28A: Sánchez no pierde, Iglesias renace y se confirma la disputa entre PP y C’s

Afrontamos la recta final de la campaña de las elecciones generales que, el próximo domingo, confirmarán el inicio de la reconfiguración política en todo el país para los próximos cuatro años.

Los comicios generales, y la segunda vuelta que supondrán las elecciones municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo, establecerán la fragmentación partidista y la necesidad de conformar amplias mayorías como el eje fundamental de la política española, con cinco formaciones políticas por encima del 10% de la representación. A juzgar por la evolución y resultado de los debates de los cabezas de lista de las principales fuerzas (sin VOX) celebrados en RTVE y Atresmedia, parece que no será una tarea sencilla.

La batalla por la derecha

VOX fue el elefante presente en la sala que nadie, excepto Pedro Sánchez, quiso mencionar. La formación de ultraderecha, que exhibe fuerza en los mítines y en las redes sociales, ironizó sobre la ausencia de Santiago Abascal de unos debates configurados, primero, como minimítines de los candidatos y, luego, como un ejercicio de paciencia del espectador ante la sucesión de chascarrillos y mensajes de barra de bar, particularmente por parte de un Albert Rivera absolutamente desquiciado.

El líder de C’s se postuló como el líder del centroderecha, aprovechando la mala actuación de Pablo Casado en el debate de RTVE. El líder del PP se fue desdibujando, manifiestamente incómodo ante los ataques recibidos en relación a la corrupción de su partido, a la manipulación de las escasas cifras exhibidas y al intento exagerado de vincular el futuro de Pedro Sánchez al terrorismo y al independentismo, marcos que no supo manejar, seguramente por el riesgo de que pasarse de frenada terminara beneficiando a VOX.

Esa actitud de Casado dejó el espacio abierto a un Rivera espídico, que recibió, además, el apoyo de los medios conservadores, que le dieron de forma mayoritaria la victoria en ese debate. Quizás por este motivo, el líder de C’s intentó repetir la actuación y se proyectó como un líder muy sobreactuado, faltón, que interrumpía constantemente al resto de candidatos y que terminó enfrentado a Sánchez (previsible) y a Casado, al que el día anterior le pidió insistentemente que formalizara un acuerdo de coalición tras el 28A. Tras el debate de este martes, resulta muy difícil pensar en ambos líderes pactando una agenda común.

En cualquier caso, Rivera se intentó proyectar como el principal referente del centroderecha, una actuación que gustó a los seguidores de VOX que, por otra parte, no le van a votar el próximo domingo. En el resto del electorado, queda una sensación de estar ante un «showman» por su capacidad para utilizar todo tipo de objetos (el libro de la tesis doctoral de Sánchez, fotografías enmarcadas del presidente del Gobierno con Quim Torra o de Idoia Mendía con Arnaldo Otegi, rollos de papel sobre los casos de corrupción del PSOE y toda una serie de gráficos), muy sobreactuado en la defensa de los autonómos, las familias y una idea de España. Como muestra, su minuto de oro en el debate organizado por RTVE.

Por si quedaba alguna duda de lo que el PP se juega este domingo, Casado apeló al voto útil y pidió el voto en el minuto de oro del segundo debate frente a la fragmentación del centroderecha, que amenaza con confirmar la debacle que apuntan todos los sondeos. Fue la primera vez que el candidato popular mencionó a VOX, que prosigue con la OPA hostil a cuadros medios del PP que han sido descabalgados de las listas para el ciclo electoral mientras gana audiencia en la retransmisión de sus mítines en Youtube.

Sánchez supera los debates sin perder apoyo

Es un hecho que el presidente del Gobierno no es un gran orador. A Pedro Sánchez no se le dan bien los debates ni confrontar ideas con sus adversarios. Si unimos, además, el vodevil a propósito de la celebración de los dos debates electorales, parece claro que Sánchez era el que más se jugaba con el reenganche del electorado a esta última fase de la campaña electoral. Parece que no ha salido mal de las dos citas, en buena medida por el papel que decidieron jugar sus adversarios ideológicos.

El candidato tenía como objetivo escenificar que el PSOE es el dique de contención ante la unión «de las tres derechas», marco que ni Casado ni Rivera quisieron o supieron contrarrestar. Sánchez fue el único que habló de VOX abiertamente, sobre todo cuando era objetivo fundado de los ataques de sus adversarios, como ocurrió con el patinazo cometido con Casado respecto a la violencia de género; la defensa de Casado fue respondida por Sánchez con un viraje hacia Rivera y el acuerdo con VOX.

