La aventura ha durado exactamente cinco años. En el aniversario de la fundación de Podemos, la guerra de guerrillas abierta en la organización desde que las elecciones generales de 2016 confirmaron que no había sorpasso al PSOE y que la formación morada debía rearticular su estrategia ha proporcionado el enésimo capítulo de la voladura interna de un proyecto político que pretendía ser la voz de los indignados y, en general, de los disconformes con el statu quo del sistema representativo español.
En el quinto aniversario de su fundación, vivimos en directo la consumación de muchos de los males que tradicionalmente han lastrado la acción de las formaciones de izquierdas: Las cuentas personales entre dirigentes, expuestas en público, les llevan a anteponer su propio beneficio (y el de los sectores que encabezan) al del partido o, si elevamos el nivel, del país. Así, frente al pragmatismo que muestran las organizaciones de centroderecha, con un último ejemplo en el acuerdo para elegir al líder del PP como presidente de la Junta de Andalucía, la izquierda se acuchilla ante los focos de los medios por cuestiones puramente personales.
La penúltima batalla la hemos vivido en directo en Madrid, como no podía ser de otra forma: En mitad de las negociaciones para confirmar la lista de Podemos en la Comunidad de Madrid, casi el único bastión de poder de la formación morada tras la disputas en otros territorios, Iñigo Errejón se levantó de la mesa y anunció su intención de articular un proyecto político como el de Manuela Carmena en el Ayuntamiento de Madrid.
El anuncio de Errejón, que dice sentirse todavía dentro de Podemos, no ha pillado a casi nadie por sorpresa; sí ha sorprendido, en cambio, su llegada al artefacto electoral de Carmena tras una negociación de meses, según filtran a los medios sectores vinculados a Pablo Iglesias. El protagonista, en cambio, justificó su decisión en lo ocurrido en las elecciones andaluzas: «A veces los partidos caen en un ensimismamiento a pesar de los toques de atención que nos da la realidad. Andalucía nos ha dado un toque muy serio y nos ha dicho que hay que reaccionar. Todo el mundo reconocía que hace falta un revulsivo, sumar a una buena parte de electores que se encuentran huérfanos o que se han desgastado por el camino».
Errejón pone en marcha un proyecto, que también acompañan personalidades vinculadas en el pasado a IU-Madrid, con un objetivo orgánico: Desvincularse de facto de la organización que controla en Madrid Ramón Espinar para presionar a Pablo Iglesias, que en su momento le ofreció autonomía si Errejón dejaba las conspiraciones a nivel nacional para centrarse en su candidatura en Madrid. Aquella decisión, que buscaba no dividir todavía más una organización que manifestaba su incapacidad para adaptarse a una legislatura sin tensiones electorales, es lo que ha estallado en estos momentos ante la colocación de la líder de IU-Madrid, Sol Sánchez, como número 2 de la lista de Podemos en la CAM en correspondencia con la aportación de la organización a la campaña electoral.
Es decir, en las elecciones autonómicas de mayo, Errejón pretende encabezar el cartel electoral de Podemos con un estatus parecido al de candidato independiente vinculado a Más Madrid, el proyecto de Carmena con confirmó su ruptura con Podemos, con consecuencias directas en torno a la suspensión de los concejales que no acataron la disciplina de Podemos y se embarcaron en el proyecto de la alcaldesa de Madrid.
Una idea que, por cierto, Pablo Iglesias ya descartó en su valoración del anuncio: «Con todo el respeto, Íñigo no es Manuela. En la Comunidad de Madrid y en todos los demás municipios de nuestro país, Podemos saldrá a ganar, construyendo con Izquierda Unida y con el resto de aliados UP y candidaturas municipalistas de unidad. Y lo seguiremos haciendo con la sociedad civil y con la gente». Podemos articulará una lista que competirá en las urnas con la marca política que lidere Errejón, un golpe indirecto a las opciones del cabeza de lista del PSM, Angel Gabilondo, para ser el próximo presidente regional y, de paso, para el futuro de Pedro Sánchez a medio plazo.
Ventana de oportunidad y relaciones personales
La historia de la fundación de Podemos es bien conocida: Tras las movilizaciones del 15M y de las mareas ciudadanas, que pillaron con el pie cambiado a casi todos los académicos y sectores articulados en torno a movimientos sociales clásicos, se entiende que ni el PSOE ni IU son las referencias para articular proyectos políticos conectados con la calle. Ante las elecciones al PE, en las que es más fácil que una formación nueva consiga escaño por la aplicación de la Ley D’Hondt a una única circunscripción, un grupo de amigos, vinculados a la Universidad Complutense y que en su momento trabajaron también para IU y el PSOE, decide en 2014 articular una organización política aprovechando el impulso de las movilizaciones contra el Gobierno de Mariano Rajoy.
