Ya lo avisó ante los suyos: Al PP le había faltado cercanía con los ciudadanos y una mejor explicación de las políticas adoptadas durante la legislatura para evitar la quiebra del país. Así valoraba el presidente del Gobierno los malos resultados de su partido en las elecciones autonómicas y municipales del pasado mes de mayo, para luego lanzar loas a la recuperación económica y a la fortaleza de un partido que comenzó a dar síntomas de descomposición debido a la pérdida de poder territorial.
El presidente del Gobierno anunció cambios orgánicos (con el relevo de Carlos Floriano y el desplazamiento de María Dolores de Cospedal, que ejerce casi de manera honorífica el cargo de secretaria general) y una política de comunicación basada, sobre todo, en la cercanía. Pablo Casado y Andrea Levy se convirtieron en las caras más visibles del PP y Rajoy comenzó a liderar la difusión del mensaje de Gobierno en sustitución de Soraya Sáenz de Santamaría. La vicepresidenta, desde el comienzo, ha sido percibida como el puntal central de una gestión muy tecnocrática, con escasa cintura política que se ha notado, sobre todo, en una falta de relato sobre la acción del Ejecutivo.
Durante todo el verano, se ha podido visualizar el cambio en la figura del presidente del Gobierno: Si hasta no hace tanto huía de la prensa, con salidas incluso por la puerta de atrás en momentos en los que el país estaba a punto de ser rescatado por la Troika, desde el mes de junio se ha podido ver a un Rajoy mucho más accesible a la prensa y a los ciudadanos, después de superar su aparente alergia a explicarse.
Rajoy, al que los suyos han comenzado a llamar simplemente Mariano, en un intento de personalizar aún más su imagen pública, lleva semanas depurando la sensación de cercanía, que completa con una vestimenta mucho menos formal de la que nos tiene acostumbrados. Ha cambiado los trajes por camisas arremangadas y ropa deportiva, a lo que ha ayudado el periodo vacacional que, como siempre, ha tenido Galicia como epicentro de su actividad. Como viene siendo habitual entre los políticos españoles, se ha podido ver a Rajoy haciendo algo de deporte y con una presencia evidente en la calle (quizás tiene que ver el desplome del partido en esta CCAA en las municipales de mayo).
Además de verle en actitudes tan cotidianas como tomar una cerveza en una terraza en Ourense, durante estos meses Rajoy ha protagonizado distintos corrillos con los periodistas que siguen su acción de Gobierno (con difusión de información off the record), para pasmo de quienes durante meses sólo le pudieron grabar de espaldas o corriendo para evitar sus preguntas.
El presidente del Ejecutivo, que evitó ruedas de prensa salvo que no tuviera más remedio, ahora pasea relajado por las calles aledañas al Congreso de los Diputados durante los recesos para el almuerzo, donde es habitual que se haga selfies con viandantes. También se ha dejado fotografiar en tabernas con Nicolás Sarkozy durante la hora de la comida y la difundido profunsamente su invitación al Rey Juan Carlos y a sus antecesores en La Moncloa en Casa Lucio para agradecer al rey emérito su trabajo al frente de la Corona. Una normalidad que resultaría mucho más creíble si no viniéramos de una legislatura caracterizada, precisamente, por lo contrario.
CODA. Mientras Rajoy difunde imagen de cercanía, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que ya cultivó esta imagen con sus apariciones en programas como Sálvame, El Hormiguero o Planeta Calleja, hace un año, tuvo hueco en la revista Hola. Junto a su esposa, Sánchez protagonizó un posado durante sus vacaciones en Islantilla, en la costa de Huelva. Antes fue también fotografiado con su mujer en Mojácar, Almería. Como suele ser habitual en sus comparecencias juntos, ambos vistieron con el mismo color:
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