Las elecciones generales de este domingo, y las autonómicas, municipales y europeas del 26 de mayo, confirmarán una fragmentación en el centroderecha inédita y difícil de creer hasta que C’s despuntó como la formación preferida del electorado conservador como respuesta al Procés y a los sucesos del 1 de octubre. El PP, el partido de referencia del centroderecha español, la pieza clave del bipartidismo imperfecto que ha caracterizado la política española desde la Transición política, está a punto de sufrir en las urnas un voto de castigo que comenzó en las elecciones generales de 2015 y 2016 y que se estaría acelerando con la irrupción de VOX como alternativa en el bloque.
Tras la moción de censura que acabó con Mariano Rajoy fuera de La Moncloa, los populares se abrieron a unas primarias para elegir al futuro líder, un competición que explica buena parte del escenario de desintegración que se percibe estos días. Conocemos la historia: Las bases eligieron a Pablo Casado como presidente del PP, un candidato que, a pesar de ascender en la última etapa del marianismo, mantenía cauce directo con un PP vinculado a José María Aznar, todavía recordado como el líder que fue capaz de aglutinar todo el voto del centroderecha bajo las siglas del PP.
Casado se postulaba como la tercera vía entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal y, en principio, iba a ser el llamado a cerrar unas heridas abiertas durante años de rivalidad entre los resortes de poder del Gobierno y de Génova. Prometía, además, volver a las esencias y a una propuesta de país conservadora en lo social y político y con los habituales tintes de neoliberalismo en lo referido al modelo económico. Sus primeras decisiones pasaron por apostar exclusivamente por un núcleo duro de fieles, vendiendo renovación como cierre de una etapa jalonada por escándalos de corrupción y por unas medidas económicas que han ampliado la brecha de desigualdad. En el debate territorial, optó por una posición dura respecto a Cataluña para intentar volver a seducir a un tipo de elector defraudado por no ver tanques en las Ramblas.
Mientras el PP exploraba la fórmula para recuperar el espacio electoral perdido, C’s se preparaba para recibir la herencia de los desencantados del PP, abandonando en el camino la propia esencia de su fundación: La formación naranja creció políticamente bajo el consigna de ocupar el centro político, que se postulaba como una tercera vía basada en el sentido común y en la teórica ausencia de ideología.
Su viraje hacia posiciones más cercanas a las defendidas tradicionalmente por el PP, para aprovechar el descontento provocado por la crisis catalana, confirmó el abandono del centro con un objetivo: Impulsarse gracias al caldo de cultivo creado, propuesta que se desinfló parcialmente con la moción de censura contra Mariano Rajoy y la expectativa en relación a la resurección electoral del PP. En el fondo, toda la corriente creada a raíz de la crisis catalana sólo se necesitaba un actor percibido como novedoso que estuviera en el sitio adecuado en el momento justo. Ese actor fue VOX y ese momento fueron las elecciones andaluzas, que sirvieron de catapulta de unas aspiraciones que aún están por medir, pero que le sitúan en estos momentos en clara competición con el PP por ser segunda fuerza parlamentaria.
Según los últimos sondeos sobre estimación de voto publicado, VOX se movería en torno al 10% de representación, dato que los trackings de esta semana superan ampliamente por la movilización de su electorado, que no deja de llenar recintos en las grandes capitales y en la España interior. El discurso, absolutamente simplificado, y su política de confrontación directa con los medios de comunicación generalistas, al más puro estilo Trump, ha provocado un mayor secretismo en torno a sus propuestas y una victimización que se percibe claramente en sus multitudinarios actos de campaña, que también son seguidos en Youtube y en Facebook por miles de simpatizantes (o votantes de otras opciones aterrorizados por los que defienden los líderes de VOX en el escenario).
La batalla por la derecha
Con todas las distancias, el PP está sufriendo un proceso similar al que vivió el PSOE entre 2014 y 2015, cuando fue literalmente apartado como principal opción en el centroizquierda gracias al fenómeno Podemos. La formación morada aprovechó la ventana de oportunidad que supusieron las elecciones al PE para comenzar a minar una base social, la del PSOE, muy crítica con la última etapa de José Luis Rodríguez Zapatero y con la posición de Estado defendida por Alfredo Pérez Rubalcaba ante la crisis financiera y económica.
Génova agradeció esta actitud confrontando directamente con Podemos, lo que contribuyó a alimentar aún la sensación de que los socialistas eran parte del pasado y que la nueva formación política constituía el relevo natural al PSOE por parte de sus herederos. Justo lo que Pedro Sánchez ha hecho en esta campaña electoral con VOX, formación a la que mencionó de manera directa e indirecta una treintena de veces en los dos debates electorales celebrados como la principal fuerza de oposición de cara a la próxima legislatura.
