La política francesa entra en terreno desconocido. Hace un mes hablábamos de la composición del nuevo Gobierno del presidente de la República, Emmanuel Macron, un gabinete que exploraba el centro derecha liberal con gotas de apoyo procedente de la sociedad civil y de los aliados electorales del que fuera delfín de François Hollande, el partido centrista MoDem de François Bayrou, uno de los primeros apoyos electorales en la campaña de las presidenciales.
Antes de las elecciones legislativas, nada hacía presagiar ningún nubarrón en el horizonte del joven presidente francés, cortejado por la prensa europea desde que se convirtió en una opción seria a ocupar el Elíseo, tras la caída en desgracia de François Fillon, convertido ya en el llamado a ser el salvador de la UE (tal y como recogió el semanario The Economist en su nada sutil última portada).
Sin embargo, el país vive un nuevo sobresalto debido a movimientos que pueden acabar, precisamente, con la reconfiguración de los apoyos de Macron, que sí ha confirmado a Edouard Philippe como primer ministro. Después de las elecciones legislativas francesas, que han arrojado una victoria incuestionable para el partido del presidente, La República En Marcha, con un dato de abstención récord en la política francesa, se suceden los movimientos de recambio con la salida, precisamente, de todos los ministros vinculados al MoDem, comenzando por el propio Bayrou.
En apenas unos días, la formalidad de presentar la dimisión en bloque para volver a ser confirmados tras conocerse los resultados de las elecciones legislativas, se ha tornado en una jugada de otro nivel que puede dejar vacío, listo para ser ocupado, todo el espacio ideológico situado en el centro político: Cuatro ministros han presentado su renuncia, entre ellos Richard Ferrand, ministro de Cohesión Territorial y peso pesado del Gabinete, muy cercano a Macron. El motivo, adelantarse a una posible acusación de tráfico de influencias ocurrida en 2012.
También dimitía el lunes la titular de Defensa, Sylvie Goulard, del MoDem, y este martes les llegaba el turno a François Bayrou, titular de Justicia, y a Marielle de Sarnez, ministra de Asuntos Europeos, que anunciaron sus respectivas dimisiones investigados por supuestos empleos ficticios a cargo del Parlamento Europeo. En la práctica, Macron se ampara en el compromiso de moralizar la vida pública y corta la cabeza de la formación que podría competir ideológicamente por ocupar el centro liberal, un espacio que se puede prologar a la derecha dada la crisis de identidad que vive en estos momentos Les Republicáins.
Macron se postula como el nuevo mirlo blanco de la política europea
Hace cinco años, François Hollande asumió el cargo de presidente de la República francesa tras una victoria contundente frente a Nicolas Sarkozy. Un mes después, las elecciones legislativas confirmaron al Partido Socialista como vencedor, lo que arrojaba una conclusión clara: El mirlo blanco de la socialdemocracia europea no tendría grandes problemas para liderar la refundación de una UE con una vuelta del reequilibrio francoalemán en un momento de cuestionamiento del proyecto por, entre otros asuntos, la gestión de la crisis financiera en los llamados PIGS.
El mandato de Hollande concluyó y las elecciones presidenciales confirmaron una crisis del sistema de partidos francés que aprovecharon Marine Le Pen, que obtuvo 10.6 millones de votos, el 33.90% de la representación, y sobre todo Emmanuel Macron, al frente de un movimiento político creado hace apenas un año, que se coronó como el claro vencedor de la crisis política francesa. La elección de los miembros de su primer Gobierno le confirmaba como un estratega con posibilidades de vender una refundación del sistema político francés sobre las cenizas de los partidos tradicionales.
Así ha sido. La segunda vuelta de las elecciones legislativas, celebradas el pasado domingo confirmaron a su partido, La República En Marcha, como la novedad política de la temporada al hacerse con el 60.65% del voto que se tradujo en 350 diputados, 61 más de los necesarios para conseguir la mayoría absoluta. Es decir, una paliza sin paliativos que silenció a quienes señalaban, con razón, las dificultades organizativas de un partido que se está haciendo en estos momentos y que necesitaría tiempo para asentarse en el territorio.
Su inmediato competidor, Les Republicáins, se conformó con el 22.53% del apoyo (137 diputados), mientras que el Partido Socialista confirmó su crisis interna al quedarse como tercera opción con el 7.97% del voto (-40.5 puntos si lo comparamos con los resultados obtenidos en 2012) y 46 escaños, nada menos que 234 menos que hace cinco años.
Con un 58% de abstención, +13.4 puntos respecto a 2012, Jean Luc Mélenchon y Marine Le Pen lograron convertirse en diputados y, por lo tanto, la Asamblea pasa a ser un escenario con varios candidatos a convertirse en el principal líder de la oposición. Este escenario se completa con la crisis interna que vive la antigua UMP, una crisis que terminó de estallar con el fichaje de destacados dirigentes por parte de Macron para que formaran parte de su Ejecutivo y con la ruptura del grupo parlamentario en dos anunciado tras los comicios: 40 diputados crearon un grupo parlamentario propio con vocación de «acompañar las reformas que vayan en el buen sentido y oponerse cuando haga falta», señalaron.
La República en Marcha se queda, por lo tanto, como la única opción política con peso y unidad interna suficiente para acompañar las decisiones presidenciales, con dos únicas amenazas que proceden, precisamente de los extremos políticos. El Frente Nacional y La Francia Insumisa serán las voces que respondan políticamente de las medidas adoptadas por el presidente y su Gobierno, unas medidas que, vaticinamos, serán respondidas en la calle como único frente de respuesta que le queda a la izquierda.