El jueves, los británicos votan en una elecciones parlamentarias adelantadas a propuesta de la primera ministra, Theresa May, que buscaba reforzar su liderazgo tras ser nombrada después de la dimisión de David Cameron. Todo como consecuencia de la victoria del Brexit en el reférendum prometido por el ex primer ministro conservador durante la campaña de las elecciones de 2015, que se saldaron con una mayoría absoluta torie, un procedimiento de desconexión activado hace unas semanas por Londres y Bruselas.
Tres años antes de lo previsto, May volvió a convocar elecciones con un objetivo claro: Aprovechar la debililidad de los laboristas para afianzar una mayoría absoluta que actúe como una apisonadora ante las negociaciones abiertas con la UE. Los primeros sondeos publicados apuntaban a la posibilidad de una paliza histórica en las urnas, una distancia que se ha ido reduciendo poco a poco durante estas semanas debido a cambios de metodología de las empresas demoscópicas y también por un planteamiento de campaña desastroso por parte de los tories, con hitos como no enviar a la líder del partido al debate organizado por la BBC con Jeremy Corbyn.
Más allá del interés por los datos y las habituales propuestas sobre subidas de impuestos o no, que en esta ocasión iba íntimamente ligada a las consecuencias del Brexit para el país, la campaña electoral ha estado marcada por acontecimientos que hablan del papel del Reino Unido en el mundo. Durante estas semanas se ha hecho evidente la brecha de los socios europeos en asuntos como el futuro de la OTAN, tal y como se puso de manifiesto durante la visita del presidente de EEUU por Europa. Así, más allá de la disputa habitual, muchos veían las elecciones como un test para dilucidar la gravedad del divorcio entre los británicos y el bloque continental europeo.
El terrorismo yihadista, de nuevo protagonista
En las dos últimas semanas, hemos visto dos acciones terroristas espectaculares, lo que hace pensar en un intento de influir en los resultados que arrojen las urnas, como ocurrió en Francia o en España en 2004. La primera ocurrió en el concierto de Ariana Grande, en Manchester, donde un joven se inmoló dentro del recinto, lleno de adolescentes y niños, que es el público objetivo de la cantante estadounidense.
En total, 22 personas fallecieron y 60 resultaron heridas en el atentado terrorista, inmediatamente reivindicado por IS, que de forma simultánea también enviaba señales sobre uno de los efectos de la evolución de la propia guerra de Siria e Irak: La dispersión del movimiento a los países occidentales, pero también su presencia fuerte en Afganistán (donde comenzó todo) y también a lugares como Filipinas, donde mantuvieron el control de Marawi durante días frente al Estado. Tras su entrada y difusión en Marawi, atentaron en Manila contra el turismo, que pasa por ser uno de los sectores estratégicos para la economía filipina, país que se estaría alejando de la órbita de EEUU para establecer contactos con Rusia.
El autor de la matanza fue un chico de 22 años, nacido en Manchester, con familia de origen libio, país al que habría viajado en los últimos años. El objetivo del ataque, un concierto de una cantante de pop, lanzaba dos mensajes: El Ramadán sirve de excusa para atacar el estilo de vida occidental y no hay ningún problema para situar a adolescentes como objetivos directos del yihadismo.
Este fin de semana, mientras en Cardiff se disputaba la final de la Champions de fútbol, Londres se convirtió en objetivo de tres terroristas, que usaron métodos rudimentarios pero tremendamente efectivos: Atropellaron a peatones en el Puente de Londres y luego fueron apuñalando a transeúntes durante ocho minutos, que fue el tiempo en el que la policía tardó en neutralizarlos. Sus objetivos, los locales nocturnos de Borough Market, donde se difundieron imágenes de clientes tumbados en el suelo:
En total, ocho fallecidos y 48 heridos de diversa consideración, veinte de ellos en estado crítico, la mayoría apuñalados durante el trayecto callejero de los tres terroristas. La primera ministra compareció este domingo para señalar que se suspendía la campaña electoral por segunda, aunque se reanudará mañana para lanzar un mensaje de normalidad democrática, y para denunciar que existe «demasiada tolerancia con el extremismo» en su país. Nada que ver, como vemos, con la defensa de Corbyn de repensar la política exterior del Reino Unido, sobre todo en relación a su participación en guerras que están provocando que se exporten terroristas a todo el mundo. El líder laborista se ha caracterizado, también, por apartarse de todo lo que pueda oler a un uso partidista de las víctimas de los atentados.
