El resultado de las primarias socialistas, con una derrota sin paliativos del aparato del partido, explica la calma con la que el PSOE salió este fin de semana su 39 Congreso Federal. Pedro Sánchez vuelve a la Secretaría General y lo hace diseñando un partido a su medida sin oposición interna aparente, a la espera de consignar, en los próximos meses, el lugar que cada uno ocupa en el futuro del partido que se aleja de la estructura orgánica clásica para parecerse más a un movimiento polítio, a la espera de emular el éxito de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales (y legislativas) francesas.
Por primera vez desde Suresnes, el PSOE pasa de ser una formación basada en la democracia representativa de los delegados respecto a las bases y el equilibrio de poder entre los territorios a convertirse en un sistema presidencialista que hunde sus raíces en el hiperliderazgo de Pedro Sánchez que, en esta ocasión, opta por una Ejecutiva basada en lealtades personales y no en redimensionar el poder territorial. De manera coherente con lo ocurrido durante estos meses, Sánchez se rodea de fieles y puentea a los cargos medios del partido (que hicieron campaña en su contra) con el objetivo de establecer una relación directa con la militancia.
La consecuencia más inmediata fue la decisión de Susanan Díaz y afines de abandonar el plenario antes de la votación, como gesto de malestar ante el escaso peso de la federación andaluza en la nueva dirección, un territorio que, por el momento, es el que aporta más votos al PSOE en términos nacionales. Estábamos, pues, ante la confirmación de que el partido puede afrontar una tregua pero que, ni mucho menos, ha cosido o trabajado la unidad interna.
El segundo síntoma llegó este domingo con el bajo apoyo de los delegados a la Ejecutiva de Sánchez respecto a sus antecesores: El 70.5% avaló la composición de la nueva dirección del partido, lejos del 90.2% que consiguió José Luis Rodríguez Zapatero en el congreso de 2000, del 80% que obtuvo Alfredo Pérez Rubalcaba en 2012 (tras un proceso tan conflictivo como el protagonizado por Sánchez y Susana Díaz) y lejos también del 86% de respaldo que consiguió el propio Sánchez en la presentación de su primera Ejecutiva.
Asimismo, también se escucharon críticas de los secretarios generales de las distintas federaciones al sectarismo que, a partir de este fin de semana, pasa a ser la seña de identidad del sanchismo. Los dirigentes que se levantaron en un primer momento contra la dimisión de Sánchez y contra la abstención del PSOE en la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno aparecen como pesos pesados de la nueva dirección, con mención especial a Cristina Narbona, nueva presidenta del partido, de Oscar Puente, el nuevo portavoz del partido en este periodo, y de figuras vinculadas al zapaterismo como Carmen Calvo o Beatriz Corredor. La conexión con una parte del pasado llega de la mano de Manuel Escudero (el hombre que trabajó en su momento la candidatura de Josep Borrell) y de José Félix Tezanos (histórico del partido y responsable de la revista ‘Temas para el Debate‘)
Orgánicamente, Sánchez diseña una dirección hecha a su imagen y semejanza, sin rastro de pesos pesados del pasado que, unánimemente, respaldaron a Susana Díaz en las primarias. Por supuesto, en la nueva dirección no está Eduardo Madina pero tampoco José Blanco o Elena Valenciano (ex secretarios de Organización del partido) ni tampoco César Luena, la mano derecha de Sánchez en su primera etapa de Ferraz que mostró su disposición a apoyar a Patxi López en la primarias del partido.
Sánchez opta por rodearse de rostros de la sociedad civil y de afines (que a la vez se proyectan como enemigos de Susana Díaz y de muchos de los que la apoyaron) y copia las grandes líneas del organigrama de la Ejecutiva que en 2008 rodeó a José Luis Rodríguez Zapatero y sitúa a Adriana Lastra como vicesecretaria general del partido (un cargo creado en 2008 para José Blanco) y a José Luis Ábalos como secretario de Organización (un lugar que en su momento ocupó Leire Pajín).
En su momento, las fricciones entre Blanco y Pajín fueron más que evidentes, algo que quizás no se dé en esta ocasión por la necesidad de afrontar la legislatura próxima con unidad interna frente a las propias disensiones de los barones. Estos, por el momento, quedan desactivados como fuerza de oposición federal, a falta de lo que ocurra con los procesos internos que, tras el Congreso, arrancarán en las distintas federaciones y provincias durante los próximos dos meses. La situación no invita a ser optimista, tal y como puso en evidencia Ximo Puig, líder del PSPV y uno de los barones que tiene más opciones de perder su congreso frente al candidato sanchista.
