Los resultados de las elecciones andaluzas han tenido un efecto muy parecido al de las elecciones europeas de 2014: La confirmación de un cambio en el sistema político y de partidos que, con cierta estabilidad, perduró en España desde la restauración democrática. A pesar de que Podemos sólo obtuvo 5 escaños en el PE, su irrupción constató la brecha en el bloque de centroizquierda con una tendencia a la fragmentación que se plasmó en las elecciones autonómicas y municipales de 2015 y en las elecciones generales de 2015, repetidas en junio de 2016 por la falta de acuerdo para consensuar un Gobierno.
Con todos los matices, las elecciones autonómicas andaluzas han trasladado la idea de que, con retraso, la fragmentación ha llegado también a todo el espectro del centroderecha, con la ruptura del electorado tradicional del PP que, en este ciclo electoral, podrá optar por tres marcas políticas que defienden postulados parecidos en las ideas fuerza del marco actual: PP, C’s y VOX. Enfrente tenemos a Unidos Podemos, que parece cada vez más desconectado de su base electoral, y a un PSOE que se tienta la ropa tras el aviso andaluz, pero con opciones de capitalizar la oposición a la derecha.
Como ya apuntamos en su momento, la decisión de Génova de escorar el partido a la derecha, uniendo su destino a VOX, deja huérfano un espectro ideológico en el que pueden competir C’s y el PSOE. Hasta que se abrieron las urnas en Andalucía, parecía que la formación naranja comenzaba un viraje tranquilo hacia el centro, una estrategia que saltó por los aires con la decisión de negociar el futuro de la Junta andaluza con el PP y, de forma indirecta, con VOX a pesar de las puntualizaciones que, desde hace un mes, se escucha desde la dirección de C’s.
Este giro supone un caramelo envenenado para C’s, que se enfrenta a dos opciones que no son contradictorias: Favorecer el cambio en Andalucía, un relato que debe apuntalar muy bien para que el electorado no recuerde su apoyo a Susana Díaz en la anterior legislatura; o asumir que su campo de batalla se sitúa al lado de PP y VOX, lo que supone participar activamente en la polarización del discurso y correr el riesgo de quedar engullido por dicha polarización.
En cualquier caso, las primeras decisiones de C’s reducen su margen para diferenciarse de sus competidores electorales y ofrece al PSOE un argumentario para enfatizar que el próximo ciclo electoral se decidirá entre ellos o una alianza de derechas. Si tenemos en cuenta, además, que en las próximas semanas veremos sondeos en los que VOX se moverá en torno al 10% de estimación de voto, tenemos todos los elementos para que el PSOE ponga en marcha una estrategia en la que se identifique como el único dique contra lo que parece inevitable. De su capacidad de convencer al electorado dependerá la vuelta del votante que en su momento se fue a las filas de Podemos y que puede volver a votar PSOE por pura supervivencia política.
Andalucía marca el camino
Un mes después de las elecciones, todavía se analizan los resultados de los comicios en el granero de votos del PSOE, que, salvo sorpresa en absoluto descartable, será desalojado de la Junta por un candidato, Juan Manuel Moreno, que el mismo día de los comicios veía cómo Génova filtraba su final político si se consumaba el desastre en las urnas que recogían todos los estudios demoscópicos.
Como la política es caprichosa, cuatro semanas después Moreno tiene todas las papeletas para convertirse en el próximo presidente de la Junta andaluza. Por el momento, se ha plasmado el acuerdo para constituir la Mesa del Parlamento, con el acuerdo del PP con VOX. Así, como si estuviéramos ante el hijo pródigo que regresa a casa, la maquinaria de Génova está empeñada en situar a la formación de ultraderecha en los postulados del constitucionalismo y de la derecha moderada europea.
Ése ha sido el tono de las intervenciones para explicar un acuerdo con la sucursal de VOX en Andalucía, que ha matizado el discurso antisistema y anti Estado autonómico de cara a la negociación para la formación del próximo gobierno de la Junta andaluza. Así, y a pesar del discurso y los argumentos que los líderes de VOX defienden en las redes sociales, que están sirviendo de verdadera plataforma para dar a conocer su marca política y sus ideas, vemos cómo la política institucional trata de integrarlos y asimilarlos como una formación más, tarea a la que también se ha sumado Ciudadanos.
