Sobre la ruptura sentimental y de legitimidades en Cataluña

Los atentados yihadistas perpetrados en Barcelona y Cambrils han constatado una derivada de la algunos venimos alertando desde hace años: Estamos ante una ruptura sentimental entre una parte importante de la sociedad catalana con España y, sobre todo, con sus representantes. Esa ruptura es la base de todo el sustrato que configura el procés independentista desde, al menos, la multitudinaria manifestación de la Diada de 2012. A un mes de la celebración del referéndum para decidir sobre el encaje de Cataluña en el Estado español, las brechas de la ruptura se han puesto en evidencia en el marco de la condena de los atentados terroristas para pasmo del poder centralizado en Madrid.

El sábado pasado, la convocatoria de la manifestación para rechazar lo ocurrido en Las Ramblas y en Cambrils, con 16 víctimas mortales y más de un centenar de heridos, algunos en estado crítico, reunió en Barcelona a buena parte de la representación institucional española, con la presencia del Rey en la cabecera de la marcha. Imposible no extraer lecturas de la asistencia de Su Majestad por primera vez en una manifestación, especialmente cuando en la marcha convocada tras el 11M, en Madrid, la Casa Real envió al entonces Príncipe de Asturias y a las infantas en representación de la monarquía española.

Barcelona no es una plaza cómoda desde hace años para el poder político e institucional español y la manifestación del sábado lo confirmó: A su llegada, el Rey recibió una sonora pitada que se ha querido centrar en los voluntarios que ANC dispersó por toda la manifestación y que portaron banderas independentistas. Una pitada a la que, suponemos, el monarca debería estar más que acostumbrado puesto que, desde hace años, es una constante en las competiciones que preside y en la que hay equipos procedentes de Cataluña o Euskadi y a la que, según Mariano Rajoy, no se prestó atención

Durante el recorrido, además, se pudieron ver carteles que recogían uno de los argumentos que han circulado por las redes sociales desde que se conocieron las primeras informaciones del atropello masivo en Las Ramblas: la connivencia del Gobierno español y de la Casa Real con Arabia Saudí, epicentro del wahabismo que ha servido de excusa para financiar el terrorismo de Al Qaeda. En esta ocasión, no había demasiadas pancartas aludiendo a Qatar, que cumpliría el mismo cometido respecto al ISIS, el grupo que habría reivindicado los atentados de Cataluña.

Un grupo muy importante del medio millón de manifestantes, por lo tanto, interpretaba la manifestación de repulsa a los atentados de dos maneras, a veces coincidentes: Por un lado, se denunciaba la hipocresía del poder político español al acudir a Barcelona a manifestar su rechazo por los atentados mientras sigue haciendo negocios con los que consideran patrocinadores del yihadismo internacional. Una suerte de «vosotros hacéis negocios y nosotros ponemos los muertos».

Por otro, se buscó enfatizar la ruptura de Cataluña con España en el sentido de denunciar que los catalanes han puesto las víctimas en esta ocasión por decisiones adoptadas por entidades a las que no se les reconoce legitimidad, en mitad de un proceso de desconexión con dichas legitimidades. Se difundieron imágenes de manifestantes con banderas independentistas; en general, se silenciaron otras en las que se mostraba cómo manifestantes rechazaban portar banderines de España ofrecidos gratis en la calles.

Por primera vez, en España, una manifestación multitudinaria de reacción ante un hecho tan dramático como un atentado terrorista con múltiples víctimas concentra los elementos de la crisis política de la que llevamos hablando años en este mismo blog y que se lee como una de las derivadas de la crisis económica. Existe un amplio espectro de la sociedad catalana (y española) que certifica que no se siente parte de la comunidad política de la que forma parte, en gran medida por la crisis de representación que vivimos. Este proceso, además, evidencia problemas en la sucesión en la Jefatura del Estado, con un Rey, Felipe VI, que no es capaz de conectar con la sociedad como sí consiguió su padre durante la Transición y, sobre todo, el 23F.

De ahí se derivan los errores de bulto, como fotografiarse y grabarse con niños víctimas de los atentados en el hospital, o la manipulación de las imágenes de la concentración de repulsa de los atentados el 16 de agosto en Plaça Catalunya para borrar los mensajes de las pancartas. O las críticas gruesas hacia Cataluña y los catalanes por parte de contertulios y medios de comunicación editados o emitidos desde Madrid, que no hacen sino ampliar esa ruptura sentimental de la que hablábamos y que se encamina cada vez más hacia la ruptura política.

A nadie se le escapa que todos estos elementos se han puesto sobre la mesa a un mes de un referéndum que pulsará precisamente el grado de ruptura, en un marco de desconfianza mutua entre autoridades y protocolos de seguridad que se vislumbró en los días posteriores a los atentados pero que se retomarán, casi con certeza, en la guerra sucia que se reactivará según se acerque el 1 de octubre.

CODAexplicó en un hilo magnífico en su cuenta de Twitter la base de la ruptura de Cataluña con el resto de España y cita la responsabilidad de los medios editados en Madrid como colaboradores de incendiar un descontento que en Cataluña se percibe desde el «España no nos quiere». Imprescindible:

Acerca de llegalaultima

Politóloga y periodista en transición
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