Sí hay una diferencia fundamental entre PP y PSOE como víctimas directas de la fragmentación ideológica entre bloques que provocará que cinco partidos sumen más del 10% en la próxima legislatura: la propia posición interna de militantes y cargos medios. Durante la crisis interna del PSOE, que se prolongó durante la etapa de Pedro Sánchez, con su muerte y resurrección política incluida, muchos de los críticos con las decisiones de la Ejecutiva o del Comité Federal se retiraron a sus casas, donde pudieron conspirar de una manera directa o indirecta contra la dirección desde la defensa de las siglas del PSOE. Hubo algún fichaje de ex socialistas en C’s (como Luis Salvador), pero, en general, no hubo desembarco de cuadros medios en las nuevas formaciones.
De ahí que sorprenda el aire de descomposición interna que persigue al PP desde que VOX se convirtió en una opción de futuro, en buena medida por el error estratégico de Génova de participar en sus marcos ideológicos y de organizarse como frente común frente a la izquierda en Andalucía o en la Plaza de Colón de Madrid. Si unimos esto a las críticas internas respecto a la gestión del partido por parte de Casado y a los ajustes de cuentas a propósito de la composición de las listas, tenemos el caldo de cultivo perfecto para entender la OPA hostil que están sufriendo los populares desde VOX y C’s.
El penúltimo ejemplo, el fichaje del e xpresidente de la CAM, Angel Garrido, militante del PP desde 1991 y mano derecha de Cristina Cifuentes y María Dolores de Cospedal, que este miércoles anunció que irá en las listas de C’s a la CAM. Garrido, que en principio iba a ser cabeza de lista del PP en Madrid, fue designado como número 4 de la lista del PP al PE tras la elección personal de Isabel Díaz Ayuso, por parte de Casado, como futura presidenta de la CAM. Ironías de la vida, la marcha de Garrido, que se parece mucho a un acto de venganza, se anunció en mitad de la tempestad por las últimas declaraciones desacertadas de Díaz Ayuso y cuando Génova se empeñaba en vender remontada electoral tras el segundo debate electoral.
Viiñeta de Ricardo, en elmundo.es
La marcha de Garrido, en la última etapa de la campaña electoral, alimenta la hipótesis de que el PP se hundirá el próximo 28 de abril; también demuestra la pasta de la que están hecha buena parte de los líderes políticos españoles, que han encadenado sueldos públicos desde su juventud y que, simplemente, son incapaces de plantear su paso a la empresa privada tras el fin de una etapa. Asimismo, este caso, que se suma a los fichajes de Soraya Rodríguez (PSOE) y de José Ramón Bauzá (PP) como candidatos del PE y certifica tres argumentos en torno a C’s: Su carencia de estructura orgánica 12 años después de su fundación; los escasos escrúpulos para atraer a unos políticos en lo que se parece a casos de transfuguismo de manual; y el poco ojo para anunciar la atracción de «un talento» que ni siquiera ha respetado un tiempo prudencial de duelo entre un partido y otro.
En general, ninguno de los fichajes anunciados por C’s aporta valor a la candidatura de la formación a nivel nacional, europeo o autonómico y, en cambio, sí proyecta la imagen de personas aferradas al cargo (y la paga) del herario público de forma vitalicia. Sobre todo cuando, hasta hace muy poco, esas mismas personas criticaban decisiones y actuaciones de la formación a la que finalmente han recalado.
En el caso de Garrido, el daño que ha hecho su marcha, en el fondo y por las formas, se puede apreciar en las reacciones de los actuales cargos del PP, que no han escatimado insultos y menciones a que el ex presidente de la CAM ha actuado por pura venganza hacia Casado. En el fondo, lo que subyace es la propia organización del PP desde el punto de vista interno, más cerca de un partido de notables que de un partido de masas, con una base militante muy menguada tras la depuración de las listas de cara a las primarias, que se moviliza cuando hay elecciones y que vuelve a los cuarteles de invierno en cuanto pasa el periodo electoral.
Hablamos de una estructura que se ha caracterizado siempre por la obediencia en público, muy jerarquizada y presidencialista, y con escaso margen para la discrepancia interna más allá de las corrientes conocidas. Es decir, a diferencia de otros partidos, y ahí la izquierda puede ser referente en todas sus manifestaciones (IU, PSOE, UP o ERC), en el PP se taponan los flujos que pudieran dar cabida a la discordia o la oposición interna, lo que provoca escenarios como el que está viviendo el PP estos días: Todo se vuelve personal, de manera que, cuando se pierde el favor del líder, la única forma de confrontación pasa por «matar» al líder, sobre todo en un escenario en el que se percibe una derrota sin paliativos el próximo domingo, con la consiguiente pérdida de cargos y de puestos de trabajo.
El domingo por la noche asistiremos, probablemente, al inicio de la refundación del PP, una tarea que, según la derrota sufrida, se puede posponer hasta después del 26 de mayo. Pablo Casado, cuyo rostro cada día se aproxima más al de Hérnandez Mancha, podría enrocarse y defender que sus antecesores (y Pedro Sánchez) necesitaron tres citas electorales para ganar las elecciones. La dimensión de la caída que aventuran los datos demoscópicos hacen muy improbable que esta vez cale ese discurso.