Bannon y el movimiento alt-right de la ultraderecha europea

En la última década, al calor de la crisis económica y de sus efectos, han florecido formaciones políticas de extrema derecha en la mayoría de países europeos. En algunos casos, hablamos de partidos que fueron creados en la década de los años ’90 como consecuencia, también, de una crisis económica que coincidió con la desaparición de la URSS y el bloque soviético; en otros, de la aparición de nuevos partidos de corte extremista que han mostrado, sobre todo, una agilidad especial en usar Internet y las redes sociales como plataformas para canalizar unos argumentarios que ya forman parte del acervo cotidiano en cualquier conversación privada entre ciudadanos.

En uno y otro caso, se trata de formaciones que, hasta hace unos años, apenas tenían relevancia electoral. Hoy aparecen como marcas políticas con capacidad para ganar las elecciones en buena medida por su capacidad para marcar discursos, durante años, y por la tentación del resto de fuerzas políticas de entrar a fondo en esos debates blanqueando sus propuestas. Es lo que hemos visto en la crisis que afrontó hace unas semanas Angela Merkel son sus socios de la CSU en Baviera y, a grandes rasgos, es lo que estamos viendo  en los discursos de Albert Rivera y Pablo Casado con su alerta en torno a la presión migratoria inexistente en las fronteras españolas o en su cruzada con la invención del «papeles para todos».

Las consecuencias de la crisis financiera, con un efecto directo en el desplazamiento de la soberanía hacia las instituciones de la UE,  percibido como un gran aparato burocrático que, en general, sirve sólo para dificultar la vida de los ciudadanos, han supuesto una nueva reflexión sobre los Estados de bienestar como fórmulas para reducir las desigualdades y/o garantizar la atención de la población más desprotegida. Si añadimos la presencia de refugiados o la presión migratoria en las fronteras europeas procedente del norte de Africa o Asia, tenemos los factores que explican la pujanza de un discurso que utiliza la inmigración como chivo expiatorio de los problemas internos de las sociedades europeas y de los efectos nocivos del capitalismo.

Así, en un contexto global de precarización del trabajo creciente, los discursos proteccionistas e identitarios han encontrado un caldo de cultivo inmejorable para la difusión de mensajes que suelen ser muy proteccionistas y conservadores en la esfera identitaria, neoliberales desde la perspectiva económica o en la consideración del papel del Estado y con un sustrato conspiranoico en el funcionamiento de la política global.

En definitiva, la alt-right se presenta como una mezcla de neoconservadurismo (sobre todo, en asuntos morales), Estado mínimo (con recorte de políticas sociales en beneficio de la caridad), centrado en la seguridad, y neoliberalismo (especialmente en lo económico). Y todo ello desde un discurso que ha copiado los planteamientos revolucionarios de la izquierda radical y que se ha modernizado gracias a la financiación que, desde los años ’60, se está produciendo en fundaciones y think tanks, particularmente en EEUU, aprovechando el retroceso en la contienda ideológica de los sectores progresistas y/o de izquierdas.

Por si quedara alguna duda de su avance, Steve Bannon, el que fuera estrategia de Donald Trump en la campaña electoral y en la Casa Blanca, hasta que fue expulsado, anunció que se establece en Bruselas con el fin de fundar The Movement, un think tank que reúna a todos los grupos de la derecha populista europea con un objetivo: Que cristalice un bloque de ultraderecha en las elecciones  al Parlamento Europeo del próximo mes de mayo como Caballo de Troya para desestabilizar el proyecto europeo. Por el momento, el UKIP ha mostrado su disposición a sumarse a la estrategia más clara de probar la estrategia que llevó a Trump a la Casa Blanca en suelo europeo.

En la recámara, la admiración de Bannon por el primer ministro italiano y su apoyo al presidente húngaro o a Marine Le Pen durante la migración desde el Frente Nacional a la Agrupación Nacional, donde habló en estos términos: «Lucháis por vuestro país y os llaman racistas. Pero los días en que eso era un insulto se han quedado atrás. Los medios del establishment son los perros guardianes del sistema. Cada día que pasa, nosotros somos más fuertes, y ellos más débiles. Dejadles que os llamen racistas, xenófobos o lo que quieran, y llevad esas palabras como una medalla».

A todos ellos les ofrecerá ofrecerá asesoramiento sobre  sondeos, mensajes de campaña e identificación de datos, así como investigación, a toda la red de partidos de derechas europeos que lo requieran desde una perspectiva paneuropea antiestablishment. En su presentación, Bannon señaló que pretende que su organización, fundada por un abogado belga, sea el contrapunto a la Open Society de George Soros, señalada como la principal plataforma de financiación de movimientos progresistas, especialmente en países situados en la zona de influencia de Rusia.

A la manera de Trump -mensajes claros (America First) a propósito de renacionalizar la economía, la confrontación directa con los movimientos progresistas y las elites y la utilización de las minorías como chivos expiatorios-, Bannon busca  formar en Europa un movimiento equiparable a la alt-right que empujó en la victoria republicana en las elecciones de 2016. Desde esta perspectiva,  tiene opciones de aunar mínimamente el discurso de las fuerzas alt-right europeas en torno a la crisis real del proyecto europeo y a la oposición de los flujos migratorios, sobre todo de origen musulmán, pero poco más.

Las sociedades europeas muestran mayor heterogeneidad y la realidad social, política y económica polaca tiene poco que ver con la italiana o la española. Ahí encontramos su principal debililidad, aunque eso no oculta que tiene todo a su favor para proyectar cierta imagen de unidad que, si se plasma en las elecciones, puede comenzar a bloquear procedimientos en las instituciones comunitarias y, sobre todo, lanzar la idea de que es posible una alternativa al statu quo.

En este contexto, será muy interesante comprobar si las fuerzas políticas tradicionales tienen capacidad de aguante a la potencia de este discurso, que cada vez está más asumido por el ciudadano medio, especialmente entre los damnificados de las crisis económicas, y de la capacidad de reacción para armar un discurso con una fuerza política similar. Con la izquierda inmesa en sus cuitas identitarias propias, parece una tarea imposible en estos momentos.

CODA. Adjuntamos un mapa con el auge de los partidos de extrema derecha en las elecciones legislativas nacionales de sus respectivos países elaborado en 2016. Desde entonces, ha  habido cambios notables: Lega italiana consiguió el 17% de los votos y hoy es primera fuerza según los sondeos sobre intención de voto; AfD logró el 12.6% de la representación en Alemania (hoy se sitúa por encima del 15% de intención de voto); el PVV logró el 13% en Países Bajos; el Frente Nacional obtuvo el 34% de los apoyos en la segunda vuelta de las presidenciales francesas

 

Acerca de llegalaultima

Politóloga y periodista en transición
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