La política hace extraños compañeros de cama. Es lo que debe pensar quien haya seguido con una mínima atención el proceso de acercamiento que se registra desde hace semanas entre el PSOE y Unidos Podemos, ambos conscientes, quizás, de que sólo un entendimiento mutuo puede propiciar un cambio político que logre desplazar al PP del Gobierno central.
Iniciamos un relato que arranca con la irrupción de Podemos como formación política con un objetivo claro: Sustituir al PSOE como la referencia política de la izquierda, un trabajo para el que se crearon diferentes marcos discursivos que se fueron agotando poco a poco. El primero, el más eficaz, el de situar al PSOE como parte del entramado político, empresarial, social e incluso cultural dirigido a garantizar el dominio de una suerte de castas privilegiadas frente al interés general.
La pertenencia al PP y al PSOE, como partido que protagonizaron la vida política y parlamentaria desde la Transición política, garantizaba proyección profesional y económica en forma de puertas giratorias o de aprobación de leyes y normas dirigidas a mantener ese statu quo. La crisis económica, sus consecuencias y la amplificación de informaciones relativas a la corrupción y a prácticas poco ejemplares por parte de quienes dominaron la escena política durante años, amplicaron la sensación de un gobierno de la minoría contra la mayoría y sirvieron de caldo de cultivo para hacer realidad la frase que con éxito acuñó Julio Anguita en los años 90: «PSOE, PP, la mierda mierda es».
La irrupción de Podemos fue vista, desde Ferraz, como la amenaza más seria a su propia proyección en la sociedad española, algo que se confirmó en las elecciones municipales y autonómicas y también en las generales de diciembre de 2015. El cambio de un sistema de bipartidismo imperfecto a un multipartidismo entendido como el desdoblamiento de los apoyos de las fuerzas estatales en cuatro formaciones, con el añadido de la gestión de la relación con los nacionalismos periféricos, mostró el camino: La única manera de desplazar al PP del Gobierno era a partir de un pacto entre las fuerzas emergentes (Podemos y C’s) con el PSOE.
Durante las negociaciones fracasadas para la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno quedó en evidencia la desconfianza entre los dirigentes de ambos partidos, que pueden compartir, a grandes rasgos, una misma base electoral. Muchos de los votantes de Podemos ha dado la confianza al PSOE en algún momento desde 1978 y buena parte de los votantes más jóvenes de la formación morada son hijos y nietos de electores socialistas tradicionales. Unos electores que no perdonan que Iglesias atacara a Sánchez con referencias a la cal viva durante la época de los GAL o que sus simpatizantes hayan tenido como principal adversario a los socialistas y no a un PP enfangado por la corrupción. Una vez depurada la idea de que el PSOE era parte de la casta, parecía claro que todos los caminos conducían a un entendimiento entre ambos partidos, algo que las respectivas cúpulas no entendieron (o no quisieron entender).
Viñeta publicada en ABC
Se repitieron las elecciones generales, con la constatación de que Unidos Podemos no era capaz de sobrepasar al PSOE como la fuerza hegemónica de la izquierda ni siquiera con la suma de IU, y con la ampliación de la ventaja del PP. Comenzaba la crisis interna más seria del PSOE desde que la Transición le configuró como un protagonista esencial de la vida política española, una crisis que vivió su primer acto en la dimisión de Pedro Sánchez y su traca final con su elección como secretario general en unas primaria del partido que apuntaban a que serían la excusa para cambiar el partido de abajo a arriba. Algo que, como hemos visto durante estos días, no sólo no está ocurriendo sino que está confirmando parte de los problemas que tuvo que afrontar Sánchez durante su primer mandato: La autonomía de las federaciones menos afines.
