Podemos nació en enero de 2014 como un movimiento político. Su origen no requería, inicialmente, de una estructura clásica de partido político como el que se sucedió en todos los sistemas con vocación democrática durante la mayor parte del siglo XX, sobre todo con la llegada de los partidos de masas. Las opciones de poder representar a millones de votantes explicaron la necesidad de articular organizaciones políticas verticales, jerarquizadas y con una implantación sobre el territorio basada en niveles de dirección.
La configuración del PSOE, como partido con vocación de representación amplia, es paradigmático de cómo se entendía el partido como instrumento de representación política democrática, algo que también se percibe en la configuración como organización del PP con una diferencia: Los órganos de dirección son más reducidos enfatizándose el carácter vertical y jerárquico de unos cargos con muy poca vocación de demostrar crítica interna o cuestionamiento del jefe.
Podemos, como movimiento, dio la sorpresa en las elecciones al PE, en las que consiguió cinco escaños. A partir de entonces, su crecimiento en las encuestas sobre intención de voto desde mayo de 2014 a diciembre de 2015, con la parada técnica de las candidaturas ciudadanas en las elecciones municipales y del éxito de Podemos en las autonómicas de mayo de 2015, sirvieron para dibujar un esbozo que pasaba por la conveniencia de pasar de ser un movimiento político a un partido con voluntad de operar en un marco de democracia representativa institucional.
El proceso interno que afrontó Podemos el pasado mes de febrero sirvió para iniciar un debate que parte de la necesidad de plantear una militancia más o menos clásica, de corte jerárquico, y si ésta es compatible con una militancia postmoderna, más horizontal y con cierta de flexibilidad para aguantar, por ejemplo, la crítica a las decisiones de la dirección. Éste fue el origen de Podemos en sus comienzos, una filosofía que emparentaba bien con cierto carácter asambleario, heredero del movimiento 15M, y que se corrigió en parte en Vistalegre I y que se ha modulado casi totalmente en Vistalegre II.
De fondo, estamos ante el mismo debate que se planteaba en las plazas aquellos días de mayo de 2011, cuando cristalizó el 15M como movimiento de protesta a la configuración del sistema y/o al statu quo: ¿Es posible plantear, en estos momentos, una organización partidaria diferente a los partidos políticos clásicos con capacidad para influir en el sistema político institucionalizado?
Es decir, en estos tiempos de adscripciones líquidas, de una connivencia de valores postmodernos con la presencia de problemas clásicos del materialismo, ¿es posible aceptar la democracia representativa sin partidos políticos? Los hechos de los últimos años parecen que nos dan la razón a quienes, entonces, planteábamos la dificultad de hacer política institucional, de tener vocación de cambiar las cosas para grandes colectivos desde las instituciones, sin tener detrás una suerte de partido político con un organigrama de partido de masas o de notables con conexión con amplias capas de votantes.
Podemos y la militancia clásica
Estos días, elindependiente.com publica que Podemos ha decidido dar un paso más en el diseño del partido como estructura orgánica clásica y limitará la posibilidad de participar en los procesos internos del partido a los simpatizantes que se identifiquen con su DNI, NIE o pasaporte en su inscripción. A cambio, recibirán un carné con su fotografía, una «credencial de compañero/a de Podemos con la que mostrar el orgullo de formar parte del movimiento popular que quiere y va a conseguir un país sin corrupción, más democrático y más justo», según explicó el secretario de Organización del partido, Pablo Echenique.
Esta decisión llega después de que los militantes socialistas votaran el cambio de su propio partido, que se acerca ahora más a lo que se entiende por movimiento, y también después de que Podemos depurara su propio censo hace apenas un mes para detectar los militantes reales con los que cuenta la organización. No es una tarea menor: El concepto de militante es fundamental a la hora de preparar consultas, de marcar la agenda desde los altavoces mediáticos, y también como capacidad de financiación y de movilización en los procesos electorales.
Según datos de la formación, de los 489.080 inscritos en su página web, que contaban con derecho a participar en las consultas y en los procesos internos, el partido ha pasado a contabilizar 13.458 militantes entre cargos del partido, voluntarios y miembros activos de los círculos que se mantienen activos. Un primer paso que no contempla la posibilidad del pago de cuotas mensuales para financiar el partido, una contribución monetaria que da derecho a participar en los procesos internos de los partidos, tal y como ocurre en el PSOE y el PP (con correcciones sobre la marcha como las que se sucedieron en Madrid).
En la práctica, Podemos cuenta con una base muy limitada de convencidos, que se quiere oficializar con la presencia de la «credencial de militante», al margen de que en un momento puntual pueda lograr movilizar a una base mayor que se inserta más en la concepción de simpatizante de un partido o de votante puro.
Esta rebaja va en consonancia con lo que ocurrió en el proceso de primarias celebrado por el PP desde el mes de febrero a abril y que rebajó sustancialmente su censo de militantes de los 850.000 a los 65.000 que participaron en las primarias abiertas en lass direcciones autonómicas que renovaron a sus direcciones por este método. Y, con C’s sufriendo bajas de militantes a diario, deja al PSOE como el partido con más militantes al uso con capacidad para movilizarse y decidir en sus procesos internos, tal y como puso de manifiesto en la movilización registrada durante las primarias para elegir secretario general el pasado mes de mayo.
En cualquier caso, estamos ante cifras muy lejanas del medio millón de militantes que registra el laborismo británico tras las elecciones generales del pasado mes de junio, 100.000 más en sólo dos semanas de que Jeremy Corbyn se quedara cerca de ganar a los Theresa May. Una diferencia que hay que explicar desde la cultura política y a partir de los debates patrios que llevan desde 2011 insistiendo en el supuesto de que pertenecer a un partido político no parte de una concepción de servicio público, sino de voluntad de pertenecer a un sistema basado en castas y en individuos que usan la política como ascensor social o puerta giratoria profesional.