrían que entenderse.
Luego llegaron las elecciones generales de 2015, la negativa a hacer a Pedro Sánchez presidente del Gobierno y el fracaso en el sorpasso en la repetición de las elecciones generales de 2016, con constataciones como los problemas internos del partido en apenas tres años de vida (con la salida de dirigebntes notables de la dirección) o los fallos en la construcción de un partido de implantación estatal, por no hablar del propio liderazgo de Pablo Iglesias, adorado por sus fieles pero detestado por el resto.
Hoy, Cataluña, Galicia, Euskadi y, cada vez más, Andalucía deciden de forma casi independiente respecto a los dictados centrales, lo que abona la idea de que Podemos vuelve a ser un producto eminentemente madrileño aunque con una visión sobre el país que no tiene por qué derivar en una confrontación directa con nacionalistas y/o independentistas. Y con una visión clara: El objetivo, más allá del derribo a un PP que ha aguantado razonablemente los efectos de la crisis y sus problemas con la corrupción, el PSOE, al que tienen como el principal referente del centroizquierda en una operación de acoso y derribo para poner en evidencia las contradicciones de Ferraz.
A pesar de que Podemos votó en contra de la investidura de Pedro Sánchez, desde las elecciones de junio de 2016 se ha insistido en la necesidad de que el PSOE liderara la alternativa a Rajoy (a pesar de perder cinco diputados en seis meses). De ahí al abrazo a Sánchez, como el mal menor, sólo hay un paso, que han dado con campañas como la del Tramabús o el anuncio de la moción de censura contra el Gobierno de Mariano Rajoy, una operación sin fecha, a la espera de lo que ocurra el día 21 de mayo en las primarias socialistas.
Todos los caminos conducen a Podemos
A estas altura del partido, el 15M ya es sólo un recuerdo de una de las contestaciones sociales más potentes en un país como España, que no se caracteriza precisamente por la fortaleza de su sociedad civil. Las asambleas de barrio y los círculos de Podemos quedaron desactivados en su mayoría en beneficio de un proceso más ambicioso: Centrarse en las instituciones aun a riesgo de quedar desconectado con la realidad que se pretende transformar.
Hace unos meses, Juventud Sin Futuro anunció también su desactivación: «Aún queda mucho por hacer y humildemente pensamos que serán otras generaciones quienes lleven a cabo esta lucha por un futuro digno». Y con puntualización ante las acusaciones de que lo dejan tras haber obtenido un cargo político: «En ningún momento queremos hacer creer que la lucha social es innecesaria. Muchas de nosotras seguiremos participando desde esos frentes».
Lo cierto es que, desde 2015, año en el que las caras más conocidas de Podemos comenzaron a entrar en las instituciones locales y autonómicas, hemos visto una pérdida de la inocencia basada en el comportamiento de una parte de sus dirigentes. Y así enlazamos con la evidencia: La gran mayoría son hijos de esas clases medias con aspiraciones profesionales propias que han encontrado acomodo en la política, primero en un partido basado en los afectos y en las relaciones personales, y ahora en un partido que debe servir de receptor de todo lo que signifique diferenciarse de la «casta» o de «la trama», según el marco más actual.
Formaciones como Equo o ICV contactaron con Podemos (y de su sucursal catalana) casi desde el comienzo para impulsar un proyecto unitario, conscientes del castigo que la circunscripción provincial supone al aplicar la Ley D’Hondt. En Madrid, una parte de IU formó parte de la candidatura de la formación morada en las autonómicas de 2015, sucursal que quedó tocada tras la victoria de Ramón Espinar en las primarias de hace unos meses.
Ante las elecciones de 2016, le llegó el turno a IU, el partido de los «cenizos», según Pablo Iglesias, que de repente se convirtieron en piezas fundamentales si se quería superar al PSOE como segunda fuerza parlamentaria. Un año después de aquel acuerdo, IU apenas se reconoce como alternativa política, mientras sigue aumentando el porcentaje de votantes que, a estas alturas de la legislatura, se decanta por la abstención.
Podemos se ha convertido en el origen y en el fin del cambio, con el añadido de una mala resolución de la Asamblea ciudadana de Vistalegre II (con la defenestración de Iñigo Errejón y de la corriente que lideraba), la desactivación de todos los grupos (hace unas semanas Unidad Popular anunció su disolución) y del fin de la ventana de oportunidad que hubiera significado convertirse en una alternativa de Gobierno creíble.
No es casualidad que las candidaturas ciudadanas que llegaron a los consistorios simbólicos de las grandes ciudades españolas estén pasando por dificultades en estos momentos. Tampoco que el PSOE finalmente se hiciera con el Gobierno de las CCAA que controla con el apoyo de Podemos (que ha mutado en algunos sitios en un pacto de no agresión con el PP). Los sondeos, desde hace meses, muestran el nivel de rechazo que genera Iglesias entre los que no son votantes de Podemos, y queda claro que sólo con esos votos no conseguirá desbancar a los socialistas.
CODA. Unidos Podemos convoca este 20 de mayo una concentración de apoyo a la moción de censura contra el Gobierno. Es lo más parecido que hemos encontrado a una movilización vinculada al 15M aunque sus reivindicaciones y objetivos estén mucho más pegados a la realidad política del momento.