Podemos: De la cal viva a la luna de miel con el PSOE de Sánchez
Este periodo también ha servido para que Podemos alcanzara cierta madurez política y orgánica, con el progresivo abandono de las exigencias más puristas, como ha puesto en evidencia los problemas entre Podemos y Ahora Madrid por la cesión de parte del sueldo de sus cargos públicos. En febrero, se vendió el resultado de Vistalegre II como un mensaje de las bases hacia el partido: Se reforzaba el liderazgo de Pablo Iglesias y se optaba por su discurso ideológico, que se fundamentaba en un reforzamiento de la izquierda ideológica con una presencia mayor en las calles en forma de movilización política y social.
El objetivo, como siempre, era sobrepasar al PSOE como principal partido de la oposición y, para cumplirlo, se reducía al mínimo la colaboración con los socialistas tanto en Parlamento como en la calle con un aumento de la presión para que el rival se retratara. Ahí se enmarca el anuncio de la presentación de la moción de censura contra el Gobierno en pleno proceso de primarias o el intento de rescatar el marco de las castas políticas con el Tramabús en un momento en el que se intentaba recuperar la acción inicial de situar al PSOE de la gestora al mismo nivel que el PP de Rajoy al que había ayudado a investir con su abstención.
Han pasado apenas unos meses de Vistalegre II y Unidos Podemos ha ejecutado el triple salto mortal: Pablo Iglesias, que hoy sigue siendo el líder indiscutible de la formación a pesar de las opiniones negativas que registra entre el electorado general, finalmente ha adoptado la estrategia programática defendida por Iñigo Errejón en su momento, con un acercamiento al PSOE como única alternativa para vencer al centroderecha.
Y todo ello en un contexto en el que las encuestas sobre intención de voto apuntan a un techo electoral para la formación morada, que se sitúa por debajo del 20% y con el PSOE recuperando espacio poco a poco. Si tenemos en cuenta, además, la desmovilización social casi total y el cansancio ante contenidos informativos que ponían el acento, precisamente, en los problemas del país con sus políticos, parece que el entorno no es el más favorable para que Podemos pueda plantear un avance demoscópico como el que vivió durante los años 2014 y 2015.
Lo más llamativo es que este cambio se ha ejecutado en apenas unos meses, empujados por la victoria de Sánchez en las primarias socialistas. Durante el debate de la moción de censura ya se atisbó un cierto cambio de opinión respecto al intento de situar al PSOE en el mismo plano que el PP como los principales problemas del país en términos de representación política. A partir de ahí, se han sucedido los encuentros entre Iglesias y Sánchez y de sus equipos, con la constitución de una mesa de seguimiento en el Congreso para colaborar en medidas alternativas al PP. No se habla de presentar una moción de censura conjunta, pero el tono ha variado desde la acusación de que el PSOE había sido el partido que había empleado cal viva para hacer desaparecer a presuntos terroristas hasta la luna de miel que viven ambos partidos durante estos días.
Este cambio de actitud ayuda a poner en su contexto lo que ocurrió en Vistalegre II, un proceso orgánico que había que leer, casi en exclusiva, como una pugna por el poder entre los sectores alineados con Iglesias y los errejonistas, con derrota manifiesta de éstos últimos y purga posterior. Durante los últimos días, sin embargo, parece que la relación entre Errejón e Iglesias se reconduce de nuevo, con la consiguiente contestación del sector anticapitalista de Podemos, muy crítico con decisiones como la de entrar en el Gobierno de CLM y que podría optar, próximamente, por amurallar su dominio sobre Andalucía, en la línea de lo que Ada Colau y Xavier Doménech están haciendo en Cataluña o en Galicia En Marea.
Por ahora, el cambio de estrategia de Podemos respecto al PSOE no está pasándole una factura importante en intención de voto y, salvo el sector anticapitalista, no se registran críticas contundentes a lo que significa una renuncia a lo aprobado en Vistalegre II. El PSOE, por su parte, parece dispuesto a dejarse querer mientras refuerza la idea de que es el principal partido de la oposición y de que no se deja influir para poner en marcha acciones políticas contra el PP.
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