El PP avanza una oposición de tierra quemada contra el Gobierno de Sánchez

Los más veteranos recuerdan (recordamos) cómo fue la oposición del PP de Mariano Rajoy tras las elecciones generales de 2004 tras una gestión nefasta del atentado del 11 de marzo que dio un vuelco a las encuestas publicadas que confirmaban que los populares estaban muy cerca de volver a ganar los comicios. Entre 2004 y 2008, José Luis Rodríguez Zapatero recibió una oposición de artillería basada en la idea de que era un presidente del Gobierno ilegítimo que había llegado a La Moncloa aupado por unos atentados que causaron casi 200 muertos en Madrid.

Esa infamia, que contaba sobre todo las dificultades del PP para superar sus propios problemas y asumir que buena parte de su derrota en 2004 se debió a la percepción de amplias capas de la sociedad del intento de manipular un acontecimiento dramático en su beneficio por motivos electorales, tuvo momentos que las elecciones de 2008, con refuerzo del PSOE, fueron enterrados convenientemente en los años posteriores, sobre todo por la vinculación de sus protagonistas con los casos de corrupción que ahogan al PP.

Así, en ese periodo, el triunvirato formado por Mariano Rajoy, Eduardo Zaplana y Angel Acebes, y sus medios afines, alentaron movilizaciones contra el PSOE por sus políticas (Educación para la ciudadanía, Ley del aborto, negociación con ETA, Estatut, Memoria Histórica) en un ejemplo de exageración de las diferencias para que, en el fondo, todo permaneciera igual: No hubo acercamiento de presos de ETA como ocurrió entre 1996 y 1998, no se cuestionaron los Acuerdos con la Santa Sede, el PSOE no entró en la enseñanza concertada, no hubo grandes cambios en la ley del aborto como confirma que el PP apenas la haya tocado y el intento por modernizar el Estado de las autonomías nos ha traído a este punto con Cataluña.

Aquella forma de oposición, que Génova moduló tras su segunda derrota en la elecciones de 2008 y, sobre todo, a partir de la crisis económica y financiera sí dejó constancia de que para amplios sectores de la sociedad y sus representantes políticos todo valía en el camino para alcanzar un poder que se entiende como legítimamente conservador, el triunfo del sentido común y del orden frente al caos de los recién llegados que ya recogió en su momento Hermano Lobo.

Es ésta una valiosa lección que el electorado de centroderecha atribuye a la izquierda para no reconocer que el juego sucio y las exageraciones que a menudo se arman desde el conservadurismo deja en pañales las estrategias de comunicación de la izquierda, que aparecen perfectamente encapsuladas y, por lo tanto, muy limitadas en su capacidad de influencia. En este punto, volvemos a recomendar la lectura de Thomas Frank («¿Qué pasa con Kansas?«) o de George Lakoff («No pienses en un elefante«), particularmente vinculado con el zapaterismo.

Ése es uno de los dramas que han descubierto, por ejemplo, los líderes de Podemos, que han entendido en carnes propias el concepto del «todo vale» cuando se refiere a sus actos políticos y/o vidas privadas frente a la idea de que reciben de su propia medicina: Si bien es cierto que Podemos creció electoralmente con la atribución de comportamientos a sus contrarios en un contexto de definición de casta política frente a los ciudadanos, la capacidad de influencia de sus afirmaciones y críticas, aunque bien traídas, quedan limitadas por la propia condición del ser humano que en un país con nuestra cultura política quedan disueltas en la atribución del nosotros y el ellos.

No se explica de otra manera el éxito de la argumentación exhibida por los líderes del centroderecha español durante el primer fin de semana de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, al que acusan de dar una suerte de golpe de Estado tras el éxito de un instrumento constitucional, la moción de censura contra el Gobierno, que ha contado con 180 votos a favor, 169 en contra y una abstención: «Lo que ha roto el señor Sánchez es una tradición de 40 años según la cual quien ganaba las elecciones gobernaba y nadie acordaba pactos oscuros en los despachos», dijo Rafael Hernando este lunes.

Este discurso, que se puede escuchar en la calle y en buena parte de los medios de comunicación, confunde convenientemente sistemas presidencialistas (en los que el ciudadano elige de forma más o menos directa a su jefe de Gobierno) con los parlamentarios (en los que el Gobierno es decidido por una mayoría de diputados). Un problema que heredamos de connivencia de un sistema parlamentario con un sistema político y de partidos muy presidencialista que alimenta esa confusión.