Las razones: la incapacidad que muestra el principal partido de la oposición en ese momento, el PSOE, para superar el castigo recibido en las elecciones de 2011 por su gestión de los primeros años de la crisis y la falta de confianza ante las opciones de que IU liderara ese cambio. Ese grupo estaba atravesado por dos disyuntivas que, a la larga, serían su condena: Una relación de amistad personal construida durante años de militancia y trabajo en la UCM y una trayectoria profesional académica, con escasa conexión al mercado laboral, lo que les obligaba a hacer de la política una profesión permanente a pesar de los discursos esgrimidos.
Viñeta de Ricardo de julio de 2016
Las elecciones municipales les permitieron tocar poder real y, de paso, explorar la alianza con las fuerzas de izquierdas ante la articulación de un proyecto frente al PP. Los comicios generales de 2015 constituyeron el primer aviso de que Podemos podía sobrepasar al PSOE como primera fuerza en la izquierda tras haberse merendado a IU, que desde 2014 purga el pecado de no haber aceptado conformar una lista conjunta con Podemos al PE, con Pablo Iglesias como número 2 de la lista. Tras el fracaso de la negociación del acuerdo de gobierno con Pedro Sánchez, en buena medida atribuida a las aspiraciones maximalistas de Podemos, llegaron las elecciones generales de junio de 2016, en las que el PSOE aguantó el tsunami morado contra todo pronóstico.
Las urnas arrojaron dos conclusiones: La suma de Podemos e IU no había conseguido desbancar al PSOE en su peor momento político desde la Transición por lo que, a la espera de que Podemos se institucionalizara, todo estaba a favor para entender que su momento había pasado. Seguramente nadie en Ferraz esperaba la crudeza de las disputas internas, con la retirada paulatina de los fundadores de Podemos que, por cierto, estos días han mostrado su apoyo a la estrategia de Errejón.
Una ruptura anunciada
Es en este contexto en el que se empiezan a hacer patentes las diferencias estratégicas entre el sector articulado en torno a Pablo Iglesias (apoyado también por IU) y el de Iñigo Errejón, más partidario de articular proyecto transversal con un acercamiento al PSOE ante la confirmación de que, llegado el momento, había que entenderse para poder desbancar al PP del Gobierno. En los últimos tiempos, Errejón ha abrazado a la defensa de un cierto españolismo acorde a los tiempos que vivimos, con menciones a la recuperación de los símbolos nacionales por parte de la izquierda con el fin de cerrar la ventana de oportunidad que está aprovechando VOX para crecer políticamente.
Es decir, Podemos afrontó como pudo el eterno debate de la izquierda sobre las opciones de empujar a un cambio radical o el posibilismo de ir cambiando las cosas poco a poco mediante el conocimiento de las instituciones. Así se llega al segundo congreso de Vistalegre, que dio carta blanca a Iglesias tuviera para desplazar a todos los sectores que en su momento habían apoyado a Errejón, limitando la maniobra de acción del defensor del «núcleo irradiador» a la CAM, donde no ha cesado la guerra de guerrillas en las que Podemos lleva embarcado desde hace dos años.
El colapso de Podemos, que este jueves se confirmó con la reaparición de Pablo Iglesias, que interrumpió su baja por paternidad para responder al anuncio de Carmena y Errejón, se produce, como siempre, en el peor momento posible. El miércoles, Juan Manuel Moreno fue elegido presidente de la Junta de Andalucía con los votos de PP, C’s y VOX, una maniobra defendida también en Madrid por Begoña Villacís, la principal beneficiaria de esa triple alianza si se confirman los sondeos que circulan sobre estimación de voto en el Ayuntamiento de Madrid.
Así, mientras otros dirigentes de C’s filtran a los medios que el partido está abriendo un periodo de reflexión y que hay corrientes que no se sienten cómodos compartiendo fotografía con los líderes de VOX, en Madrid se dejaba claro que C’s está por la negociación con la formación de ultraderecha. El leit motiv de la campaña electoral de la izquierda, por lo tanto, estaba ya fabricado de antemano y sólo se requería un poco de altura política y, quizás, dejar en un lugar secundario las expectativas personales.
Pero no. Madrid vuelve a ser la referencia de lo peor de la política, con un rearme de la derecha que sólo se articula desde la renuncia de la izquierda a presentar batalla, lo que deja a los electores dos opciones: La abstención o el voto con la nariz tapada a la opción percibida como la menos mala. Por un lado, tenemos al PSOE, situado entre la apatía que proyecta un Angel Gabilondo que no quiere entrar a debatir en el barro y la búsqueda de alguien que acepte encabezar la lista del Ayuntamiento de Madrid. Por otro, queda el espectáculo del ajuste de cuentas explícito y en público de los dirigentes de Podemos, con Pablo Echenique señalando directamente la puerta de salida a Errejón, con IU como figurante invitado.
En el centro derecha, mientras, pueden seguir comiendo palomitas ante una deriva que ayudará a que Isabel Ayuso, cuyo liderazgo se explica únicamente por su cercanía a Pablo Casado, pueda convertirse en la próxima presidenta regional con una alianza similar a la que han orquestado PP, C’s y VOX en Andalucía. La siguiente parada serán las elecciones generales en otoño.
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