El presidente del Parlament se desplazó este miércoles a Bruselas, donde le comunicó a Carles Puigdemont que el debate de investidura para elegir al próximo presidente de la Generalitat será el día 30 de enero. El anuncio, con maniobra de distracción incluida para evitar que el Gobierno central conociera el lugar exacto de la reunión, coincide en el tiempo con la verborrea del ministro del Interior a propósito del operativo desplegado por el Estado con el objetivo de evitar la entrada de Puigdemont en territorio español.
En una entrevista en Antena 3, Juan Ignacio Zoido confirmó que existe cierta histeria en el Gobierno ante la posibilidad de que el ex presidente de la Generalitat burle los controles y se plante en Barcelona en los próximos días. Así, según Zoido, se ha dado la orden de vigilar las fronteras y todas las entradas a España por si regresa Puigdemont: «Hay muchos caminos rurales y se puede entrar por barco, en helicóptero o por ultraligero, pero trabajamos para que no ocurra, Procuramos que no pueda entrar ni en el maletero de un coche».
A pesar de los intentos por minusvalorar o ridiculizar la estrategia de Puigdemont, las palabras de Zoido confirman que no estamos ante un asunto menor y que Madrid se toma muy en serio el placaje del chivo expiatorio catalán. El Ejecutivo ha enfrentado el movimiento independentista desde la negación más absoluta: Tratamiento del Procés como un suflé que bajaría con el tiempo, negativa a abordar el sistema de financiación autonómica desde la raíz y escenficación del «al enemigo, ni agua» durante los primeros años de confrontación directa entre Madrid y Barcelona.
Ya conocemos la historia en esta última fase: Negativa a la convocatoria de referendos para decidir el encaje de Cataluña en España (que finalmente se celebraron en 2014 y el pasado 1 de octubre), confirmación de un operativo desplegado para localizar las urnas y las papeletas con las que se votó o intentos de evitar la apertura de los centros de votación, incluso con cargas policiales de las que, en estos momentos, nadie se responsabiliza políticamente. El viaje de Puigdemont a Bruselas, del que Interior tuvo conocimiento cuando el ex presidente de la Generalitat se encontraba en el aeropuerto, remató un vodevil en el que el independentismo ha mostrado que llevaba la iniciativa.
Por el momento, todos los operativos desplegados se han confirmado como inútiles, con hitos como la maniobra de despiste de Puigdemont durante la jornada de votación, cambiando de coche oficial bajo a pesar del seguimiento de las Fuerzas de Seguridad del Estado. De ahí que el Gobierno entienda que se juega su propia imagen si finalmente Puigdemont entra en territorio español y no comparece ante la justicia (como sí hicieron Oriol Junqueras y el resto de ex consellers que acabaron encarcelados por la organización del referéndum).
Mientras tanto, el candidato de Junts per Catalunya sigue acaparando titulares por méritos propios y deméritos del resto de actos políticos a institucionales. Este lunes, se desplazó a Dinamarca para participar en un encuentro universitario, con contradicciones entre el TS y la Fiscalía a propósito de reactivar la euroorden de detención contra él, mientras en Cataluña se da por hecho que será candidato a la investidura.
El viaje, del que la prensa española resaltó sobre todos las preguntas de una politóloga sobre el Procés, deparó uno de esos momentos que explican por qué la mitad de los catalanes mentalmente ha desconectado de España y otra parte importante no se siente cómoda con este statu quo. Un hombre español coincidió con Puigdemont y con la comitiva que le acompañaba y tuvo la brillante idea de acercarse con una bandera española que portaba encima (?) e instalarle a besarla en un gesto que pretendía ser humillante.
El momento, del que tenemos constancia porque el mismo protagonista de lo grabó, escenifica lo que hemos señalado en muchas ocasiones en este blog: No se entiende que el independentismo catalán, en estos momentos, tiene más de construcción de alternativa que de oposición a España, algo que se percibe cuando se pasa unos días en Cataluña y se mantienen conversaciones con independentistas. En su mayoría, la actitud con España es de aceptación de unos símbolos que no sienten como propios, cuando no de indiferencia, lo que certifica la tesis de la desconexión emocional.
Así, el gesto de Puigdemont, besando la bandera de España y rebajando la agresividad que se percibía en el patriota español (que comenzó su grabación llamando «Puigdemierda» al ex presidente de la Generalitat, animándose a sí mismo a acercarse a él «con dos cojones»), constituye un nuevo ejemplo de cómo la oposición al independentismo otorga material de sobra que se puede usar en la movilización y la propaganda. Y, de paso, apuntala el liderazgo de Puigdemont frente a comportamientos de los que ningún nacionalista español debería sentirse orgulloso.