Tras los atentados de Londres, May anunció una serie de planes para combatir «la malvada ideología del islamismo extremista», como la eliminación «espacios seguros que necesita para desarrollarse»: «No podemos permitir que los terroristas actúen en un lugar seguro y eso es lo que están haciendo en internet». Por ello, pidió «regular el ciberespacio (…) apartar esta violencia de las mentes de las personas y hacerles entender nuestros valores». Y lo hará con una petición de entrega a la policía de “todos los poderes que necesita».
Sociedad del miedo y nuevas restricciones
Las informaciones sobre la autoría del atentado de Manchester volvieron a dejar claro que Europa tiene el problema incrustado en sus propias sociedades con retornados y conversos que abrazan el radicalismo yihadista por un cóctel de motivos que, sobre todo, hablan de inadaptación al entorno. Asimismo, se vuelve a poner en evidencia la ineficaz respuesta internacional (con ataques en los países que se creen origen del terrorismo o la obsesión de Internet como foco de captación) y la necesidad de volver a retomar el trabajo de campo del espionaje tradicional para neutralizar amenazas que, ante la incapacidad de acciones más dañinas, se centran en lobos solitarios.
Esta campaña electoral se recordará por la constatación, una más, de que el Reino Unido, como el resto de sociedades abiertas, como constructo básico de la democracia representativa de corte liberal, tiene un problema con ese terrorismo que ha mutado de grupos organizados a acciones en agentes en solitario. La espectacularidad de sus acciones, amplificadas por los medios de comunicación y las redes sociales, y la facilidad con la que aprovechan las propias circusntancias de una convivencia en la que son habituales las reuniones en espacios públicos o en recintos cerrados, como en el Manchester Arena, están consiguiendo un cambio en la propia mentalidad de una ciudadanía que reacciona con pánico cada vez que se reportan noticias sobre posibles atentados, como ocurrió en la estampida en Turín tras confundir la explosión de petardos con una bomba.
Así, hemos pasado de asumir una convivencia basada en la concepción de sociedades de riesgo, propias del final de la Guerra Fría y de la desaparición de la URSS, a las sociedades del miedo, sobre todo tras constatarse que la amenaza no está lejos, en las montañas afganas, sino en nuestros barrios. Y ante la evidencia, se propone controlar Internet desde el poder político, mientras en las redes sociales son habituales las proclamas a favor de expulsar a sus países (sic) a los musulmanes que no se integren o en instaurar la pena de muerte para desincentivar a terroristas que no tienen ningún problema en inmolarse.
En este contexto de shock relativo ante acciones terroristas de indudable espectacularidad, hay terreno abonado para extender una suerte de excepcionalidad constante que, además, parece respaldada por unos ciudadanos que comienzan a manifestar en voz alta, sin pudor, que el Islam es el responsable de la escalada de acciones en las grandes ciudades europeas (obviando que la mayoría de las acciones terroristas se cometen precisamente contra musulmanes en Afganistán, Irak, Yemen o Siria). Fue así en Manchester, con la primera ministra elevando el nivel de alerta a crítico sin aportar más datos o con militares armados en las calles para dar sensación de normalidad.
Una normalidad que, por el momento, sólo se cuela en acciones como la que se registró en Manchester, tras el minuto de silencio por las víctimas del concierto de Ariana Grande: Decenas de personas entonan Don’t Look Back In Anger, una de las canciones más reconocibles de Oasis, el grupo de britpop originario de Manchester: