La sacudida comienza en Andalucía

La digestión de los resultados de las elecciones autonómicas andaluzas está siendo muy pesada. La irrupción de VOX como partido con representación parlamentaria con nada menos que 400.000 votos y 12 escaños, pulverizando todas las estimaciones de voto publicadas, puede constituir el inicio de una ola similar a la que en su momento situó a Podemos como la formación llamada a sustuir al PSOE como fuerza hegemónica de la izquierda.

A pesar de que VOX fue fundado hace cinco años y que durante este periodo ha pasado muy desapercibido, Andalucía constituye su puesta de largo para el electorado medio con un discurso que no es en absoluto novedoso en el fondo pero sí en las formas, tal y como vio Franco Delle Donne desde su cuenta de Twitter:

Estamos ante el ideario tradicional de la ultraderecha española que, con discursos actuales, ha encontrado un caladero de votos en sectores contrarios al Estado de las autonomías, a los movimientos sociales y políticos identitarios y que entiende la inmigración como el principal problema como baluarte de disolución del sustrato cultural católico aprovechando la coyuntura de una crisis económica cuyas heridas siguen abiertas en el tejido social.

Con los 400.000 votos recibidos el 2D, VOX se presenta como un partido con utilidad para acabar con la hegemonía socialista en Andalucía y con una capacidad de crecimiento en los próximos meses que puede derivar en ruidosas sorpresas en las elecciones europeas, autonómicas y municipales previstas para el próximo mes de mayo. Sobre todo si el resto de formaciones políticas entra en su juego blanqueando sus planteamientos por miedo o por conveniencia de cara a los pactos presentes y futuros o si compran sus temas y argumentos aunque sea como forma de oposición, como ha  hecho PSOE y Podemos desde que las urnas confirmaron la sorpresa en Andalucía.

La izquierda, en retroceso

La noche del 2 de diciembre se consumó la sacudida: Con una participación del 58,65%, -3.6 puntos respecto a las elecciones de 2015, el PSOE de Susana Díaz no aguantó y se dejó 400.00 votos y 14 diputados respecto a las últimas elecciones autonómicas. Con 33 diputados, Díaz corona el peor resultado del socialismo andaluz en los comicios de una CCAA que llevan controlando durante 40 años. Hasta ahora, las elecciones de 1994 constituían el peor resultado del PSOE-A (1.4 millones de votos y 45 diputados). En perspectiva, los resultados de este domingo certifican el desgaste del partido hegemónico por excelencia en Andalucía, que en 2008 logró 2.2 millones de votos y 56 diputados y  que constituye hoy el principal granero de votos del PSOE a nivel nacional tras la hecatombe en Cataluña.

La jugada resulta más difícil de digerir si tenemos en cuenta que la presidenta de la Junta en funciones decidió adelantar los comicios medio año para aprovechar el impulso del cambio de Gobierno central. Esta decisión, y la construcción de una campaña muy personalista y centrada en su persona, que evidenciaba su desconexión con el sanchismo, conlleva la asunción directa de unos resultados que, seguramente, tienen una lectura nacional importante. El electorado que esta vez ha optado por VOX es posible que se haya sentido incentivado a acudir a las urnas por la decisión de Pedro Sánchez de apoyarse en los votos del independentismo para desalojar a Mariano Rajoy del Palacio de la Moncloa en la moción de censura votada el pasado mes de mayo.

Hace unos días, Lucía Méndez destacaba el origen popular de Santiago Abascal y de VOX. Eso contribuye a explicar la posición del PP respecto a su anterior compañero, que abandonó el partido por su oposición a todo lo que representaba y defendía Mariano Rajoy. Sin embargo, ese giro a la derecha no ha derivado tampoco en ganancias para la lista que encabezaba en Andalucía Juan Manuel Moreno. El PP pierde 316.000 votos y siete diputados, un mal resultado que el partido ha camuflado con las opciones de que Moreno se convierta en el próximo presidente de la Junta con el apoyo de VOX y de C’s, que estos días mantiene cierta distancia sobre la posibilidad de entrar en esa alianza.

Es decir, con el peor resultado posible para el PSOE, que ha visto cómo la abstención crecía en sus feudos tradicionales, el PP no aparece como alternativa creíble y retrocede a niveles de apoyo de 1990 (611.000 votos y 26 escaños). Además, el espacio ideológico que ocupaba en solitario se ha fragmentado en tres, con competencia directa en su flanco más centrista y en el extremo a pesar de tener a Pablo Casado, que no ha evitado comprar los marcos puestos en marcha en VOX durante toda la campaña andaluza.

Como apuntábamos, C’s sigue siendo una incógnita difícil de entender en un país como España: Con un candidato muy flojo, han hecho una campaña que ha evidenciado dificultades orgánicas que, sin embargo, se han traducido en 660.000 votos, lo que les hace pasar de 9 a 21 diputados. C’s es hoy la llave de Gobierno de la Junta gracias a un éxito electoral sólo empañado por el hecho de no lograr sobrepasar al PP como segunda fuerza parlamentaria en Andalucía-.

Por su parte, VOX consigue el 11% de la representación y 12 escaños, con presencia en todas las circunscripciones y con hasta dos escaños en Málaga, Sevilla, Cádiz y Almería, las cuatro provincias en las que se daba por segura su entrada en el arranque de la campaña. Su mérito, sin embargo, será la normalización de sus opciones dentro del sistema político a pesar de su ideario de derecha sin complejos, abiertamente xenófobo, anticatalanista, contrario al Estado de las autonomías y a toda la normativa que huela a derechos de minorías, igualdad o feminismo.

En este contexto, la confluencia Adelante Andalucía también confirmó su fracaso al quedarse en 584.000 votos y 17 diputados, algo que nos sorprende especialmente. A pesar de la buena campaña que ejecutó el tándem Teresa Rodríguez-Antonio Maíllo, AA perdió 282.000 votos respecto a los resultados que consiguieron por separado en 2015 Podemos e IU. El análisis de los resultados electorales por parte de Unidos Podemos, apelando a la constitución de un «frente antifascista» que pare a VOX en la calle, no hace sino consignar un análisis errado que debería pasar por las dudas ante las posibilidades de las confluencias y el agotamiento de un planteamiento en retroceso en Andalucía y en el resto del país.

El análisis y las consecuencias

Hasta ahora, el sistema político y de partidos andaluz constituía una singularidad en un sistema político que ha cambiado el propio funcionamiento del país en los últimos años. En línea con lo que está ocurriendo en buena parte de Europa y España, Andalucía se suma al sistema multipartidista y fragmentado que se vislumbró en 2012 y que se confirmó en las elecciones celebradas entre 2015 y 2016. Con años de retroceso, el electorado ha hecho pagar al PSOE sus lastres en forma de corrupción, clientelismo y un retraso económico que esconde la inexistencia de un modelo productivo más allá del sector agrario o el turismo.

No obstante, los resultados esconden algo más y tiene que ver con las costuras del sistema social y político resultado de la crisis económica que cristalizó hace una década. Recordemos el giro que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ejecutó a partir de mayo de 2010 y el sacrificio de las generaciones más jóvenes para proteger a los mayores de 65 años, una tendencia que se mantuvo con el cambio de signo en el Gobierno central. Hoy, el escenario tras la crisis es elocuente: precarización de las condiciones de trabajo,  expulsión del mercado laboral de trabajadores de más de 40 años o imposibilidad de entrada en el mismo de los más jóvenes, que tienen más que asumido que vivirán peor que sus padres o sus abuelos.

