124 votos a favor (PSOE y el diputado del Partido Regionalista Cántabro), 155 en contra y 67 abstenciones (Unidas Podemos, ERC, PNV y Bildu). Éste fue el resultado de la segunda votación de investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Por segunda vez en tres años, el candidato socialista sale del hemiciclo con una sonora derrota que, a diferencia de 2016, se asume como un error de análisis y de estrategia del PSOE, dividido entre las artes desplegadas desde Moncloa por el propio presidente del Gobierno en funciones y su director de gabinete, Iván Redondo, y la falta de comunicación con Ferraz, como ha quedado patente en las intervenciones de Adriana Lastra.
Los resultados electorales de las autonómicas y municipales de mayo fueron el pistoletazo de salida hacia un cambio sutil de estrategia que parecía nítido la noche electoral del 28 de abril: El electorado había respondido el llamamiento de los partidos progresistas para frenar a VOX y todo parecía abonado para un acuerdo amplio entre socialistas y UP, en plena fase de distensión tras el protagonismo de la formación morada en la conformación de la mayoría que finalmente aupó a Sánchez a La Moncloa tras la moción de censura. Los gritos de la militancia socialista, en Ferraz, negando un posible acuerdo con C’s parecía marcar el camino del líder socialista, que ganó las primarias de su partido prometiendo, precisamente, que escucharía a la militancia.
Semanas después se confirma que la relación entre los dos partidos ubicados en el espectro del centroizquierda está más que deteriorada, con un cruce de acusaciones en la misma tribuna del Congreso de los diputados. Atrás quedan semanas de ninguneo a Podemos, con una seducción nada disimulada a un Ciudadanos que, definitivamente, está echado al monte, o la petición de que el PP actúe con sentido de Estado absteniéndose en la investidura de Sánchez, algo que el presidente del Gobierno en funciones volvió a sugerir en una entrevista en Tele5, la primera tras su derrota parlamentaria. De repente, el recuerdo de la investidura fallida de 2016 se instala en el recuerdo del electorado todavía interesado por el devenir del parlamentarismo español, que ha demostrado estos días capacidad de innovación en términos de negociación parlamentaria.
La experiencia de otros países confirma que la discreción suele ser la estrategia más certera para negociar equipos entre formaciones políticas diferentes y, a menudo, rivales directos. Estas semanas hemos visto que, en España, lo que ha primado es aportar demasiada luz sobre una negociación de lo que se vislumbró inicialmente como un gobierno de coalición y que quedó finalmente desdibujado en una suerte de gobierno socialista con una vicepresidencia social y algunas carteras en manos de Unidos Podemos.
Durante estas semanas hemos visto entrevistas de los negociadores en los que confirmaban los términos que se estaban debatiendo. Según se acercaba la fecha del debate de investidura, a las entrevistas se sumó la filtración de documentos y la traslación al electorado de los términos de una negociación que partía de un supuesto: El PSOE se siente vencedor de unas elecciones generales que, en la práctica, le dieron sólo 123 diputados con un líder, Pedro Sánchez, que no ha sentido la necesidad de sentarse a negociar con ninguna fuerza política bajo el argumento de que nadie quiere volver a repetir las elecciones en otoño ante la falta de acuerdo.
Viñeta de Vergara en eldiario.es
Sobre esa base, la realidad, que no es otra que la complicada relación entre PSOE y UP, que entiende que la formación morada vino a ocupar un espacio electoral que le pertenece por derecho y que se ha notado en los extremos de la negociación: O rendición total, con la aceptación de carteras ministeriales importantes pero no nucleares, o nada. Ha parecido que los socialistas han buscado, sobre todo, un ajuste de cuentas con UP por lo ocurrido en el pasado, desde la mención a los GAL en sede parlamentaria a la consideración del PSOE como parte del régimen a derribar, en 2014.
Baste recordar, en este sentido, que Sánchez era el líder socialista mientras los sondeos aupaban a UP como segunda fuerza parlamentaria y que ya vivió en 2016 las consecuencias de la primera derrota de su investidura, derrota que terminaría, en octubre, con su dimisión como secretario general y su vuelta tras una resurrección política que sólo se entiende por el estado de opinión general.
A la relación conflictiva entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, que no se caracteriza precisamente por un liderazgo muy potente y/o atrayente, se suma la relación de desconfianza entre el PSOE y UP que se ha notado en la negociación in extremis de la investidura. Desde hace dos semanas, el espectáculo ha sido un ejemplo de manual de cómo no se debe afrontar una negociación de estas características: Relato, al minuto, del estado de las negociaciones en medios de comunicación y Twitter; filtración de propuestas y contrapropuestas, en algunos casos para denunciar que UP quería entrar en el Consejo de Ministros con el fin último de tocar poder, como si ésa no fuera la intención de cualquier partido político; y ninguneo de las carteras ministeriales ofrecidas, por un lado, sin asumir, por el otro, que precisamente se ofrecía a UP materias no nucleares de la acción de gobierno.
Por otro lado, se ha explicitado el veto a la figura de Iglesias, que anunció que no sería ministro si ése era el escollo de la negociación a pesar de que la militancia había votado antes a favor de no aceptar vetos de ningún tipo. También se ha visto la tensión en el propio seno de UP, con IU manifestando su desacuerdo con la estrategia defendida por la dirección. Y, como trasfondo, la confirmación de que el PSOE no se sentía cómodo con la imagen que proyectaría un gobierno compartido con miembros destacados de UP en el Consejo de Ministros. Lo ocurrido en el ciclo electoral 2014-2016 vuelve a pesar en la relación de ambos, habida cuenta de que sus líderes siguen siendo los mismos.
Como envoltorio, propuestas en la misma tribuna del Congreso de los Diputados por parte de Iglesias (azuzado, presuntamente, por José Luis Rodríguez Zapatero), en una nueva innovación de las artes de negociación «made in Spain», y una abstención, la de UP, que confirma la dificultad de la izquierda para asumir responsabilidades y el papel que le toca jugar en la historia. Ahora quedan dos meses para que Sánchez vuelva a intentar seducir a Albert Rivera y/o a negociar, de forma más discreta, un posible gobierno entre potenciales sociales que deben comenzar por trabajar sus relaciones de confianza. Y todo ello con el espantajo de una repetición de las elecciones generales, en noviembre, a las que el PSOE iría confiados en un buen resultado pero que UP no quiere ver ni en pintura, por el coste de la negociación en forma de abstención y por la posibilidad de un nuevo competidor en la figura de Iñigo Errejón.
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