Viñeta de Ricardo publicada en elmundo.es en octubre de 2015
Giro a la izquierda sin adelanto electoral a la vista
Una de las frases más remorables del candidato Sánchez fue señalar que lo primero que haría si era elegido secretario general sería pedir la dimisión de Mariano Rajoy, en un momento en el que Génova volvía a ser protagonista informativo a su pesar por la detención de Ignacio González y la Operación Lezo. Un mes después, el líder del PSOE ha optado por moderar sus aspiraciones y optar por diseñar una mayoría parlamentaria para frenar o revertir legislación aprobada por el PP durante la legislatura 2011-2015: «Voy a trabajar sin descanso para que haya una mayoría parlamentaria alternativa que acabe con esta etapa negra del PP», dijo ante 8.500 delegados.
En la práctica, esta decisión tiene un efecto con el que quizás no contaban sus partidarios: Abortada la moción de censura presentada por Unidos Podemos, con la evidente ruptura de la formación morada con C’s, que se muestra cada vez más cerca del PP, resulta imposible pensar en un escenario en el que las distintas fuerzas parlamentarias se pongan de acuerdo para lograr una mayoría absoluta que derribe el Gobierno de Rajoy.
Por lo tanto, y a falta de sorpresa mayor no descartable en el personaje, la legislatura durará todo lo que el presidente del Ejecutivo quiera, por lo que el giro a la izquierda en la política española, de tener lugar, no se producirá hasta que unas hipotéticas elecciones generales arrojen una mayoría suficiente en ese sentido. La imposibilidad de un derribo del PP ayudará a explicar por qué el rival directo al que se dirigirá Sánchez en esta segunda etapa será Unidos Podemos y no tanto el PP, sobre todo si tenemos en cuenta que el líder de la formación morada tendrá a su disposición la tribuna del Congreso desde la que postularse como alternativa.
El nuevo viejo PSOE
Todo el discurso de clausura de Sánchez como secretario general socialista giró sobre esta idea no mencionada, con los elementos de su personalidad política confirmando que estos meses no le han convertido en un gran orador. Hizo referencias generalistas a lo que debe ser el partido con referencias al pasado superficiales que pasaron por encima de los que hicieron Historia al frente del partido y que, en esta ocasión, se posicionaron en contra de su liderazgo y que intentaron restar protagonismo al nuevo PSOE. Se vio el sábado en el plenario a Rodríguez Zapatero, a Pérez Rubalcaba y a Joaquín Almunia, pero ninguno de ellos asistió al cierre de la reunión socialista.
Así, ya sin ellos en el auditorio, Sánchez habló mucho de la izquierda responsable y de la vuelta de un PSOE ganador, mención que sitúa como adversario directo más a Unidos Podemos que al PP: «Ahora se nos dice que somos el nuevo PSOE, pero somos el PSOE de siempre, el PSOE que gobierna, que no tiene miedo al cambio y que va a ganar las próximas elecciones».
Los socialistas concluyeron su Congreso con menos debate y propuestas en comparación a lo que solían ser habituales en el pasado, con una referencia a la España plurinacional, que constituyó el guiño más claro hacia la situación catalana: «Las tensiones relacionadas con la organización territorial del Estado han sido una constante en la historia de la España moderna (…) y la falta de unas soluciones comúnmente aceptadas ha ocasionado tensiones competenciales, y en los últimos años también identitarias, basadas en supuestos agravios comparativos. Ante esta situación, los socialistas entendemos que el federalismo, con sus premisas de cooperación, colaboración y solidaridad, como se defiende en nuestra Declaración de Granada, puede y debe ser la solución de una España orgullosa de su diversidad y comprometida con el autogobierno de las comunidades que la integran».
Entre las enmiendas aprobadas, figura el rechazo de la maternidad subrogada; con el compromiso de despenalizar la eutanasia y acabar con los privilegios de la Iglesias católica (que constituye un clásico que se aprueba en todos los congresos del partido); y con el grito del reelegido secretario general dirigido a la generación que se movilizó en torno al 15M y que hoy todavía no ven diferencias en la práctica entre las buenas palabras y las decisiones que finalmente el PSOE termina adoptando.
Arremetió contra el PP por corromper la Constitución y las instituciones y se dirigió a Unidos Podemos sin mencionarlos: «Nosotros somo la izquierda de Gobierno y la izquierda de gobierno tiene que hacer las cosas de forma seria, serena, ambiciosa, pero rigurosa». Fue la referencia más directa a las improvisaciones de la formación morada, que consuma una buena semana política que le ha permitido dominar los marcos informativos y postularse como alternativa a un PSOE que, por el momento, tiene los sondeos sobre intención de voto a favor pero que todavía no aporta más que las habituales operaciones de ascenso y asentamiento de los vencedores en las batallas internas.
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