La gestión de la crisis económica y financiera se ha traducido en un aumento de las desigualdades, que se traduce en subidas nimias de sueldos mientras se disparan los beneficios empresariales, y la voladura controlada de todo el tejido que sustentaba el Estado social. La combinación de este factor, el hecho de que ni la formación sirve como ascensor social ni estar empleado garantiza salir de la pobreza y la percepción de que las ayudas sociales sólo recaen en la población extranjera (10%) alimentan una frustración social que se traduce en una desconexión de un sistema que se empieza a percibir como parte del problema y no de la solución.

Es en este contexto en el que el electorado opta por una abstención crítica (como parece que ha ocurrido en Andalucía, más allá de constatarse que hay mayores niveles de participación cuando estos comicios coinciden con la convocatoria de elecciones generales) o la tentación de optar por fuerzas que, con un discurso de corte autoritario, hablan de tú a tú al electorado en un idioma que entienden y que tienen como requisito la voladura del sistema político.q

VOX ha encontrado en la crisis abierta en Cataluña el pegamento perfecto para unir a sectores que sienten amenazada la unidad de España en un combo en el que se atacan todos los avances sociales que huelan a igualdad o feminismo. Es decir, el electorado más conservador, católico militante, que antes constituía un mercado cautivo para Génova, que tenía capacidad de movilización en función de los intereses de sus respectivas direcciones, se ha desmembrado del núcleo familiar y ha encontrado acomodo un partido nuevo que, además, forma parte del tronco ideológico tradicional popular.

Ahí no ayudan análisis de los resultados electorales como el que hizo Susana Díaz el lunes: «Si quitas a la extrema derecha, es evidente que hay una mayoría de izquierdas en Andalucía». Tampoco hablar de un frente antifascista en la calle cuando lo que se constata es un alejamiento de las fuerzas políticas de izquierda de su electorado, que quizá no entiende que la prioridad sea el discurso inclusivo o la almendra central en Madrid y no atacar de raíz las desigualdades económicas o de clase. Así, poco a poco se extiende la desconexión del centroizquierda con los que deberían ser sus representantes y que no sólo se amurallan en chalets en Galapagar, sino que ni siquiera hablan su idioma ni parecen tener interés por sus preocupaciones.

El éxito de la derecha en Andalucía tiene que ver con su capacidad de movilización pero también con la decepción de la izquierda respecto a sus referentes. Seguramente, una parte del electorado socialista no entendiera que Susana Díaz liderara la opción de facilitar el gobierno de Mariano Rajoy o su tentativa de salto a la política nacional. Asimismo, es posible que una parte del electorado que en su momento confió en IU y/o Podemos entienda que estamos ante partidos inútiles para conseguir objetivos reales porque han perdido pegada en su cuestionamiento del sistema en su raíz. En este sentido, basta recordar la conexión de Pablo Iglesias con Pedro Sánchez para aprobar los PGE o la posición de la formación morada respecto a Cataluña.

Esta crítica o abandono ocurre en un momento en el que una parte del electorado más escorado a la derecha, que hasta ahora votaba al PP con la nariz tapada, ha considerado que es más útil dar su voto a las siglas que lidera Abascal, que podría moverse en torno al 10% de intención de voto en unas elecciones generales, gracias a un discurso que ataca la unidad de España que Cataluña ha puesto en duda, el combate contra las feminazis y la «ideología de género» y la inmigración no europea.

En la práctica, hemos visto la entrada en la vida política de un partido que embrida con el  movimiento neocon, aderezado con elementos singulares en torno a la unidad de España o el modelo identitario con trazas de catolicismo militante. No es de extrañar que Marine Le Pen o Steve Bannon hayan felicitado a Abascal por sus resultados en Andalucían y por la brecha que ha abierto y que constituye el verdadero problema de VOX: Su capacidad para contagiar al resto de formaciones políticas y los discursos con un dominio de la agenda en la que también tendrán responsabilidad unos medios de comunicación absolutamente volcados en la audiencia.

Acerca de llegalaultima

Politóloga y periodista en transición
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