A pesar de que VOX se aprovecha de la sangría de votos del PP y que la formación de Abascal capitaliza gran parte del descontento en la derecha, Génova no ha tenido reparos en sentarse a negociar con la formación política, en clara oposición con lo que ocurrió en el PSOE respecto a Podemos tras las elecciones generales de 2015. Ya conocemos la historia: Las presiones internas contra Sánchez y las pretensiones de Pablo Iglesias agotaron una negociación que apenas había comenzado, lo que abrió el espacio para que el PP mejorara sus resultados en la repetición de los comicios en junio de 2016.
Con el PP y VOX de acuerdo en negociar el cambio en Andalucía, la incógnita está en C’s, cuya dirección nacional negocia con Génova los términos del acuerdo que descabalgue a Susana Díaz. De ahí que hayamos pasado por dos fases en apenas un mes:
- Tras saberse los resultados en las urnas, todo eran evasivas sobre la definición ideológica del partido ultra y la táctica de disparar al adversario (es decir, a Unidos Podemos) cada vez que se ponen en evidencia las contradicciones entre lo defendido por C’s en campaña electoral (no pactarían con los aliados de Marine Le Pen en Francia) y la realidad.
- Después de analizar las consecuencias de su alianza con VOX, la dirección de C’s está optando por prescindir de los equilibrios para no aparecer al lado de la formación que lidera en España Santiago Abascal para remarcar que su negociación es con Génova y no con VOX, con amenaza de no sacar adelante el acuerdo de gobierno para Andalucía.
La principal consecuencia la encontramos en la reacción de VOX, que parece haberse cansado de la equidistancia y comienza a apuntar directamente a Albert Rivera como siguiente objetivo a batir tras críticas públicas como la de Manuel Valls al acercamiento de VOX, palabras que la formación de Abascal respondió recordando el origen francés del cabeza de lista de C’s al Ayuntamiento de Barcelona. Para muestra del tono de la relación entre ambos líderes, el tuit de Abascal contra Rivera:
VOX como epicentro del ciclo electoral
La excepcionalidad española hacía imposible, hasta hace unos meses, la posibilidad de emergencia de una formación de ultraderecha con vinculaciones con la ola autoritaria y populista de derechas que ha brotado en buena parte de países de la UE y que asume postulados que se dan en EEUU o en Brasil. Se partía del hecho de que el PP había construido una marca política que había aglutinado a todo el espectro ubicado entre el centroderecha y la extrema derecha, asimilando los discursos ultramontanos de un sector del electorado que podría comulgar con la herencia ideológica del franquismo.
Las últimas eleccions generales y, sobre todo, el avance de C’s, al calor de la crisis catalana, puso en duda la existencia de ese conglomerado, que ha saltado por los aires hace apenas unas semanas. Hoy se da por hecho que VOX ha llegado para quedarse y que, en estos momentos, es el principal beneficiario de un ascenso que se basa en dos circunstancias: El interés de los medios por acercarse a un fenómeno informativamente atractivo y su capacidad para conectar con una parte del electorado muy crítico con el statu quo en un momento de clara desmovilización de la izquierda.
Todos los sondeos sobre intención de voto dan cuenta del ascenso de VOX de cara a unas hipotéticas elecciones generales, un tsunami del que ya alertamos en su momento y que se mueve en dos coordenadas: El conocimiento de una marca electoral que se percibe como nueva (a pesar de que Santiago Abascal es un veterano de la política tradicional) y la asunción de un discurso aparentemente sin complejos que gusta a un sector del electorado que antepone argumentos esencialistas al pragmatismo del que hizo gala el PP durante el mandato de Mariano Rajoy.
Medio año después de su marcha, la agenda mediática gira en torno a ideas simplistas (la existencia de una avalancha migratoria, el golpe de Estado en Cataluña con el inmovilismo del Gobierno central o la lucha frontal contra derechos que huelan a igualdad de género o de minorías), en buena medida porque Pablo Casado y Albert Rivera han comprado el discurso de trazo grueso de VOX, que podría aglutinar ya 1.5 millones de votos, de acuerdo con algunos sondeos publicados en las últimas semanas.
Hace una semana, el Gobierno celebró un Consejo de Ministros en Barcelona que, a pesar de las advertencias y de la movilización en las redes sociales, tuvo lugar sin incidentes reseñables. Junto a la confirmación de que el suflé parece estar bajando en estos momentos, en buena medida por la percepción de callejón sin salida entre una parte del independentismo, se celebró el encuentro entre Pedro Sánchez y Quim Torra, una cita que los líderes de VOX, PP y C’s calificaron de alta traición, un discurso que también compró buena parte de la prensa general editada en Madrid.
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