En los dos debates, Sánchez tuvo una actitud presidenciable y se centró, sobre todo, en lo que se había hecho desde su llegada a La Moncloa. En el debate de RTVE, apenas entró en el cuerpo a cuerpo y prefirió «ir a hablar de su libro», ignorando incluso las apelaciones directas que se le hacían. El objetivo era vender gestión y lanzar propuestas. En el debate de Atresmedia prefirió bajar al barro con los candidatos de PP y C’s, con enfrentamientos directos con Rivera que parecían una sucesión de eslóganes. Ni siquiera sus discursos para atraer el voto feminista (violencia de género, agresiones sexuales e igualdad) sonaron naturales, a diferencia de lo ocurrido con sus referencias a Cataluña o la vinculación de la moción de censura a la corrupción en el PP.

En definitiva: El PSOE llegaba a los debates con la vista puesta en no perder la ventaja que recogen todos los sondeos sobre estimación de voto, y creemos que lo consiguió. Tal vez no convenció a la bolsa de indecisos, pero sí dejó el escenario preparado para atraer ese voto de última hora en la recta final. A eso ayudará el recuerdo de los debates, que dejaron claro que  tras el 28A, prefiere un acuerdo con Unidos Podemos, aunque no cerró la puerta a abrir una negociación con C’s si los números dan. A pesar de los requerimientos de Pablo Iglesias, Sánchez no quiso certificar una negativa a un diálogo con C’s, algo que, a juzgar por el nivel de los enfrentamientos mantenidos por ambos líderes, se antoja complicado pero no imposible.

Para el futuro, convendría cuidar la vestimenta del candidato (la chaqueta le quedaba grande) y el maquillaje, que le daba cierta imagen de cadáver, sensación más evidente en sus intervenciones ante la militancia para valorar el debate a su llegada a la sede de Ferraz (en ambos casos, Sánchez se elevó, micrófono en mano, en un escenario rodeado de afiliados al PSOE, jóvenes en su mayoría, en una puesta en escena muy americanizada). También convendría entrenarle para que transmita algo más en sus intervenciones o, al menos, que no parezca un robot que repite argumentarios sin hilvanar.

Pablo Iglesias renace de sus cenizas

Hay consenso en que el líder de Unidas Podemos fue el ganador del segundo debate y, en general, el que obtuvo mayores puntos en la suma de los dos encuentros. Pablo Iglesias tenía como objetivo remarcarse como el único referente de izquierdas que hará virar a un Gobierno de Sánchez hacia la izquierda a partir del 28 de abril y lo consiguió.

Con un tono tranquilo y manifiestamente más educado que el de sus competidores (particularmente Rivera, al que se refirió directamente), utilizó sus intervenciones para obligarles a aterrizar y mencionar los problemas que preocupan al español medio: Vivienda, empleo, desigualdad, sanidad, educación y la necesidad  de articular un Estado de bienestar potente a través de un reparto más equitativo de la carga impositiva.

El primer día, acompañó sus propuestas con la lectura de artículos concretos de la Constitución, un gesto que ya realizó durante su reapirición tras disfrutar de la baja por paternidad que perdió efectividad según repetía el gesto. El segundo día, se le notó más desengrasado y, sobre todo, con un tono que le permitía conectar con el espectador que tal vez en 2015 estaba enfadado por el statu quo y que en la actualidad se siente abochornado por el cruce de niñerías y de ejemplos de testosterona que exhibieron, sobre todo, Rivera y Sánchez.

Frente a ellos, aparecía un Iglesias sosegado, razonable, seguramente ahora más cercano a su base electoral, que pivota entre el hastío ante los modos de los protagonistas políticos en estos momentos y el temor a una alianza que rebaje aún más el Estado de bienestar español. Para enmarcar su manera de restar tensión al problema catalán, vinculándolo en una crisis del modelo territorial que afecta, de una manera u otra, a las CCAA, y sus críticas a Casado y Rivera por utilizar la brocha gorda para afearle a Sánchez que dialogue con Eh-Bildu o con el independentismo.

Éste fue su minuto de oro del segundo debate, una declaración que insistió en uno de los argumentos de la campaña electoral (UP es víctima de las cloacas del Estado y de los poderes fácticos del país) y tendió la mano al electorado para hacer historia. Es muy posible que sus intervenciones hayan movilizado a una parte de su electorado, sobre todo al que iba a abstenerse, y eso debiera abrir una reflexión en la formación morada sobre el coste político que han supuesto sus batallas internas y falta de ejemplaridad en su credibilidad y proyección electoral.

Para una gran mayoría de votantes, la campaña electoral concluyó tras la finalización del debate de Atresmedia.

Acerca de llegalaultima

Politóloga y periodista en transición
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