La reconfiguración de la legislatura

El éxito de este discurso, que se enmarca en la idea de que hay que convocar elecciones generales para trasladar la voluntad ciudadana a la Jefatura del Gobierno, confirma la necesidad que tenemos de una ciudadanía formada, que sea capaz de diferenciar los argumentarios de trazo grueso de la propia dinámica institucional, y avanza dos argumentos que ya se esbozaron durante los días previos a la moción de censura y que Rafael Hernando defendió en la tribuna el viernes.

Ha quedado claro que la salida del Gobierno del PP ha sido tan traumática como apuntaban los acontecimientos y, sobre todo, el retiro de Rajoy en un restaurante durante horas mientras se debatía la moción de censura contra su persona. Las afirmaciones de los líderes del PP confirman que ha escocido tanto la manera en la que Rajoy ha sido expulsado de la Moncloa como que el PP asume que la oposición al Gobierno del PSOE, que se centra en formación tras las dificultades de Sánchez por armar un equipo medio solvente en estos momentos, se puede parecer a la que exhibió entre 2004 y 2008, con el «todo vale» como mantra de cabecera frente a un Gobierno que asume que no podrá impulsar grandes políticas con sus 85 diputados y que se centrará en gestos simbólicos, como la recuperación del Ministerio de Igualdad o crear un Observatorio contra la pobreza.

Viñeta publicada por 

Por otro lado, la legislatura vivió el viernes un antes y un después que está obligando a todos a volver a posicionarse de cara al futuro, que depende de las prisas de Sánchez por ir a nuevas elecciones o no. En la izquierda, habrá que ver lo que dura el idilio entre el PSOE y Unidos Podemos, que este fin de semana hizo público que volverá a repetir fórmula de confluencias en un nombre ridículo, en un momento en el que ambos partidos pasan por dificultades diversas.

Las miradas se dirigen hacia UP ante la duda de que esté a la altura de las circunstancias, sobre todo si personas como Juan Carlos Monedero siguen dando artillería pesada a los medios con comportamientos impresentables. Asimismo, queda claro que el PSOE tiene por delante una tarea que pasa, sobre todo, por aparecer como una alternativa sólida en un momento en el que Sánchez no cuenta con cuadros y personalidades relevantes a las que colocar en un Gobierno que debiera actuar con iniciativa.

Sí hay consenso en que el tiempo político que había antes de la moción de censura ha quedado agotado por la sucesión de acontecimientos: A la espera de la digestión de la derrota y de las sentencias por los casos de corrupción venideras, el PP puede ahora competir con C’s como un igual, es decir, como un partido en la oposición, y lo hará sin complejos recuperando parte de su relato tradicional sobre  esencias patrióticas y la consideración del buen español.

Es decir, Génova puede retomar los discursos que durante estos meses ha aglutinado la formación de Albert Rivera, que puede vivir una situación parecida a la de previa a las elecciones de 2015 y 2016, cuando los sondeos sobre intención de voto inflaron sus expectativas electorales. Desde esta óptica, se entiende perfectamente por qué Rivera insistió en un adelanto electoral, antes de dar tiempo al rearme del PP, que tiene todas las papeletas para haber comenzado a recuperar voto perdido en estos meses gracias a la exhibición de un discurso victimista del que Rajoy puede sacar petróleo.

A su favor tiene los apoyos cosechados por el propio Sánchez para sacar adelante la moción de censura, lo que le permitirá recuperar el discurso centralista frente a los nacionalismos periféricos que pasarán a ser considerados como el peligro número 1 de la unidad de España, a la espera de que los datos macroeconómicos sigan en positivo.

En este contexto, no servirá de nada recordar que el PNV votó con el PP los PGE de este año, que ahora los populares se plantean enmendar en el Senado en respuesta a la «traición«, ni que Rajoy negociara hasta el último momento que los jetzales se descolgaran de la moción de censura. Tampoco importará que Génova negociara con el PdeCat un grupo parlamnetario propio en el Congreso de los diputados, en una nueva constatación de que si el PP negocia con el independentismo o ETA es por el bien del país y, si lo hacen otros, es porque quieren romper España.

Ése es el principal éxito de un relato maniqueo que, para pasmo generalizado, cala en una parte de la ciudadanía que podría estar volviendo a las filas populares con el fin de echar a Sánchez cuando llegue el momento. De ello dependerá la gestión interna de lo ocurrido en el PP, especialmente ante la posible marcha de Rajoy y la llegada de un candidato consensuado por todas las familias.

Acerca de llegalaultima

Politóloga y periodista en transición
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